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Tanta luz… Su visión se fue aclarando y contempló el techo de la estación. No intentó moverse.

Podía sentir su lenta agonía. Era un conocimiento interno que quizá tampoco estuviera al alcance de los humanos. Podía sentir el lento deslizarse de la sangre dentro de su cuerpo, notaba el aumento de la presión en el interior de su torso y los fluidos que se escapaban por las grietas de su queratina. Los restos del traje le ayudarían a resistir un poco más, pero no bastarían para salvarle. Podía sentir como sus órganos internos se preparaban para dejar de funcionar. El número de agujeros entre un sistema y otro era excesivo. Su estómago jamás digeriría su última comida, y su saco pulmonar anterior —que en circunstancias normales contenía una reserva de sangre hiperoxigenada que podía ser utilizada cuando su cuerpo necesitara consumir sus últimas reservas de energía—, estaba vaciándose, y su precioso combustible estaba siendo malgastado en esa batalla imposible de ganar que su cuerpo libraba contra el descenso de su presión sanguínea.

Me muero…, me estoy muriendo… ¿Qué importa si muero en la oscuridad o rodeado de luz?

Gran Ser, camaradas caídos, hijos y compañera… ¿Podéis verme mejor bajo esta claridad extraña enterrada en las profundidades de la tierra?

Me llamo Quayanorl, Gran Ser, y…

La idea ardió con más intensidad que el dolor que había sentido cuando intentó mover su pierna fracturada, más intensamente que aquella luz silenciosa que parecía contemplarle desde las paredes y el techo.

Habían dicho que se dirigían hacia la estación siete.

Era lo último que recordaba, aparte de la imagen de uno de ellos que se le aproximaba flotando por el aire. Debió dispararle en la cara; no podía recordar aquel momento, pero era la única teoría que tenía sentido… Le enviaron para asegurarse de que estaba muerto. Pero estaba vivo, y acababa de tener una idea. Un disparo a ciegas, aun suponiendo que consiguiera moverse, incluso si todo funcionaba según lo previsto…, sí, un disparo a ciegas en todos los sentidos de la expresión… Pero significaría hacer algo sin quedarse cruzado de brazos. Ocurriera lo que ocurriese sería un final digno de un guerrero. Valdría la pena soportar el dolor.

Se movió rápidamente para no darse tiempo a cambiar de opinión, sabiendo que le quedaban pocos minutos disponibles (si es que ya no era demasiado tarde…) El dolor le atravesó como si fuera una espada.

Un grito se abrió paso por entre la sangre que llenaba su boca destrozada.

Nadie le oyó. Su grito creó ecos en la estación brillantemente iluminada. Después llegó el silencio. Su cuerpo aún latía con las últimas vibraciones del dolor, pero sintió que estaba libre. La capa de sangre coagulada que le unía al metal se había roto. Podía moverse. Sí, podía moverse bajo aquella luz…

Xoxarle, si aún estás vivo, puede que pronto tenga una pequeña sorpresa para nuestros amigos…

* * *

—¿Unidad?

—¿Qué?

—Horza quiere saber qué estás haciendo —dijo Yalson por el comunicador de su casco mirando al Cambiante.

—Estoy registrando el tren que hay en la zona de reparaciones. Si hubiera encontrado algo ya os lo habría dicho, ¿no? ¿Habéis conseguido reparar el sensor de ese traje?

Horza contempló el casco que Yalson sostenía sobre sus rodillas y torció el gesto. Alargó la mano y apagó el comunicador.

—Tiene razón, ¿verdad? —preguntó Aviger, que estaba sentado sobre la plancha del equipo—. El sensor de tu traje no funciona, ¿eh?

—Hay alguna interferencia provocada por el reactor del tren —dijo Horza—. Eso es todo. Ya nos las arreglaremos.

Aviger no parecía demasiado convencido.

