—¡Eh, eh!
—¡Lo conseguimos!
—Si queréis que os diga lo que opino, ya iba siendo hora.
—Hmmm, diminuto, con que se hacía así…
—¡Mierda! Si hubiera sabido que la ración tenía este color jamás habría empezado a comérmela…
Horza oyó sus voces excitadas y alegres. Tragó una honda bocanada de aire y se volvió hacia Wubslin. El corpulento ingeniero estaba inmóvil parpadeando lentamente bajo la brillante claridad que había inundado la sala de control. Wubslin le miró y sonrió.
—Estupendo —dijo. Sus ojos recorrieron la sala de control mientras asentía con un movimiento regular de la cabeza—. Estupendo. Por fin…
—Bien hecho, Horza —dijo Yalson.
Horza pudo oír el sonido de otras palancas e interruptores de mayor tamaño que se iban poniendo en funcionamiento bajo sus pies. Eran los sistemas automáticos conectados al interruptor principal que había accionado. La sala de control se llenó de zumbidos y siseos, y el olor del polvo calcinado se arremolinó a su alrededor como el aroma y el calor de un animal que se despierta. Horza y Wubslin comprobaron las lecturas de unos cuantos monitores y diales y salieron de la sala de control.
La estación era un mar de luz. Todo centelleaba. Las paredes de un negro grisáceo reflejaban las hileras de luces y paneles brillantes que cubrían el techo. El tren del Sistema de Mando, visible por fin en su totalidad, ocupaba la estación de un extremo al otro: un reluciente monstruo metálico que parecía la inmensa versión androide de un insecto segmentado.
Yalson se quitó el casco, deslizó los dedos por entre su corta cabellera, alzó los ojos y miró a su alrededor, entrecerrando los párpados para proteger sus pupilas de la brillante luz blanco amarillenta que caía del techo de la estación, situado muy por encima de sus cabezas.
—Bien —dijo Unaha-Closp, flotando hacia Horza. Su cuerpo metálico relucía bajo aquella nueva e intensa iluminación—. ¿Dónde se encuentra el artefacto que estamos buscando? —Unaha-Closp se le acercó hasta quedar a pocos centímetros del rostro de Horza—. ¿Aparece en el sensor de masas de tu traje? ¿Está aquí? ¿Lo hemos localizado?
Horza apartó a la unidad con una mano.
—Dame un poco de tiempo, unidad. Acabamos de llegar. He conectado la energía, ¿no?
Pasó junto a la unidad con Yalson detrás —quien seguía mirando a su alrededor—, y Wubslin, que también contemplaba cuanto les rodeaba, especialmente la reluciente masa metálica del tren. El interior estaba iluminado. La estación vibraba con el zumbido de los motores que esperaban ponerse en marcha y el siseo de los ventiladores y sistemas que hacían circular el aire. Unaha-Closp giró sobre sí mismo para seguir a Horza y flotó por los aires manteniéndose a la altura de su rostro.
—¿Qué quieres decir con eso? Supongo que te basta con echar un vistazo a esa pantalla. ¿Puedes ver la señal de la Mente sí o no?
La unidad se acercó un poco más y bajó unos centímetros para inspeccionar los controles y la pantallita incrustada en la muñeca del traje de Horza. El Cambiante la apartó de un manotazo.
—Estoy recibiendo algunas interferencias del reactor. —Horza miró a Wubslin—. No es problema, ya nos las arreglaremos.
—Echa un vistazo por la zona de reparaciones y registra el lugar —dijo Yalson volviéndose hacia la unidad—. Intenta ser útil.
—No funciona, ¿verdad? —preguntó Unaha-Closp. Seguía manteniéndose a la altura de Horza, con su parte frontal vuelta hacia el rostro del Cambiante—. Ese lunático de tres patas detrozó el sensor de masas de la plancha y ahora estamos ciegos. Hemos vuelto a la primera casilla del juego, ¿eh?
—No —dijo Horza con impaciencia—. Nada de eso. Lo repararemos. Y ahora, ¿qué te parece si intentas servir de algo, aunque sólo sea para variar?
