Horza movió su arma y el cañón volvió a quedar pegado a la cabeza del idirano.
—Debería…
—Deberías volarme la cabeza ahora mismo. Lo sé, Cambiante. Ya te he dicho más de una vez que deberías hacerlo. ¿Por qué no dejas de perder el tiempo y lo haces?
Horza tensó su dedo alrededor del gatillo y contuvo el aliento. Después lanzó un rugido —un grito carente de palabras y de significado dirigido hacia la figura sentada en el suelo ante él—, y se alejó.
—¡Atad a ese cabrón! —gritó.
El Cambiante pasó junto a Yalson, quien giró sobre sí misma para verle marchar. Después se volvió hacia el idirano meneando levemente la cabeza y observó como Aviger —ayudado por Wubslin, quien seguía lanzándole miradas de pena a los restos del sensor de masas—, ataba los brazos de Xoxarle con varias vueltas de cable metálico, dejándoselos pegados a los flancos. El idirano seguía temblando de risa.
—¡Creo que captó mi masa! ¡Creo que captó mi puño! ¡Ja!
—Espero que alguien le haya contado a ese saco de mierda ambulante con tres patas que mi traje cuenta con un sensor de masas —dijo Horza cuando Yalson se reunió con él.
Yalson se volvió a mirar por encima de su hombro.
—Bueno, se lo dije pero… Tengo la impresión de que no me ha creído. —Miró a Horza—. ¿Funciona?
Horza contempló la pequeña pantalla repetidora incrustada entre los controles de su muñeca.
—No a esta distancia, pero funcionará en cuanto nos hayamos acercado un poco. No te preocupes, encontraremos a la Mente.
—Oh, no estoy preocupada —dijo Yalson—. ¿Vas a volver con los demás?
Sus ojos se posaron nuevamente en el grupo de siluetas que les seguía a veinte metros de distancia. Xoxarle iba delante, lanzando alguna que otra risita ocasional. Wubslin iba detrás apuntando al idirano con la pistola aturdidora. Balveda estaba sentada sobre la plancha y Aviger flotaba detrás de ella.
Horza asintió.
—Supongo que sí. Vamos a esperarles.
Se detuvo. Yalson, que había estado caminando en vez de flotar, le imitó.
Se apoyaron en la pared del túnel y vieron acercarse a Xoxarle.
—Bueno, ¿qué tal te encuentras? —preguntó Horza volviéndose hacia la mujer.
Yalson se encogió de hombros.
—Estupendamente. ¿Y tú?
—Me refería a… —empezó a decir Horza.
—Ya sé a qué te referías —dijo Yalson—, y ya he te he respondido que me encuentro estupendamente. Y ahora, deja de preocuparte tanto por mí. —Le sonrió—. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dijo Horza, apuntando con el arma a Xoxarle mientras el idirano pasaba junto a ellos.
—¿Qué ocurre, Cambiante? ¿Te has perdido? —gruñó el idirano.
—Sigue caminando —dijo Horza, y se puso a la altura de Wubslin.
—Siento haber dejado mi arma encima de la plancha —dijo el ingeniero—. Fue una estupidez.
—Olvídalo —dijo Horza—. Xoxarle andaba detrás del sensor. El arma debió ser una sorpresa agradable, nada más. Y, de todas formas, la unidad nos salvó la vida.
Horza emitió una especie de bufido bastante parecido a una carcajada.
—La unidad nos salvó la vida —repitió en voz baja, y meneó la cabeza.
… ah, alma mía, alma mía, ahora todo es oscuridad, ahora muero y me alejo y no quedará nada de mi, estoy asustado, gran ser, ten compasión de mí, pero estoy asustado, no he soñado con la victoria, sólo mi muerte, oscuridad y muerte, el momento de que todos se conviertan en uno, el instante de la aniquilación, he fracasado, se me ha dicho y ahora lo sé. he fracasado. la muerte es demasiado buena para mí. el olvido y la nada serán una liberación bienvenida, más de lo que merezco, mucho más. no puedo rendirme a ellos, debo seguir aguantando porque no merezco un final tan rápido fruto de mi voluntad, mis camaradas me aguardan, pero no conocen hasta donde llega la magnitud de mi fracaso, no soy digno de reunirme con ellos, mi clan debe llorar.
ah, este dolor…, oscuridad y dolor…
Llegaron a la estación.
