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El traje de Dorolow se incendió y empezó a rodar sobre el negro suelo de la estación. El arma de Wubslin recibió un impacto. Un instante después la ráfaga disparada por Yalson se dispersó sobre el traje del idirano, la estructura de la grúa y el flanco del tren. Los soportes de la rampa cedieron bajo el traje blindado del idirano. La grúa se fue ablandando y desintegrando a causa del torrente de fuego y acabó derrumbándose. La plataforma superior de la rampa cayó encima del guerrero idirano, atrapándole bajo los escombros humeantes. Wubslin maldijo y empezó a disparar contra el morro del tren y el segundo idirano que seguía intentando acabar con ellos desde allí.

Horza yacía con el cuerpo pegado a la pared. Sentía un continuo rugir en los oídos, y tenía la piel fría y cubierta de sudor. Estaba aturdido, como si todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor no guardara ninguna relación con él. Quería quitarse el casco y tragar un poco de aire fresco, pero sabía que no debía hacerlo. Aunque dañado, el casco seguía siendo capaz de protegerle de un segundo impacto. Se decidió por un compromiso y subió el visor. Los sonidos invadieron sus oídos. Las detonaciones y ondas expansivas tamborileaban sobre su pecho. Yalson le miró y le hizo señas para que retrocediera un poco más por el túnel mientras una nueva ráfaga de disparos se estrellaba en el suelo. Horza se puso en pie, pero cayó y perdió el conocimiento durante una fracción de segundo.

El idirano situado en el morro del tren dejó de disparar unos momentos. Yalson aprovechó la oportunidad para volverse hacia Horza, quien estaba caído en el suelo del túnel moviéndose débilmente. Después se volvió hacia Dorolow. Su traje estaba destrozado y echaba humo. Neisin casi había salido de su túnel y estaba disparando ráfagas que se esparcían por la estación. El morro del tren desapareció bajo una granizada de pequeñas explosiones. El ruido de su arma hizo vibrar la atmósfera, y los ecos se desplazaron velozmente por toda la caverna, acompañados por una especie de parpadeo luminoso que parecía originarse allí donde estallaban los proyectiles.

Yalson oyó gritar a alguien. Era una voz de mujer, pero el arma de Neisin hacía tanto ruido que no logró entender nada de lo que decía. Varios chorros de plasma emergieron de la parte delantera del tren para barrer la plataforma. El tirador se encontraba bastante arriba, cerca de la rampa de acceso. Yalson devolvió el fuego. Neisin lanzó unas cuantas ráfagas en la misma dirección que ella y dejó de disparar.

—¡…no! ¡Alto! —gritó aquella voz de mujer en los oídos de Yalson. Era Balveda—. Tu arma tiene problemas, va a… —Neisin volvió a disparar, y el ruido de sus ráfagas ahogó la voz de la agente de la Cultura—. ¡Va a estallar!

Yalson captó toda la desesperación que había en el grito de Balveda, y un segundo después una línea de luz y sonido pareció invadir toda la estación con Neisin como punto final. El tallo de ruido y llamas se expandió y floreció hasta convertirse en una explosión tan potente que Yalson pudo sentirla a través de su traje. Fragmentos del arma de Neisin llovieron sobre toda la plataforma. Neisin salió despedido hacia atrás y chocó contra la pared. Cayó al suelo y se quedó inmóvil.

—Mierda, mierda, mierda —se oyó decir Yalson.

Echó a correr por la plataforma hacia el morro del tren intentando abrir un poco más el ángulo de tiro. Las ráfagas del enemigo bajaron de nivel para seguirla y se interrumpieron. Yalson siguió corriendo sin dejar de disparar, y el segundo idirano apareció en el último nivel de la rampa de acceso empuñando una pistola con las dos manos. El idirano alzó su arma sin hacer caso de las ráfagas de Yalson y Wubslin, y disparó contra la Mente que seguía inmóvil al otro extremo de la caverna.