—¿Para variar? —exclamó Unaha-Closp, dando la impresión de sentirse muy ofendido—. ¿Para variar? ¿Olvidas quién os salvó la piel a todos en el túnel cuando nuestro encantador oficial idirano empezó a comportarse como un salvaje enloquecido?
—Está bien, unidad —dijo Horza tensando las mandíbulas—. Ya te di las gracias, ¿no? Ahora, ¿por qué no inspeccionas la estación para averiguar si estamos solos o si hay alguien escondido por ahí?
—¿Como quién, por ejemplo? ¿Alguna Mente que no puedes detectar con tus sensores estropeados? ¿Y qué pensáis hacer mientras yo me dedico a eso?
—Descansar y pensar —dijo Horza.
Se detuvo ante Xoxarle e inspeccionó las ataduras del idirano.
—Oh, estupendo —se burló Unaha-Closp—. De momento eso no ha servido de mucho, creo yo…
—Unaha-Closp, por todos los… —dijo Yalson, y dejó escapar un lento suspiro—. O te largas o te quedas con nosotros, pero hagas lo que hagas cierra el pico, ¿quieres?
—¡Comprendo! ¡Muy bien! —Unaha-Closp se apartó de ellos y empezó a subir por los aires—. ¡De acuerdo, me largo! Tendría que haberlo hecho cuando…
Se alejó sin dejar de hablar.
—Antes de que te vayas, ¿oyes sonar alguna alarma? —gritó Horza intentando hacerse oír por encima del continuo parloteo de Unaha-Closp.
—¿Qué?
Unaha-Closp se quedó inmóvil. El rostro de Wubslin adoptó una expresión entre dolorida y absorta, y sus ojos recorrieron los muros de la estación como si estuviera esforzándose para captar frecuencias de sonido superiores a las que sus oídos podían detectar.
Unaha-Closp guardó silencio durante unos momentos.
—No —dijo por fin—. No hay ninguna alarma funcionando. Me voy. Inspeccionaré el otro tren. Volveré cuando crea que se os ha pasado el mal humor.
Giró sobre sí mismo y se alejó a toda velocidad.
—Dorolow podría haber oído las alarmas —murmuró Aviger, pero nadie le oyó.
Wubslin alzó los ojos hacia el tren que brillaba bajo las luces de la estación y que, como ella, parecía arder por dentro.
… ¿qué ocurre? ¿es luz? ¿la estoy imaginando? ¿me estoy muriendo? ¿es esto lo que ocurre? ¿estoy muñéndome tan pronto? creía que aún me quedaba un poco de tiempo y no merezco que…
¡luz! ¡es luz!
¡Puedo volver a ver!
Pegado al frío metal por su propia sangre coagulada, su cuerpo resquebrajado y retorcido, mutilado y en plena agonía, abrió el único ojo que le quedaba todo cuanto pudo. Una capa de mucosidades se había secado sobre él y tuvo que parpadear en un intento de eliminarla.
Su cuerpo era una oscura tierra desconocida de dolor, un continente de tormentos.
Aún tenía un ojo. Y un brazo. Había perdido una pierna arrancada de cuajo. Una pierna entumecida y paralizada, otra fracturada (intentó mover aquel miembro sólo para asegurarse; un dolor tan intenso que parecía un chorro de fuego recorrió todo su cuerpo, como un relámpago deslizándose sobre aquella tierra sumida en las sombras que era su cuerpo y su dolor), y mi cara…, mi cara…
Tenía la sensación de ser un insecto aplastado abandonado por algunos niños después de una tarde de juegos crueles. Habían creído que estaba muerto, pero su constitución era muy distinta a la de ellos. Unos cuantos agujeros no eran nada. Un miembro amputado… Bueno, su sangre no brotaba a chorros como la de ellos cuando perdía un brazo o una pierna (recordó una grabación de una disección humana que había presenciado), y para el guerrero la conmoción no existía. No, su organismo no se parecía en nada a aquellos pobres y blandos sistemas hechos de carne fláccida. Había recibido un disparo en el rostro, pero el haz o el proyectil no habían logrado atravesar la capa de queratina interna que protegía el cerebro y sus nervios seguían intactos. Sus ojos también estaban destrozados, pero el otro lado de su cara estaba intacto, y seguía siendo capaz de ver.