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Como si le contestara, el relámpago estalló en un despliegue espectacular, extendiéndose por el cielo. Las nubes oscuras eran moradas, con bordes de fuego. Se enjugó el sudor de la cara con la manga. Una ramita chasqueó y todo su cuerpo se tensó.

– Chica lista.

El corazón se le hundió. Había sabido todo el tiempo que sería él. Brodrick. Apretó los dientes para evitar que le castañetearan. El viento se levantó de repente, completamente inesperado, e inexplicable, aullando entre los árboles, llevando las voces de todas las mujeres que este hombre había asesinado, gritándole que les trajera justicia. La lluvia caía a ritmo constante, un sonido lastimero que acompañaba los gemidos del viento.

– ¿Las oyes? -preguntó, su voz sorprendentemente tranquila. Mantenlo hablando. Quizá, si tenía suerte, entraría en su línea de tiro.

– ¿A quiénes? -preguntó Brodrick.

– Las muertas. -El aullido se elevó hasta convertirse en un tono febril-. Te están llamando. -Mantuvo su voz baja, esperando que tuviera que acercarse más para oírla. ¿Y dónde estaba el otro?

– Es a ti a quien llaman -corrigió con un gruñido-. Sal de ahí y tira tu arma.

– Puedo tener tu sangre corriendo por mis venas, pero logré sacar la inteligencia de mi madre. Me deseas, ven y atrápame.

Oyó como otra ramita se partía a la izquierda. El otro hombre estaba dando un rodeo, tratando de llegar a ella mientras Brodrick la distría. Susurró a su gata, cerciorándose de que estuviera alerta.

– Solange, tienes que saber que nuestra raza se muere -dijo Brodrick en tono razonable, como si fueran viejos amigos discutiendo un largo tema familiar.

Ella apenas podía distinguirlo, estaba bastante lejos de ella, poniéndose un par de vaqueros. Apartó los ojos. Era lo bastante listo para no entrar en su línea de tiro, aunque… se meneó, empujando con los pies hasta que tuvo suficiente espacio para tumbarse boca abajo. Se arrastró sobre el vientre centímetro a centímetro lentamente, utilizando la capacidad del gato de quedarse congelada para no alertarle del cambio de posición.

La gruesa y retorcida raíz se enrollaba mientras subía para unirse al conjunto de raíces que se apoyaba en el árbol y formaba su jaula. Deslizó lentamente la ballesta al borde bajo la raíz. Sólo había un par de centímetros de espacio libre, pero suficiente para disparar una flecha. Era un ángulo complicado, y no podría utilizar una de las flechas especiales de vampiro, sino la más pequeña y más tradicional.

– Por supuesto que lo sé, Brodrick. Tú lo hiciste y además con deliberada maldad. Sabías exactamente qué estabas haciendo así que ahórrame el discurso de “tienes que salvar nuestra especie”. ¿Quién es tu amigo? ¿El que se mueve furtivamente más sonoramente que las cigarras? Cualquiera creería que si se supone que es tu guardián, habría aprendido a ser silencioso. -El sarcasmo goteó.

Ajustó el ángulo ligeramente cuando él se desvaneció de vuelta a las sombras. Se movería. Un pie. Una mano. No importaba qué parte de su anatomía expusiera; le tendría.

Brodrick suspiró excesivamente fuerte.

– Reggie, puedes salir de ahí.

La molestia afilaba su voz. Unos dedos de alarma rozaron la espina dorsal de Solange. Tembló, frunciendo el entrecejo. Estaba tramando algo. Su única ventaja era que la querían viva. Brodrick nunca la mataría y desde luego tampoco su compañero. Era demasiado valiosa viva. Era una cambiaformas con sangre real. Brodrick deseaba un heredero. Por repugnante y despreciable que sonara, ella conocía sus intenciones. Saboreó la bilis en la boca, pero su mirada nunca abandonó la figura oscura que andaba de acá para allá detrás del velo de la espesa maleza.

Brodrick se movió otra vez y ella disparó desde donde estaba tumbada en el suelo, la flecha salió disparada entre la maleza. Él gritó. Maldijo. Ella oyó como su cuerpo caía pesadamente cuando se derrumbó, chocando contra la maleza. Elevó una oración silenciosa para que allí hubiera ortigas.