El elipsoide plateado se puso en movimiento y avanzó hacia el túnel para peatones más alejado. El primer disparo pareció atravesarlo, igual que el segundo; el tercer disparo hizo que se desvaneciera, dejando una nubécula de humo minúscula para indicar el sitio donde había estado.

Las ráfagas de Yalson y Wubslin dieron en el blanco. El traje del idirano empezó a brillar. El guerrero se tambaleó. Giró sobre sí mismo como si quisiera disparar contra ellos y el blindaje cedió justo cuando completaba el movimiento. El idirano salió despedido hacia atrás y voló sobre la grúa. Uno de sus brazos desapareció en una nube de llamas y humo. Cayó de la rampa y se estrelló contra el nivel central. El traje estaba ardiendo, y una pierna quedó enganchada en la barandilla de la rampa central. La pistola de plasma escapó de entre sus dedos. Nuevas ráfagas se estrellaron contra el gran casco, agrietando el visor ennegrecido. El idirano siguió colgando en aquella posición durante unos cuantos segundos, envuelto en llamas y sacudiéndose con cada nuevo impacto de láser. La pierna que se había enganchado en la barandilla y que estaba soportando todo su peso se desprendió del cuerpo y cayó al suelo de la estación. El idirano chocó con la superficie de la rampa y se quedó inmóvil, convertido en una masa de llamas y humo.

* * *

Horza estaba intentando oír algo. Seguía sintiendo un terrible zumbido en los oídos.

El silencio había vuelto a adueñarse de la estación. Una humareda acre compuesta por los vapores del plástico quemado, el metal fundido y la carne chamuscada invadió sus fosas nasales.

Había estado inconsciente y despertó con el tiempo justo de ver a Yalson corriendo por la plataforma. Intentó proporcionarle fuego de cobertura, pero le temblaban demasiado las manos y ni tan siquiera logró hacer funcionar el arma. Ahora todo el mundo había dejado de disparar y el silencio era absoluto. Horza se puso en pie y avanzó con paso tambaleante hacia la estación. El tren había quedado envuelto en nubes de humo.

Wubslin estaba arrodillado junto a Dorolow, intentando quitarle uno de los guantes con una sola mano. Su traje seguía humeando. El visor del casco estaba manchado de rojo. La sangre había cubierto toda la parte interior, ocultando el rostro de Dorolow.

Horza vio como Yalson volvía hacia ellos. Seguía manteniendo el arma en posición de disparar. Su traje había recibido un par de impactos de plasma en la zona central. Las señales en forma de espiral parecían cicatrices negras sobre la superficie gris. Yalson alzó los ojos hacia las rampas de acceso traseras donde un idirano yacía atrapado e inmóvil y las contempló con suspicacia. Después se subió el visor del casco.

—¿Te encuentras bien? —preguntó mirando al Cambiante.

—Sí. Un poco aturdido. Me duele la cabeza —dijo Horza.

Yalson asintió y fueron hacia donde yacía Neisin.

Neisin seguía vivo, pero a duras penas. Su arma había explotado llenándole el pecho, los brazos y la cara de metralla. Los gemidos emergían como burbujas de la ruina carmesí en que se había convertido su rostro.

—Mierda, mierda —dijo Yalson.

Sacó un minibotiquín de su traje y metió la mano por entre los restos del visor de Neisin para inyectar un calmante en el cuello del moribundo.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la voz de Aviger. Venía del casco de Yalson—. ¿Ya no hay peligro?

Yalson rniró a Horza, quien se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

—Sí, Aviger, ya no hay peligro —dijo Yalson—. Puedes venir.

—Dejé que Balveda usara el micrófono de mi traje; dijo que…

—Ya lo oímos —dijo Yalson.

—Algo acerca de un… ¿Estallido del cañón? ¿Era eso…? —Horza oyó la voz de Balveda diciendo que sí—. Creía que el arma de Neisin podía reventar o algo parecido.