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—No queda ni uno —dijo Horza, sin apartar los ojos del confuso amasijo de fibras ópticas deformadas y semifundidas que había dejado al descubierto en cuanto quitó la placa externa del casco—. Ya viste las huellas.

—Hmmm —dijo Unaha-Closp.

—Hemos ganado, unidad —dijo Horza, con los ojos clavados en las entrañas del casco—. Conectaremos la energía en la estación siete, y en cuanto lo hayamos hecho no tardaremos mucho en dar con la Mente.

—Tu «Señor Corrección» parece no preocuparse en lo más mínimo por las libertades que nos hemos tornado con su tren de juguete —observó la unidad.

Horza se volvió hacia los escombros esparcidos alrededor del tren, se encogió de hombros y volvió a concentrar su atención en los sistemas del casco.

—Puede que no le importe —dijo.

—O quizá se lo está pasando en grande —dijo Unaha-Closp. Horza le miró—. Después de todo, este lugar es un monumento a los muertos —siguió diciendo la unidad—. Un lugar sagrado… Puede que tenga tanto de altar como de monumento, y quizá nos estamos limitando a hacer un sacrificio a los dioses.

Horza meneó la cabeza.

—Máquina, creo que se les olvidó incluir algún fusible en tus circuitos de imaginación —dijo, y volvió a concentrarse en la reparación del casco.

Unaha-Closp emitió una especie de siseo y volvió a observar a Wubslin, quien seguía hurgando en el sensor de masas.

—¿Qué tienes contra las máquinas, Horza? —preguntó Balveda, interrumpiendo sus paseos de un lado a otro para detenerse junto a él.

La agente de la Cultura se pasaba las manos por la nariz y las orejas de vez en cuando. Horza suspiró y dejó el casco en el suelo.

—Nada, Balveda, mientras sepan quedarse en su sitio.

Balveda dejó escapar un bufido y reanudó sus paseos.

—¿Has dicho algo divertido? —le preguntó Yalson desde más arriba de la rampa.

—He dicho que las máquinas deberían saber quedarse en su sitio. No es la clase de observación que le guste mucho oír a alguien de la Cultura.

—Ya —dijo Yalson sin apartar los ojos del idirano. Cuando lo hizo fue para contemplar la quemadura que cubría la parte delantera de su traje, allí donde había sido alcanzado por un chorro de plasma—. Horza, ¿podemos hablar? —le preguntó—. Aquí no, en algún otro sitio…

Horza alzó los ojos hacia ella.

—Claro —dijo con cara de perplejidad.

Wubslin sustituyó a Yalson en la rampa. Yalson fue hacia Unaha-Closp, que seguía flotando junto a Neisin. La unidad tenía las luces a la potencia mínima y un campo que parecía una niebla casi imperceptible sostenía un inyector.

—¿Cómo está? —preguntó Yalson.

Unaha-Closp aumentó la intensidad de sus luces.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó la unidad. Horza y Yalson no dijeron nada. La unidad apagó sus luces—. Puede que dure unas cuantas horas más.

Yalson meneó la cabeza y fue hacia la entrada del túnel que llevaba al tubo de tránsito. Horza la siguió. Yalson se detuvo una vez dentro del túnel, allí donde los demás no podían verles, y se volvió hacia el Cambiante. Daba la impresión de estar buscando palabras con las que expresarse y de que no lograba encontrarlas. Acabó meneando la cabeza, se quitó el casco y apoyó la espalda en la curvatura de la pared del túnel.

—¿Cuál es el problema, Yalson? —le preguntó Horza. Intentó cogerle la mano, pero Yalson se cruzó de brazos—. ¿Es que has cambiado de parecer? ¿No quieres seguir adelante con esto?

Yalson meneó la cabeza.

—No; pienso seguir adelante. Quiero ver ese condenado supercerebro. No me importa quién se apodere de él o si acaba hecho pedazos; pero quiero encontrarlo y ver qué aspecto tiene.

—Vaya, no creía que te importara tanto.

—Ha llegado a ser importante. —Yalson apartó la vista durante unos segundos. Cuando volvió a mirarle sonreía con expresión de incertidumbre—. Diablos, habría venido de cualquier forma… Sólo para cuidar de ti y evitar que te metieras en líos.

—Tenía la impresión de que durante los últimos tiempos nos habíamos distanciado un poco —dijo Horza.

