Выбрать главу

El tren vibraba bajo sus pies. Diales, medidores, pantallas y paneles indicaban el estado de la maquinaria. Los ojos de Wubslin recorrieron los controles situados ante dos asientos inmensos que estaban de cara a la consola principal, tras la que se alzaba el vidrio blindado que formaba parte de la abrupta curva hacia abajo seguida por el morro del tren. El túnel que se extendía delante del tren estaba a oscuras, con sólo unas lucecitas ardiendo en las paredes.

A cincuenta metros había un complicado conjunto de desviaciones y agujas que dividían el trazado de las vías, haciéndolas internarse en dos túneles. Una ruta estaba obstruida por la parte trasera del tren que había un poco más allá y que Wubslin podía ver; el otro túnel se curvaba evitando la caverna de reparación y mantenimiento y proporcionaba un camino hasta la próxima estación.

Wubslin alargó el brazo sobre la consola de control para poder tocar la lisa y fría superficie del cristal. Sus dedos la acariciaron lentamente. Sonrió para sí mismo. Cristal, nada de una pantalla visora… Lo prefería. Los diseñadores de aquel tren poseían pantallas holográficas, superconductores y levitación magnética —habían usado todas esas técnicas en los tubos de tránsito—, pero cuando llegó el momento de su obra principal no les avergonzó mantenerse fieles a una tecnología aparentemente más tosca pero con mayor resistencia a los daños. Ésa era la razón de que el tren poseyera cristales blindados y se desplazase sobre vías de metal. Wubslin se frotó lentamente las palmas de las manos y contempló la multitud de instrumentos y controles que le rodeaba.

—Soberbio —murmuró.

Se preguntó si podría averiguar qué controles accionaban las cerraduras de las puertas que daban acceso al vagón del reactor.

* * *

Quayanorl había logrado llegar a la sala de control.

Estaba intacta. Por encima del suelo todo eran soportes metálicos que sostenían asientos, paneles de control y las luces brillantes del techo. El idirano se arrastró por el suelo balbuceando palabras que el dolor le impedía comprender e intentó recordar por qué había recorrido toda aquella distancia.

Apoyó la cara en el frío suelo de la sala. El tren vibró bajo su rostro como si le enviara un mensaje. Seguía estando vivo; había sufrido daños y, como él, no mejoraría, pero seguía estando vivo. Quayanorl sabía que había tenido intención de hacer algo, pero ahora todo estaba volviéndose borroso y empezaba a escapársele. La frustración era tan intensa que sintió deseos de llorar, pero era como si ya ni tan siquiera le quedasen energías para ello.

«¿Qué era? —se preguntó mientras el tren seguía vibrando bajo su rostro—. Yo quería… Yo… ¿Qué?»

* * *

Unaha-Closp inspeccionó el vagón del reactor. Al principio la mayor parte le resultó inaccesible, pero la unidad acabó dando con la forma de entrar y se abrió paso por el conducto que protegía un grupo de cables.

Recorrió el vagón observando el sistema y su forma de funcionar. Las planchas de sustancia absorbente impedían que la pila se recalentera, el recubrimiento de uranio consumido había sido diseñado con el fin de proteger los frágiles cuerpos de los humanoides y las cañerías para el intercambio calórico tomaban el calor de la pila y lo llevaban hasta las baterías de pequeñas calderas donde el vapor hacía girar generadores para producir la energía que accionaba las ruedas del tren. Unaha-Closp sacó la impresión global de que todo era muy complicado. Complicado y, al mismo tiempo, muy tosco… Pese al gran número de sistemas de seguridad incluidos en el diseño había muchas cosas que podían averiarse o dejar de funcionar.

Al menos si y cuando los humanos tuvieran que desplazarse mediante aquellas arcaicas locomotoras nucleares-eléctricas-de vapor utilizarían la energía del sistema principal. La unidad descubrió que estaba de acuerdo con el Cambiante. Los idiranos que habían intentado poner en marcha aquel montón de chatarra milenaria debían haber perdido el juicio.

