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3. Turbulencia en cielo despejado

—¿Qué? —rugió Horza.

—Blanco / adqui… —empezó a repetir el traje.

—¡Oh, cállate! —gritó Horza.

Empezó a pulsar los botones de la consola incrustada en la muñeca del traje mientras contorsionaba el cuerpo a un lado y a otro examinando la oscuridad que le rodeaba. Debía existir alguna forma de conseguir una proyección global en la parte interior del visor del casco que le mostrara la dirección de la que estaban llegando las señales, pero no tenía el tiempo necesario para familiarizarse hasta ese extremo con los sistemas del traje, y no lograba encontrar el botón adecuado. Un instante después comprendió que si quería una proyección probablemente le bastaría con pedirla.

—¡Traje! ¡Dame una proyección global sobre la fuente de transmisiones!

La parte superior izquierda del visor se iluminó. Horza siguió girando lentamente sobre sí mismo hasta que un puntito rojo que se encendía y apagaba se materializó encima de la superficie transparente. Volvió a pulsar los botones de la muñeca, y el traje expulsó varios chorros de gas por los agujeros de las suelas de sus botas. Horza salió disparado a algo menos de una gravedad con un siseo de gases expulsados. Nada pareció cambiar aparte de su peso, pero la luz roja se desvaneció durante una fracción de segundo, aunque volvió a aparecer enseguida. Horza lanzó una maldición.

—Blanco / adquisición… —dijo el traje.

—Ya lo sé —replicó Horza.

Cogió la pistola de plasma de su brazo, activó los láseres del traje y desconectó el sistema que expulsaba los chorros de gas. Fuera lo que fuese, dudaba de que el traje pudiera moverse lo bastante deprisa para dejar atrás a su perseguidor. Volvía a carecer de peso. La lucecita roja seguía encendiéndose y apagándose en el visor. Horza se dedicó a observar las pantallas internas. La fuente de transmisiones estaba aproximándose en un rumbo curvo a cero coma cero un año luz en el espacio real. La señal del radar era de baja frecuencia, y no parecía especialmente potente. La tecnología era demasiado primitiva para pertenecer a la Cultura o los idiranos. Le dijo al traje que cancelara la proyección, hizo bajar los amplificadores de la parte superior del casco y los conectó, enfocándolos hacia el punto del que llegaba la emisión de radar. Una variación doppler de la señal que seguía apareciendo en una de las pequeñas pantallas internas del casco anunciaba que, fuera lo que fuese, aquello estaba reduciendo su velocidad. ¿Pensarían recogerle en vez de limitarse a hacerle pedazos?

Horza vio una imagen nebulosa en el campo de los amplificadores. La señal de radar se desvaneció. Su perseguidor estaba muy cerca. Tenía la boca seca, y las manos le temblaban dentro de los gruesos guantes del traje. La imagen de los amplificadores pareció estallar en una oleada de oscuridad. Horza los retrajo hacia la parte superior del casco y contempló los campos estelares y el océano de tinta de la noche. Algo hecho de la más pura negrura cruzó velozmente ante su campo visual moviéndose por el telón de fondo del cielo en el silencio más absoluto. Horza pulsó el botón que activaba el radar aguja del traje e intentó seguir aquella silueta que estaba pasando ante él ocultándole las estrellas; pero no lo consiguió, por lo que no tenía forma de saber lo cerca que estaba o cuál era su tamaño. Había perdido el rastro del objeto en los espacios vacíos que se abrían entre las estrellas cuando la oscuridad que tenía delante se iluminó. Horza supuso que el objeto debía de estar virando. Unos instantes después el traje volvió a captar la emisión de radar.

—Bla…

—Cállate —dijo.

