—A la nave —sugirió Balveda sonriendo.
Se volvió hacia las tinieblas de la estación. Las luces de sus trajes le permitieron ver a Yalson y al Cambiante. Horza estaba agachándose para recoger algo del suelo.
—Necesitaría su anillo. ¿Quiere intentar quitárselo? Por mí adelante.
—Debes poseer un sistema efector. ¿No podrías engañar a los circuitos de la nave? Bastaría con que lograras engañar a ese sensor de movimientos…
—Agente Balveda…
—Llámame Perosteck.
—Perosteck, soy un civil y se me utiliza en labores no especializadas. Poseo campos de poca intensidad; el equivalente de muchos dedos sin ningún miembro capaz de ejercer una fuerza considerable. Puedo producir un campo capaz de cortar los objetos, pero su profundidad esde escasos centímetros y no es capaz de atravesar ninguna clase de blindaje. Puedo entrar en conexión con otros sistemas electrónicos, pero no puedo interferir con los circuitos protegidos del equipo militar. Poseo un campo de fuerza interno que me permite flotar sea cual sea la gravedad, pero aparte de para utilizar mi propia masa como arma no creo que sirva para mucho, ¿verdad? De hecho, no soy especialmente fuerte. Cuando el trabajo que desempeñaba exigía que lo fuese tenía a mi disposición equipo con el que podía conectarme. Desgraciadamente, cuando fui secuestrado no estaba trabajando con ninguna clase de equipo pesado. De haberlo estado empleando probablemente ahora no me encontraría aquí.
—Maldición —dijo Balveda dando la impresión de que hablaba con las sombras—. ¿No tienes ningún as guardado en la manga?
—Ni tan siquiera tengo mangas, Perosteck.
Balveda tragó una honda bocanada de aire y contempló la negrura del suelo con expresión lúgubre.
—Oh, cielos —dijo.
—Nuestro líder se aproxima —dijo Unaha-Closp con un falso tono de cansancio en la voz.
Giró sobre sí mismo y dirigió su parte frontal hacia Yalson y Horza, que volvían del otro extremo de la caverna. El Cambiante estaba sonriendo. Horza le hizo una seña y Balveda se puso en pie con un solo y fluido movimiento.
—Perosteck Balveda —dijo Horza, en pie junto a los demás al comienzo de la estructura de acceso posterior, extendiendo una mano hacia el idirano atrapado bajo los escombros—, te presento a Xoxarle.
—Humano, ¿ésta es la hembra que, según tú, trabaja como agente para la Cultura? —preguntó el idirano, moviendo la cabeza con un considerable esfuerzo para contemplar al grupo que tenía debajo.
—Encantada de conocerle —murmuró Balveda, enarcando una ceja y alzando la cabeza para observar al idirano atrapado.
Horza subió por la rampa dejando atrás a Wubslin, quien continuaba apuntando al idirano atrapado con su arma. Horza seguía sosteniendo la unidad controlada a distancia en el hueco de la mano. Llegó hasta el segundo nivel de la rampa y bajó los ojos hacia el rostro del idirano.
—¿Ves esto, Xoxarle?
Alzó la mano que sostenía la unidad. Las luces de su traje le arrancaron destellos.
Xoxarle asintió lentamente.
—Es una pequeña pieza de alguna maquinaria, y parece considerablemente estropeada.
Su vozarrón sonaba más ronco y jadeante que antes, y Horza pudo ver un hilillo de sangre color púrpura deslizándose por el suelo de la rampa junto al cuerpo de Xoxarle.
—Bien, orgullosos guerreros, éste es el objeto contra el que disparasteis creyendo disparar contra la Mente. Allí no había nada más que esta unidad manejada por control remoto proyectando un solidograma de poca potencia. Si hubierais vuelto a reuniros con la flota llevando esto os habrían arrojado al interior del agujero negro más cercano y habrían borrado vuestros nombres de los registros. El que yo apareciera justo en ese momento… Bueno, puedes considerarte muy afortunado.