Horza abrió un recipiente de líquido. Se sentía exhausto, como si no le quedaran fuerzas. Había logrado dar la energía, pero la Mente seguía invisible, y eso le hacía sentir una especie de anticlímax. Maldijo a Xoxarle, al sensor de masas averiado y a la Mente. No tenía ni idea de donde podía estar, pero la encontraría. Aun así, por el momento lo único que deseaba era seguir sentado y relajarse un poco. Necesitaba un poco de tiempo para que su mente pudiera volver a funcionar con normalidad. Se frotó la cabeza. Seguía sintiendo un leve pero molesto dolor interno allí donde se la había golpeado contra el revestimiento interior del casco durante el tiroteo en la estación seis. No era nada serio, pero si no hubiese sido capaz de desconectar las terminaciones nerviosas afectadas casi le habría impedido pensar.

—¿No crees que deberíamos registrar ese tren? —preguntó Wubslin, alzando los ojos hacia las curvas relucientes que tenían delante y contemplándolas con expresión anhelante.

La expresión del ingeniero hizo que Horza sonriera.

—Sí, ¿por qué no? —dijo—. Adelante, echa un vistazo.

Asintió con la cabeza y Wubslin, sonriendo, tragó un último bocado de comida y cogió su casco.

—De acuerdo. Bueno… Creo que voy a empezar ahora mismo —dijo.

Se alejó con paso presuroso pasando junto a la silueta inmóvil de Xoxarle, subió por la rampa de acceso y se metió en el tren.

Balveda estaba de pie con la espalda apoyada en la pared y las manos en los bolsillos. Sus ojos fueron siguiendo la espalda de Wubslin hasta que desapareció dentro del tren. Sonrió.

—¿Vas a dejar que ponga en marcha ese trasto, Horza? —preguntó.

—Puede que alguien tenga que hacerlo —dijo Horza—. Si vamos a ir en busca de la Mente necesitaremos algún medio de transporte.

—Qué divertido —dijo Balveda—. Podríamos pasarnos toda la eternidad moviéndonos en círculos.

—Yo no —dijo Aviger. Sus ojos fueron de Horza a la agente de la Cultura—. Me vuelvo a la Turbulencia en cielo despejado. No pienso seguir buscando a ese maldito ordenador.

—Buena idea —dijo Yalson contemplando al viejo—. Podríamos nombrarte escolta especial de prisioneros y dejar que te llevaras contigo a Xoxarle. Vosotros dos solitos… ¿Qué te parece?

—Iré solo —dijo Aviger en voz baja rehuyendo la mirada de Yalson—. No tengo miedo.

* * *

Xoxarle les escuchaba. Esas vocecitas chillonas y estridentes que parecían graznidos… Volvió a tensar sus ataduras. El cable metálico se había incrustado un par de milímetros en la queratina de sus hombros, muslos y muñecas. Le dolía un poco, pero el dolor quizá valiera la pena. Xoxarle estaba rozándose silenciosa y deliberadamente contra los cables metálicos, frotándolos con todas sus fuerzas en aquellos lugares donde estaban más apretados; maltratando deliberadamente la sustancia tan dura como el metal que cubría su cuerpo. Cuando le ataron tragó una honda bocanada de aire y flexionó sus músculos al máximo, y eso le había dado el espacio suficiente para moverse, aunque si quería tener alguna probabilidad de soltarse necesitaría algo más de espacio en que maniobrar.

No tenía ningún plan o escala temporal por la que guiarse. No tenía ni idea de cuándo podía presentarse alguna oportunidad, pero ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Seguir inmóvil como un muñeco, portarse como un prisionero modelo mientras esos gusanos de cuerpos blandos se rascaban la piel pulposa de sus cuerpos e intentaban encontrar el paradero de la Mente? Un guerrero no podía hacer algo semejante; había recorrido una distancia demasiado grande, había visto demasiadas muertes…

* * *

—¡Eh! —Wubslin abrió una ventanilla en el último piso del tren y asomó la cabeza por ella—. ¡Los ascensores funcionan! ¡Acabo de subir hasta aquí en uno! ¡Todo funciona!

—¿Sí? —Yalson le saludó con la mano—. Estupendo, Wubslin.