Horza había usado el Cambio para convertirse en un viejo, y su legado seguía con él. Zallin estaba muy cerca.
El joven se lanzó hacia adelante usando sus enormes brazos como un par de pinzas en un torpe intento de agarrar a Horza. Horza se agachó y saltó a un lado con mucha más rapidez de la que Zallin había previsto. Antes de que pudiera dar la vuelta para seguir a Horza el Cambiante ya había lanzado una patada dirigida a su cabeza que se estrelló contra el hombro del joven. Zallin lanzó una maldición y Horza le imitó. Se había hecho daño en el pie.
El joven volvió a avanzar hacia él frotándose el hombro. Al principio se movió de una forma casi despreocupada, pero uno de sus largos brazos salió disparado de repente y el puño casi chocó con el rostro de Horza. El Cambiante sintió el viento creado por el golpe rozándole la mejilla. Si ese puñetazo hubiera dado en el blanco habría puesto punto final a la pelea. Horza hizo una finta, saltó en dirección opuesta, giró sobre un talón y volvió a lanzar una patada, ahora hacia la ingle del joven. El pie llegó a su objetivo, pero Zallin se limitó a curvar los labios en una medio sonrisa mueca de dolor y volvió al ataque. El rociado anestésico debía haber dejado insensible toda aquella zona de su cuerpo.
Horza empezó a moverse en círculos alrededor del joven. Zallin le observaba con mucha atención. Seguía manteniendo los brazos extendidos delante del cuerpo igual que si fueran un par de pinzas, y los dedos se flexionaban de vez en cuando como si anhelaran desesperadamente entrar en contacto con la garganta de Horza. Horza apenas si era consciente de las personas que le rodeaban, o de las luces y el equipo del hangar. Lo único que podía ver era el cuerpo agazapado del joven que tenía delante, con sus inmensos brazos y sus cabellos plateados, su camiseta deshilachada y sus zapatillas deportivas. Zallin se lanzó al ataque y las suelas de goma chirriaron sobre el metal de la cubierta. Horza giró sobre sí mismo y su pierna derecha trazó una curva. Su pie acertó a Zallin en la sien derecha, y el joven se alejó bailoteando mientras se frotaba la oreja.
Horza sabía que estaba volviendo a jadear. Mantener el estado de tensión máxima exigía demasiada energía. Tenía que estar preparado para el siguiente ataque y, mientras tanto, no le estaba haciendo el daño suficiente a Zallin. Tal y como iban las cosas el joven no tardaría en dejarle agotado aunque no le diera ni un solo golpe. Zallin volvió a extender los brazos y avanzó. Horza saltó a un lado y sus músculos de anciano protestaron. Zallin giró sobre sí mismo. Horza saltó hacia adelante moviéndose sobre un pie y lanzó el talón del otro hacia la cintura del joven. El pie dio en el blanco con un thump muy satisfactorio, Horza se dispuso a apartarse… y se dio cuenta de que no podía mover el pie. Zallin había logrado atraparlo con una mano. Horza cayó sobre la cubierta.
Zallin estaba tambaleándose con una mano sobre la base de su caja torácica, jadeando con el cuerpo casi doblado en dos. Horza pensó que debía haberle roto una costilla, pero Zallin seguía sujetándole el pie con la otra mano. Por mucho que tirara y se retorciese, Horza era incapaz de romper la presa.
Intentó establecer un pulso de sudor en la parte inferior de su pierna derecha. No había practicado esa maniobra desde sus combates de ejercicio en la Academia de Heibohre, pero valía la pena intentarlo; cualquier truco que ofreciera una posibilidad de aflojar esa presa era digno de ser intentado… No funcionó. Quizá había olvidado el procedimiento adecuado, o quizá el envejecimiento artificial sufrido por sus glándulas sudoríparas había hecho que fueran incapaces de reaccionar con la rapidez exigida. Fuera cual fuese la respuesta, su pie seguía atrapado entre los dedos del joven. Zallin estaba recuperándose del golpe que le había propinado Horza. Sacudió la cabeza y las luces del hangar se reflejaron en su cabellera. Después agarró el pie de Horza con la otra mano.