Comprobó la pistola de plasma. La silueta oscura se expandió: la tenía casi delante. Las estrellas que había a su alrededor oscilaron, y su brillo aumentó de intensidad gracias al efecto lente del campo distorsionante de un motor no muy bien ajustado que se producía al iniciar el proceso de la desconexión. El objeto estaba cada vez más cerca. La señal de radar volvió a esfumarse. Horza conectó su radar aguja y el haz recorrió la nave que tenía delante. Estaba observando la imagen resultante en una pantalla interna cuando el gráfico parpadeó y se desvaneció, los siseos y zumbidos del traje se detuvieron y las estrellas empezaron a esfumarse.

—Proyector / absorción / dis… parado —dijo el traje mientras él y Horza se sumían en la flaccidez de la inconsciencia.

* * *

Había algo duro debajo de él. Le dolía la cabeza. No podía recordar dónde se encontraba o qué se suponía que debía estar haciendo. Sólo recordaba su nombre, Bora Horza Gobuchul, Cambiante del asteroide Heibohre empleado por los idiranos en su guerra santa contra la Cultura. Pero ¿qué relación podía tener eso con el dolor que sentía en el cráneo y con el duro y frío metal que notaba debajo de su mejilla?

Le habían dado de lleno. Aún no podía ver, oler u oír nada, pero sabía que le había ocurrido algo bastante grave, algo que casi había llegado a la categoría de fatal. Intentó recordar lo ocurrido. ¿Dónde estaba antes? ¿Qué había estado haciendo?

¡La mano de Dios 137!

El recuerdo hizo que el corazón le diera un vuelco. ¡Tenía que escapar! ¿Dónde estaba su casco? Xoralundra… ¿Por qué le había abandonado? ¿Dónde estaba ese medjel estúpido que debía traerle el casco? ¡Socorro!

Descubrió que no podía moverse.

Y, de todas formas, no estaba en La mano de Dios 137 ni en ninguna nave idirana. La cubierta era fría y dura —si es que aquello era una cubierta—, la atmósfera estaba saturada de olores extraños y, además, ahora podía oír voces de personas hablando. Pero seguía sin ser capaz de ver. No sabía si tenía los ojos abiertos y estaba ciego, o si los tenía cerrados y no podía abrirlos. Intentó llevarse las manos al rostro para descubrirlo, pero descubrió que tampoco podía moverlas.

Las voces eran humanas, y había varias. Estaban hablando la lengua de la Cultura, el marain, pero eso no quería decir gran cosa. Durante los últimos milenios el marain había ido haciéndose cada vez más corriente como segunda lengua de la galaxia. Horza podía hablarlo y comprenderlo, aunque no lo había usado desde…, desde que habló con Balveda, de hecho, pero antes de eso había estado mucho tiempo sin usarlo. Pobre Balveda… Pero aquellas personas no paraban de hablar, y Horza no lograba captar ninguna palabra. Intentó mover los párpados, y acabó sintiendo algo. Seguía sin tener ni idea de dónde podía estar.

Toda esta oscuridad… Entonces recordó que había estado dentro de un traje, y una voz que le hablaba de blancos o algo parecido. Comprendió que había sido capturado o rescatado. Olvidó cualquier intento de abrir los ojos y se concentró al máximo en lo que estaban diciendo aquellas personas. Había usado el marain hacía muy poco tiempo; podía conseguirlo. Tenía que conseguirlo. Tenía que enterarse de lo que estaban diciendo.

—… maldito sistema durante dos semanas y lo único que hemos encontrado es un viejo metido en un traje.

Una de las voces. Le pareció que pertenecía a una mujer.

—¿Qué diablos esperabas, una nave estelar de la Cultura?

Una voz masculina.

—Bueno, mierda… Esperaba encontrar un trozo de alguna.

La voz femenina de nuevo. Risas.

—Es un buen traje. Hecho en Riarch, a juzgar por su aspecto… Creo que me lo quedaré.

Otra voz masculina, con el tono inconfundible de quien está al mando.

Imposible. Demasiado bajo.

—Se adaptan, idiota.

El Hombre de nuevo.

—…habrá fragmentos de naves idiranas y de la Cultura flotando por toda la zona y podríamos…, ese láser de proa…, sigue jodido.

Otra voz de mujer.