—No mucho.
Horza se frotó el mentón con expresión pensativa.
—¿Y si le administramos algún anticoagulante? —preguntó Aviger desde el otro extremo de la plancha.
Balveda estaba sentada junto a él y contemplaba la escena que se desarrollaba ante sus oscuros ojos con expresión impasible.
—Nuestros anticoagulantes no les hacen efecto —dijo Horza.
—Un poco de plastipiel —dijo Balveda. Todos se volvieron hacia ella. Balveda asintió con la cabeza y miró a Horza—. Si disponéis de alcohol y algo de plastipiel, mezcladlos a partes iguales. Si tiene alguna herida en el conducto digestivo puede que eso le ayude. Si es alguna herida en el aparato respiratorio… Bueno, entonces es como si ya estuviera muerto.
Balveda se encogió de hombros.
—No podemos quedarnos aquí todo el día, ¿verdad? Hagamos algo —dijo Yalson.
—Vale la pena intentarlo —dijo Horza—. Si queremos echarle el líquido por la garganta será mejor que le incorporemos.
—Supongo que el sujeto de ese «incorporemos» no es realmente plural y soy yo quien debe incorporarle, ¿eh? —dijo la unidad con voz cansada desde debajo de la plancha.
Flotó hacia adelante y dejó la plancha con el equipo junto a los pies de Xoxarle. Balveda bajó de un salto antes de que la unidad transfiriese la carga de su parte superior al suelo del túnel. Unaha-Closp fue flotando hacia Yalson y Horza, quienes seguían junto al idirano caído en el suelo.
—Yo haré fuerza junto con la unidad —dijo Horza, y dejó su arma en el suelo—. Sigue apuntándole.
Wubslin se había arrodillado sobre el suelo del túnel y estaba manipulando los controles del sensor de masas, silbando suavemente para sí mismo. Balveda rodeó la plancha del equipo para observarles.
—Ahí está —dijo Wubslin. Alzó los ojos hacia ella, sonrió y señaló el brillante punto blanco que iluminaba la pantalla surcada de líneas verdes—. ¿A que es toda una belleza?
—¿Crees que se encuentra en la estación siete, Wubslin?
Balveda encorvó sus esbeltos hombros y hundió las manos en los bolsillos de su chaqueta. Observó la pantalla y arrugó la nariz. Lo que olía mal era ella misma.
Llevaban tanto tiempo allá abajo sin lavarse que todos olían mal y emitían una variada gama de olores animales. Wubslin estaba asintiendo con la cabeza.
—Sí, tiene que estar ahí —dijo volviéndose hacia la agente de la Cultura. Horza y la unidad estaban intentando incorporar el fláccido cuerpo del idirano hasta dejarlo sentado. Aviger fue hacia ellos para ayudarles y empezó a quitarse el casco mientras avanzaba—. Tiene que estar ahí —murmuró Wubslin, más dirigiéndose a sí mismo que a Balveda.
La correa del arma se le deslizó por el hombro y Wubslin se la quitó, contemplando con el ceño fruncido el atasco formado en la presilla que se suponía debía mantener siempre tensa la correa. Dejó el arma sobre la plancha del equipo y volvió a manipular los controles del sensor de masas. Balveda se le acercó un poco más y atisbo por encima del hombro del ingeniero. Wubslin miró a su alrededor y alzó los ojos hacia ella mientras Horza y Unaha-Closp iban levantando lentamente a Xoxarle del suelo. Wubslin alargó la mano, cogió el rifle láser que había dejado sobre la plancha alejándolo un poco de Balveda y sonrió con cierta incomodidad. Balveda le devolvió la sonrisa y retrocedió un paso. Se sacó las manos de los bolsillos, se cruzó de brazos y siguió observando las manipulaciones de Wubslin desde una distancia algo mayor.
—Este bastardo pesa lo suyo —jadeó Horza.
Él, Aviger y Unaha-Closp lograron desplazar a Xoxarle hasta que su espalda quedó apoyada en la pared del túnel. La inmensa cabeza colgaba fláccidamente sobre su pecho. Hilillos de líquido brotaban de las comisuras de su enorme boca. Horza y Aviger volvieron a erguirse. Aviger estiró los brazos y dejó escapar un gruñido.
Xoxarle parecía muerto, y siguió pareciéndolo durante uno o dos segundos.