El tren del Sistema de Mando se alzaba sobre la plataforma. Las luces del pequeño grupo de siluetas que entró en la estación arrancaron destellos a su oscura masa.
—Bueno, aquí estamos por fin —dijo Unaha-Closp.
Se detuvo, dejó que Balveda bajara de la plancha con el equipo y los suministros y la depositó sobre el polvoriento suelo de la estación.
Horza se volvió hacia el idirano, le ordenó que se colocara junto a la estructura de acceso al tren más próxima y le ató a los soportes.
—Bien —dijo Xoxarle mientras Horza le sujetaba a los soportes metálicos—, ¿y tu Mente, diminuto? —Bajó la cabeza hacia el humano que iba envolviendo su cuerpo en rollos de cable metálico contemplándole con la expresión de reproche de un adulto ante las travesuras de un niño—. ¿Dónde está? No la veo.
—Paciencia, líder de sección —dijo Horza.
Acabó de asegurar las vueltas de cable metálico, examinó la solidez de las ataduras y retrocedió un par de pasos.
—¿Cómodo? —preguntó.
—Me duelen las tripas, tengo la mandíbula rota y sigue habiendo algunos fragmentos de vuestro sensor de masas incrustados en mi mano —dijo Xoxarle—. También me duele un poco la parte interior de la boca, allí donde me la mordí antes para producir toda esa sangre tan convincente. Por lo demás me encuentro muy bien, aliado. Gracias por preguntármelo.
Xoxarle inclinó la cabeza hasta donde se lo permitían los cables metálicos que le sujetaban.
—No te vayas —dijo Horza sonriendo sardónicamente.
Dejó a Yalson con Xoxarle para que se encargara de vigilar al idirano y a Balveda mientras él y Wubslin iban a la sala donde estaban los controles del sistema de energía.
—Tengo hambre —dijo Aviger.
Se sentó sobre la plancha del equipo y empezó a desenvolver una ración.
Una vez dentro de la sala, Horza estudió los medidores, palancas y diales durante unos momentos y empezó a manipular los controles del sistema.
—Yo… Eh… —farfulló Wubslin, rascándose la frente. Llevaba el visor del casco subido—. Horza, estaba preguntándome si… Ese sensor de masas de tu traje… ¿Funciona?
Un grupo de controles se llenó de luces: veinte diales que emitían un débil resplandor. Horza observó los diales en silencio durante unos segundos.
—No —dijo por fin—. Ya lo he comprobado. Está recibiendo una lectura muy débil del tren, pero no hay nada más. Ha estado dando esa lectura desde unos dos kilómetros antes de llegar a la estación. O la Mente se ha esfumado en algún momento del intervalo transcurrido desde que Xoxarle destruyó el otro sensor, o el de mi traje no funciona como debería.
—Oh, mierda.
Wubslin suspiró.
—Qué diablos… —dijo Horza, accionando algunos interruptores y viendo iluminarse más hileras de diales—. Vamos a dar la energía. Quizá se nos ocurra algo.
—Sí —dijo Wubslin asintiendo con la cabeza.
Se volvió hacia las puertas de la sala como si creyera que la estación ya se habría inundado de luces. Lo único que pudo ver fue la espalda de Yalson inmóvil en la penumbra de la plataforma. Detrás de ella se alzaban los tres pisos de un segmento del tren.
Horza fue hasta otra pared de la sala y cambió la posición de algunas palancas. Golpeó suavemente un par de diales con la yema de un dedo, observó una pantalla que acababa de iluminarse, se frotó las manos y puso el pulgar sobre un botón de la consola central.
—Bueno, allá va —dijo.
Dejó caer su pulgar sobre el botón.
—¡Sí!