El idirano contempló los restos de la unidad con expresión pensativa durante unos segundos.
—Eres más rastrero y despreciable que cualquier alimaña, humano —dijo por fin—. Tus mentiras y tus trucos patéticos harían reír hasta a una criatura de un año. Tu grueso cráneo debe contener todavía más grasa de la que hay esparcida sobre tus delgados huesos. No eres digno ni de ser vomitado.
Horza subió a la rampa que había caído sobre el idirano. Oyó cómo el ser tragaba aire con un ronco jadeo por entre sus tensos labios y fue lentamente hasta donde el rostro de Xoxarle asomaba por entre los escombros.
—Y tú, maldito fanático, no eres digno de vestir ese uniforme. Voy a encontrar esa Mente que creías haber destruido, y te llevaré a la flota, donde si tienen algún sentido común dejarán que el Inquisidor te ajuste las cuentas por estupidez pura y simple.
—Que se… joda… tu… —el idirano tragó aire con un gemido de dolor—, tu alma animal…
Horza apuntó con el aturdidor neurónico a Xoxarle y disparó. Después él, Yalson y Unaha-Closp apartaron la rampa que había caído sobre el cuerpo del idirano y dejaron que cayera por los aires hasta chocar con el suelo de la estación. Cortaron las articulaciones de la armadura que cubría el cuerpo del gigante para poder quitársela, le ataron las piernas con cable metálico y le ataron los brazos, dejándoselos pegados a los costados. Xoxarle no había sufrido ninguna fractura, pero la queratina de uno de sus flancos estaba agrietada y rezumaba sangre, y otra herida abierta entre las placas de su cuello y la de su hombro derecho se había cerrado por sí sola en cuanto su cuerpo dejó de soportar la presión de los escombros. Xoxarle era grande incluso para ser idirano. Medía unos tres metros y medio de altura, y no estaba precisamente flaco. Horza se alegró de que el gigantesco macho —según las insignias de la armadura que llevaba su rango era el de líder de sección— tuviera muchas probabilidades de haber sufrido heridas internas que le provocarían considerables dolores. Eso haría que el problema de vigilarle en cuanto despertara no fuese tan grave. Xoxarle era tan corpulento que el arnés de sujeción le quedaba pequeño.
Yalson estaba sentada en el suelo comiendo una barra de las raciones con el rifle en equilibrio sobre una rodilla. El cañón del arma apuntaba al idirano inconsciente. Horza estaba sentado al final de la rampa e intentaba reparar su casco. Unaha-Closp seguía junto a Neisin, aunque la unidad podía hacer tan poco por él como cualquiera de los demás.
Wubslin estaba sentado sobre la plancha del equipo haciendo algunos ajustes en el sensor de masas. Ya había llevado a cabo una breve inspección del tren, pero lo que realmente deseaba era ver uno funcionando, con más luz y sin radiaciones que le impidieran echar un vistazo al vagón que albergaba el reactor.
Aviger había permanecido un rato junto al cadáver de Dorolow. Después fue hacia la otra rampa de acceso. El cuerpo del otro idirano al que Xoxarle había llamado Quayanorl yacía entre los escombros, maltrecho y lleno de agujeros. Había perdido un brazo y una pierna. Aviger miró a su alrededor y creyó que no había nadie observándole, pero tanto Horza —quien alzó los ojos del casco que intentaba remendar—, como Balveda —que iba dando vueltas de un lado para otro golpeando el suelo con los pies en un intento de no pasar frío—, vieron como el viejo alzaba el pie y pateaba con todas sus fuerzas el casco que cubría la cabeza del cadáver. El casco se desprendió del traje. El pie de Aviger se estrelló contra la cabeza del idirano. Balveda miró a Horza, meneó la cabeza y siguió yendo de un lado para otro.
—¿Estás seguro de que ya no quedan más idiranos? —preguntó Unaha-Closp.
La unidad había flotado por la estación y había acompañado a Wubslin durante su inspección del tren. Ahora estaba flotando delante de Horza, con su parte frontal vuelta hacia él.