Después fue como si una fuerza colosal le hiciera salir despedido de la pared. Se lanzó hacia adelante y hacia un lado alzando un brazo que se estrelló contra el pecho del Cambiante. El impacto hizo que Horza chocara con Yalson. Al mismo tiempo sus piernas parcialmente flexionadas se estiraron de golpe, y el impulso hizo que el idirano se alejara bruscamente del grupo que estaba más distanciado de la plancha, dejando atrás a Aviger —que había chocado contra la pared del túnel—, y a Unaha-Closp, que fue derribado al suelo del túnel por la otra mano de Xoxarle. El idirano se lanzó hacia la plancha del equipo.
Xoxarle pasó volando sobre la plancha. Uno de sus brazos y el gigantesco puño en que terminaba empezaron a bajar. La mano de Wubslin ni tan siquiera había iniciado el gesto de coger su arma.
El idirano dejó caer su puño con toda la fuerza de que disponía. El golpe aplastó el sensor de masas. Su otra mano se movió velozmente para coger el láser. Wubslin se arrojó hacia atrás instintivamente y chocó con Balveda.
La mano de Xoxarle se cerró alrededor del rifle láser como un cepo atrapando la pata de un animal. El idirano rodó por el aire y cayó sobre el sensor, completando su destrucción. El arma giró velozmente en su mano y el cañón apuntó hacia el extremo del túnel, donde Horza, Yalson y Aviger seguían intentando recobrar el equilibrio y Unaha-Closp empezaba a moverse. Xoxarle se irguió y el cañón del arma apuntó a Horza.
Unaha-Closp se estrelló contra la mandíbula inferior del idirano como si fuera un pequeño proyectil de contornos no demasiado aerodinámicos. El impacto hizo que el cuerpo del líder de sección saliera despedido por los aires, le tensó el cuello sobre los hombros y le obligó a juntar sus tres piernas en una sola masa de carne. Xoxarle extendió los brazos hacia los lados, aterrizó con un golpe ahogado junto a Wubslin y se quedó inmóvil.
Horza se agachó y cogió su arma. Yalson se agazapó y giró sobre sí misma alzando el arma. Wubslin estaba empezando a erguirse. Balveda había retrocedido tambaleándose unos pasos después de que Wubslin chocara con ella. Ahora estaba inmóvil, tapándose la boca con una mano y sin apartar los ojos de Unaha-Closp, que flotaba sobre el rostro del idirano. Aviger se frotó la cabeza y contempló la pared del túnel con expresión de resentimiento.
Horza fue hacia el idirano. Xoxarle tenía los ojos cerrados. Wubslin arrancó su rifle de los fláccidos dedos del idirano.
—No está nada mal, unidad —dijo Horza asintiendo con la cabeza.
Unaha-Closp se volvió hacia él.
—Me llamo Unaha-Closp —dijo con voz exasperada.
—De acuerdo, de acuerdo… —suspiró Horza—. Bien hecho, Unaha-Closp.
Horza se inclinó sobre Xoxarle para inspeccionar los cables que le rodeaban las muñecas. Los cables estaban rotos. Los de sus piernas seguían intactos, pero los cables de los brazos y las muñecas se habían partido como si fueran hilos.
—No le he matado, ¿verdad? —preguntó Unaha-Closp.
Horza meneó la cabeza. El cañón de su rifle ejercía presión sobre la cabeza de Xoxarle.
El cuerpo del idirano empezó a estremecerse y sus ojos se abrieron de golpe.
—No, amiguitos, no estoy muerto —tronó su vozarrón.
Su risa creó ecos que resonaron por los túneles. Xoxarle fue incorporándose lentamente apartando su torso del suelo.
Horza le pateó el flanco.
—Tú…
—¡Diminuto! —se rió Xoxarle interrumpiendo a Horza antes pudiese decir nada más—. ¿Es así como tratas a tus aliados? —Se frotó la mandíbula. El gesto hizo que las placas de queratina rotas se movieran de un lado a otro—. Estoy herido… —anunció su vozarrón, y Xoxarle dejó escapar una nueva carcajada. La inmensa cabeza en forma de V se volvió hacia los restos del sensor de masas—. ¡Pero aún no me encuentro en tan mal estado como vuestro precioso sensor!