—Sí —dijo Yalson—. Bueno, la verdad es que no he estado… Ah… —Dejó escapar un lento suspiro—. Qué diablos.

—¿Qué? —preguntó Horza.

Vio como se encogía de hombros. La pequeña cabeza casi desprovista de cabello volvió a inclinarse y sus contornos se recortaron contra las luces distantes.

Yalson meneó la cabeza.

—Oh, Horza —dijo, y lanzó una carcajada que casi parecía un gruñido—. No vas a creértelo.

—¿Que es lo que no voy a creer?

—No estoy muy segura de que deba decírtelo.

—Dímelo.

—No espero que me creas; y si me crees no espero que te guste. Estoy convencida de que no va a gustarte nada. Hablo en serio. Quizá no debería…

Parecía realmente preocupada. Horza dejó escapar una risita nerviosa.

—Vamos, Yalson —dijo—. Ahora no puedes callártelo. Acabas de decir que estabas dispuesta a seguir adelante. ¿Qué ocurre?

—Estoy embarazada.

Al principio Horza creyó haberla entendido mal y estuvo a punto de hacer alguna clase de broma sobre lo que creía haber oído, pero una parte de su cerebro le repitió los sonidos creados por la voz de Yalson, los repasó y Horza supo que eso era exactamente lo que había dicho. Tenía razón. No lo creía. No podía creerlo.

—No me preguntes si estoy segura —dijo Yalson. Había vuelto a bajar la vista y estaba jugueteando con sus dedos, contemplándoselos o mirando el suelo que se perdía en la oscuridad. Se había quitado los guantes y sus manos asomaban de las mangas del traje, estrujándose nerviosamente la una a la otra—. Estoy segura. —Le miró, aunque Horza no podía verle los ojos y ella tampoco podía ver los suyos—. Tenía razón, ¿verdad? No me crees, ¿eh? Quiero decir… Es tuyo. Por eso te lo he contado. No habría dicho nada si.., si no fueras…, si fuese de otro. —Se encogió de hombros—. Pensé que quizá lo adivinarías cuando te pregunté cuánta radiación habíamos absorbido… Pero ahora estás preguntándote cómo ha podido ocurrir, ¿verdad que sí?

—Bueno —dijo Horza, carraspeando para aclararse la garganta y meneando la cabeza—, desde luego no debería haber sucedido. Ambos somos… Pero nuestras especies son muy distintas; no debería ser posible.

—Bueno, hay una explicación. —Yalson suspiró y siguió contemplando sus dedos, entrelazándolos y retorciéndolos—, pero creo que tampoco te va a gustar.

—Ponme a prueba.

—Es… Verás, mi madre… Mi madre vivía en una Roca. Una Roca que se movía en un enjambre con otras muchas Rocas, ¿comprendes? Una de las más antiguas. Llevaba… Puede que llevara unos ocho o nueve mil años dando vueltas por la galaxia, y…

—Espera un momento —dijo Horza—. Una de las más antiguas… ¿Qué? ¿A qué sociedad pertenecían esas Rocas?

—Mi padre era…, era de otro lugar, de un planeta en el que la Roca se detuvo una vez. Mi madre dijo que volvería pasado algún tiempo, pero nunca regresó. Yo le dije que volvería en alguna ocasión para verle, si es que seguía vivo… Supongo que fue puro sentimentalismo por mi parte, pero dije que lo haría y volveré allí, aunque no sé cuando… Si salgo viva de todo esto, claro. —Emitió la misma mezcla de risa y gruñido de antes y dejó de observar el movimiento de sus dedos durante un segundo. Sus ojos recorrieron los oscuros confines de la estación. Después su rostro se volvió nuevamente hacia el Cambiante y su voz adoptó un tono apremiante, casi de súplica—. Horza, por nacimiento… Sólo una mitad de mi herencia pertenecía a la Cultura. Me marché de la Roca en cuanto fui lo bastante mayor para saber apuntar con un arma. Sabía que la Cultura no era el lugar adecuado para mí. Así es como heredé los genes alterados necesarios para el apareamiento con otra especie. Nunca había pensado en ello antes. Se supone que es algo deliberado o, por lo menos, tienes que dejar de pensar que no quieres quedar embarazada, pero esta vez no ha funcionado. Puede que bajara la guardia, no lo sé… No fue deliberado, Horza, de veras, te lo aseguro. Ni tan siquiera se me pasó por la cabeza. Sencillamente, ocurrió. Yo…