* * *

—¿Dormían dentro de esas cosas?

Yalson alzó los ojos hacia las redes que colgaban del techo. Horza, Balveda y ella estaban en la puerta de una gran caverna que había sido utilizada como dormitorio por la raza extinguida que hacía ya mucho tiempo trabajó en el Sistema de Mando. Balveda probó una de las redes. Eran como hamacas abiertas suspendidas entre juegos de palos que colgaban del techo. Debía de haber como un centenar, y hacían pensar en aparejos de pesca colgados a secar.

—Supongo que debían encontrarlas cómodas —dijo Horza. Miró a su alrededor. No había ningún sitio que pudiera servir de escondrijo a la Mente—. Sigamos —dijo—. Ven, Balveda…

Balveda se apartó de la red-cama que había estado inspeccionando, dándole un último empujón que la hizo balancearse ligeramente, y se preguntó si habría algún baño o ducha capaz de funcionar en algún lugar de aquel sistema de túneles.

* * *

Alzó el brazo hacia la consola. Tiró con todas sus fuerzas y consiguió apoyar la cabeza en el asiento. Utilizó los músculos de su cuello y su cada vez más dolorido y débil brazo para hacer palanca y erguirse. Logró que su torso girara sobre sí mismo. Una de sus piernas se enganchó en la parte inferior del asiento y estuvo a punto de hacerle caer. Quayanorl lanzó un respingo de dolor. Bueno, al menos ahora estaba en el asiento.

Contempló las masas de controles, alzó los ojos hacia el cristal blindado y observó el ancho túnel que se extendía detrás de la curva que formaba el morro del tren. La negrura de las paredes quedaba interrumpida a intervalos regulares por las luces; los raíles de acero se alejaban serpenteando hasta perderse en la distancia.

Quayanorl contempló aquel espacio vacío y silencioso y experimentó una leve sensación de victoria. Acababa de recordar por qué se había arrastrado hasta allí.

* * *

—¿Es eso? —preguntó Yalson.

Estaban en la sala de control general, el lugar desde el que se dirigían todas las complicadas funciones de la estación propiamente dicha. Horza había activado algunas pantallas y comprobó las cifras que le daban. Después tomó asiento ante una consola y usó las cámaras manejadas mediante control remoto de la estación para echar un último vistazo a los pasillos, habitaciones, túneles, pozos y cavernas. Balveda se instaló en otro de aquellos inmensos asientos y empezó a balancear las piernas, haciendo pensar en una niña sentada en el butacón de un adulto.

—Así es —dijo Horza—. He comprobado toda la estación. A menos que se haya ocultado en un tren, la Mente no se encuentra aquí.

Activó las cámaras de las otras estaciones y fue repasándolas por orden ascendente. Se entretuvo un poco más con la de la estación cinco, que le proporcionó una imagen de los cuatro medjels muertos y los restos del tosco vehículo de combate fabricado por la Mente tomada desde lo alto de la caverna, y pasó a la cámara instalada en el techo de la estación seis…

* * *

Aún no me han encontrado. No puedo oírles como debería. Lo único que puedo oír es el eco de sus pasitos. Sé que se encuentran aquí, pero no tengo forma de averiguar lo que están haciendo. ¿He logrado engañarles? Detecté un sensor de masas, pero su señal se desvaneció. Hay otro sensor. Uno de ellos lo lleva encima, pero no puede estar funcionando como debería. Quizá he logrado engañarles, como era mi esperanza. Puede que el tren me haya salvado.

Qué irónico… Puede que hayan capturado a un idirano. Capto otro ritmo en sus pasos. ¿Todos caminan, o hay algunos con unidades antigravitatorias? ¿Cómo han logrado llegar hasta aquí? ¿Será posible que sean Cambiantes de la superficie?