Horza estaba caminando alrededor del joven apoyándose en las manos, con una pierna aprisionada y la otra colgando en un intento de descargar algún peso sobre la cubierta. Zallin miró al Cambiante e hizo girar las manos como si intentara arrancarle el pie derecho. Horza había previsto la maniobra e hizo girar todo su cuerpo antes de que Zallin empezara a ponerla en práctica. Acabó donde había empezado, con el pie entre las manos de Zallin y sus palmas desplazándose como cangrejos a través de la cubierta mientras intentaba seguir los movimientos del joven. «Puedo llegar hasta su pierna; una torsión del cuello y un mordisco —pensó Horza, intentando desesperadamente dar con alguna solución—. En cuanto empiece a reaccionar más despacio tendré una oportunidad. No se darán cuenta. Lo único que necesito es…» Y, entonces, naturalmente, se acordó. Le habían arrancado esos dientes. Parecía que esos viejos bastardos —y Balveda—, conseguirían acabar con él después de todo, y en el caso de Balveda sería una venganza desde más allá de la tumba. Mientras Zallin siguiera sujetándole el pie la pelea sólo podía seguir un camino.
«Qué diablos… Voy a morderle de todas formas». El pensamiento fue una sorpresa incluso para él mismo; su mente lo concibió y su cuerpo lo puso en práctica antes de que tuviera tiempo de tomar en consideración lo que hacía. Lo siguiente que supo era que estaba usando la pierna atrapada y el empujón dado con las manos para impulsarse hacia Zallin, y que su cuerpo estaba entre las piernas del joven. Horza clavó todos los dientes que le quedaban en la pantorrilla derecha del muchacho.
—¡Ah! —gritó Zallin.
Horza mordió con más fuerza, sintiendo cómo la presión ejercida sobre su pie se aflojaba ligeramente. Alzó la cabeza intentando desgarrar la carne del joven. Tenía la impresión de que su rótula iba a estallar y de que su pierna se partiría en dos, pero siguió masticando la carne viva que le llenaba la boca y sus puños se alzaron para golpear el cuerpo de Zallin con todas sus fuerzas. Zallin le soltó.
Horza dejó de morder al instante y se apartó antes de que las manos del joven pudieran caer sobre su cabeza. Logró ponerse en pie. Tenía el tobillo y la rodilla algo doloridos, pero no era grave. Zallin fue hacia él cojeando con la pantorrilla cubierta de sangre. Horza cambió de táctica y saltó hacia adelante, golpeando al joven en el vientre bajo la rudimentaria guardia de sus inmensos brazos. Zallin se llevó las manos al estómago y la parte inferior de la caja torácica, y se agachó en un movimiento reflejo. Horza pasó junto a él, se dio la vuelta y dejó caer las dos manos sobre su cuello.
Normalmente el golpe habría sido mortal, pero Zallin era fuerte y Horza seguía estando débil. El Cambiante se irguió y se dio la vuelta, pero tuvo que evitar a los mercenarios que estaban de pie junto al mamparo; la pelea había atravesado el hangar de un extremo a otro. Horza no tuvo tiempo de asestar otro golpe. Zallin había vuelto a incorporarse con el rostro contorsionado por la agresividad frustrada. Lanzó un grito y corrió hacia Horza, quien esquivó limpiamente la embestida. Pero Zallin tropezó, y el azar quiso que su cabeza chocara con el estómago de Horza.
El golpe resultó todavía más doloroso y desmoralizador porque era totalmente inesperado. Horza cayó y rodó sobre sí mismo intentando librarse de Zallin, pero el joven se desplomó sobre él, aprisionándole contra la cubierta. Horza se retorció, pero no ocurrió nada. Estaba atrapado.
Zallin se irguió apoyándose en una palma y tensó la otra mano convirtiéndola en un puño mientras contemplaba con una sonrisa burlona el rostro del hombre que tenía debajo. Horza comprendió que no podía hacer nada. Vio como aquel puño inmenso subía lentamente y empezaba a bajar. Tenía el cuerpo pegado a la cubierta y los brazos atrapados, y supo que ése era el final. Había perdido. Se preparó para mover la cabeza lo más deprisa posible apartándola del puñetazo destructor de huesos que estaba claro llegaría en cualquier momento y volvió a hacer un intento de mover las piernas, pero sabía que era inútil. Quería cerrar los ojos, pero sabía que debía mantenerlos abiertos. «Puede que el Hombre se apiade de mí. Debe haberse dado cuenta de que he luchado bien. Quizá decida detenerle…»