– Voy a hacer de tu jodida vida un infierno, pequeña puta -rugió, sus gruñidos reverberaron por el bosque-. Cada día que vivas no será nada más que dolor. Conozco más maneras de provocar dolor a una perra en celo de las que jamás has imaginado.

En los pequeños límites de la jaula de raíces, Solange encontró difícil encajar otra flecha en la ballesta. Se meneó, tratando de permanecer traquila. La pierna le rozó contra la madera gruesa en el lado derecho cuando trató de poner el brazo en posición. Algo la agarró del tobillo, sujetándola con fuerza contra el suelo. Sintió el pinchazo, una picadura aguda, mientras soltaba la ballesta, sacó el cuchillo de la funda del muslo y con un sólo movimiento rodó apuñalando, clavando la hoja profundamente en el costado del hombre que la mantenía contra el suelo.

¡Ven ahora! envió la llamada frenética a Dominic. Me han clavado una aguja.

Había sabido que Brodrick tramaba algo. La habían engañado al romper las ramitas, haciéndola pensar que Reggie estaba a su izquierda. Error estúpido y estúpido. Trató de permanecer calmada, respirando uniformemente, sin querer que lo que fuera que le habían inyectado se moviera demasiado rápido por su sistema. Pensaban que tenían tiempo. Se dormiría, la sacarían y la tendrían a su merced. No eran conscientes de Dominic.

Reggie escupió maldiciones mientras se tambaleaba saliendo de las raíces. Caminó unos dos metros, se tambaleó y cayó a cuatro patas.

– Brodrick. Ven aquí y ayúdame.

Estaba al descubierto, donde ella podía dispararle a voluntad una flecha. Utilizando movimientos lentos y cuidadosos, Solange encajó otra flecha en la ballesta y esperó, esta vez tan atrás en la jaula como pudo. No podrían atravesar el conjunto de raíces fácilmente con sus cuerpos fornidos, y ella no iba a ponérselo fácil.

Tenía la frente punteada de sudor. Su visión se enturbió. En torno a ella, las raíces retorcidas se movían ligeramente, como si estuvieran vivas.

– Brodrick -gimió Reggie. Se apretaba el costado con las manos. La sangre goteaba sin parar entre sus dedos.

– Para de gimotear -dijo Brodrick con brusquedad-. Has dejado que la pequeña puta te clavara el cuchillo. Te dije que era letal. La has subestimado.

– ¿Por qué será -preguntó Solange, su voz sonaba metálica y muy lejana-, que el hombre que ataca a la mujer siempre se molesta cuando ésta se defiende? Nunca he comprendido eso.

– No tengo inconveniente en una pequeña lucha. Se añade al placer cuando una mujer lucha, todo ese temor delicioso -dijo Brodrick, ignorando la angustia creciente de Reggie. Su socio comenzó a arrastrarse hacia la maleza-. Adoro mirar sus caras cuando ruegan o suplican, tan dispuestas a hacer algo por mí, a soportar cualquier cosa por mí, sólo para vivir. -Su risa era burlona, llena de desprecio-. Créeme, tú harás lo mismo.

Tenía una buena vista sobre él ahora, si permanecía quieto, pero tenía que darse prisa. Sus brazos empezaban a sentir los brazos de plomo. Se enjugó el sudor de los ojos con el codo, construyendo una imagen de él en su mente. Su tamaño. Su forma. Estaba detrás del helecho y la maleza, su perfil en sombras era retorcido.

– Deberías haberme matado cuanto tuviste la oportunidad -dijo ella, deseando su respuesta, deseando asegurar más su posición. Su visión era sorprendentemente borrosa.

– Cuando me des un hijo, será un placer para mí hacerlo, y tardarás mucho tiempo en morir -contestó, la confianza suprema en su voz-. Como el viejo Reggie.

Reggie se desplomó en el suelo, gimiendo, pero su fuerza drenada con su sangre.

Solange inhaló profundamente, y cuando exhaló, disparó la flecha. Brodrick gruñó. Esperó, el corazón latiendo rápidamente. El suelo se sacudió cuando Brodrick se volvió loco, irrumpiendo a través de la maleza, destruyendo todo a su paso, su rabia hirviendo. Rugiendo, se precipitó hacia su refugio, aplastando las raíces, atravesando las astillas de madera para agarrarla del pelo. Dio un fuerte tirón. Solange se tumbó en el suelo, soltando la ballesta de la mano entumecida. La arrastró fuera de lo que quedaba de la jaula de raíces y la tiró al suelo.