La unidad flotó por los túneles pensando que aquella catedral de oscuridad se había convertido en una arena vidriada, una especie de crisol.
Xoxarle estaba de pie en la plataforma. Seguía sujeto a los soportes de la rampa de acceso. La mirada que le lanzó el idirano en cuanto vio emerger de los túneles a Unaha-Closp no le hizo ninguna gracia. Leer algo en la expresión de aquella criatura era casi imposible —suponiendo que pudiera afirmarse que el idirano poseía algo parecido a una expresión—, pero había algo en Xoxarle que no le gustaba nada. Tuvo la impresión de que el idirano acababa de quedarse inmóvil, o que había dejado de hacer algo que no quería fuese percibido por los demás.
Unaha-Closp se detuvo ante la boca del túnel y vio como Aviger alzaba los ojos hacia él desde la plancha sobre la que estaba sentado. El viejo apartó la mirada un instante después, y ni tan siquiera se tomó la molestia de saludarle.
El Cambiante y las dos hembras estaban en la zona de control del tren junto con el ingeniero Wubslin. Unaha-Closp les vio y fue hacia las rampas de acceso y la puerta más próxima. Cuando llegó allí se quedó quieto. El aire se movía suavemente. La corriente era casi imperceptible, pero estaba allí. Podía sentirla.
Haber vuelto a dar la energía habría activado algunos sistemas automáticos que estarían trayendo más aire fresco de la superficie o sacándolo de las unidades de filtrado atmosférico. Sí, debía de ser eso.
Unaha-Closp entró en el tren.
—Qué máquina tan pequeña y desagradable —dijo Xoxarle volviéndose hacia Aviger.
El viejo asintió vagamente. Xoxarle se había dado cuenta de que si le hablaba Aviger aún le miraba menos que si guardaba silencio. Era como si el sonido de su voz le tranquilizara, asegurándole que Xoxarle seguía allí, inmóvil e incapaz de hacer nada. Por otra parte, hablar —mover la cabeza para contemplar al humano, encogerse ocasionalmente de hombros, lanzar una risita— le proporcionaba excusas para moverse y aflojar los cables un poquito más. Siguió hablando. Con un poco de suerte los demás se quedarían un rato dentro del tren, y quizá tuviera una posibilidad de escapar.
¡Si lograba adentrarse en los túneles con un arma les proporcionaría la persecución de sus vidas!
—Bueno, deberían haberse abierto —estaba diciendo Horza. Para empezar, según la consola que Wubslin y él tenían delante las puertas del vagón que albergaba el reactor nunca habían estado cerradas. Horza se volvió hacia el ingeniero—. ¿Estás seguro de que intentaste abrirlas siguiendo el procedimiento adecuado?
—Claro que sí —dijo Wubslin, poniendo cara de ofendido—. Sé cómo funcionan los distintos tipos de cerraduras. Intenté hacer girar la ruedecilla incrustada en el panel, y no lo conseguí. De acuerdo, mi brazo sigue un poco anquilosado, pero aun así… Bueno, tendría que haberse abierto.
—Puede que el mecanismo esté averiado —dijo Horza. Se irguió y volvió la cabeza hacia el final del tren, como si intentara atravesar el centenar de metros de plástico y metal que se interponían entre sus ojos y el vagón del reactor—. Hmmm… Ese vagón… No hay ningún espacio lo suficientemente grande para que la Mente pueda haberse escondido en él, ¿verdad?
Wubslin alzó los ojos del panel que estaba contemplando con expresión absorta.
—No lo creo.
—Bueno, ya estoy aquí —dijo Unaha-Closp con voz adusta, y entró flotando por la puerta de la sala de control—. ¿Qué quieres que haga ahora?
—Tardaste lo tuyo para registrar el otro tren —dijo Horza volviéndose hacia la unidad.
—Hice un registro muy concienzudo. Más concienzudo que el vuestro, a menos que no haya oído bien lo que estabais diciendo antes de que entrara. ¿Dónde puede haber un espacio lo suficientemente grande para ocultar a la Mente?
—En el vagón del reactor —dijo Wubslin—. Algunas puertas se me resistieron. Horza dice que según los controles deberían estar abiertas.
—¿Quieres que vaya allí a echar un vistazo? —preguntó Unaha-Closp, girando sobre sí mismo hasta que su parte frontal quedó encarada a Horza.
El Cambiante asintió.
—Suponiendo que no sea pedirte demasiado, claro… —dijo con voz tranquila.
—No, no —dijo Unaha-Closp con falsa despreocupación mientras retrocedía hacia la puerta por la que había entrado—. Esto de obedecer órdenes empieza a gustarme. Déjamelo a mí.
Se alejó por el pasillo con rumbo hacia el vagón que contenía el reactor.
Balveda se volvió hacia el cristal blindado y contempló la parte trasera del tren que tenían delante, el que acababa de ser inspeccionado por Unaha-Closp.
—Si la Mente estuviera oculta en el vagón del reactor, ¿no aparecería en tu sensor de masas, o se confundiría con la señal emitida por la pila?
Volvió la cabeza lentamente para mirar al Cambiante.
—¿Quién sabe? —replicó Horza—. No soy ningún experto en los mecanismos de este traje, y menos ahora que ha sufrido daños tan considerables.
—Te estás volviendo muy confiado, Horza —dijo la agente de la Cultura con una leve sonrisa—. Dejas que la unidad se encargue de perseguir a tu presa, ¿eh?
—Permito que se distraiga explorando un poco, Balveda —dijo el Cambiante.
Se dio la vuelta y concentró su atención en los controles. Observó las pantallas, diales y medidores y los gráficos y las lecturas que cambiaban sin cesar en un intento de averiguar qué estaba ocurriendo en el vagón reactor…, suponiendo que ocurriera algo, naturalmente. Por lo que podía ver todo parecía normal, aunque los conocimientos sobre los sistemas del reactor que había adquirido durante su época como centinela eran bastante más reducidos que los referentes al resto del tren.
—De acuerdo —dijo Yalson. Hizo girar su asiento, puso los pies sobre el borde de la consola y se quitó el casco—. Bueno, suponiendo que la Mente no esté en el vagón del reactor… ¿Qué vamos a hacer? ¿Empezamos a dar vueltas metidos en este trasto, usamos los tubos de tránsito o qué?
—No estoy seguro de que viajar en uno de estos trenes sea muy buena idea —dijo Horza. Miró a Wubslin—. Había pensado en dejaros a todos aquí y recorrer la totalidad del Sistema usando un tubo de tránsito intentando localizar a la Mente con el sensor de masas del traje. No necesitaría mucho tiempo, ni aun suponiendo que hiciera el viaje dos veces para cubrir el doble trazado de vías que se extiende entre las estaciones. Los tubos de tránsito no están provistos de reactores, por lo que no habría ningún eco falso que pudiera interferir con el funcionamiento del sensor.
Wubslin, que estaba sentado ante los controles principales del tren, puso cara de abatimiento.
—Entonces, ¿por qué no permites que volvamos a la nave? —le preguntó Balveda.
Horza la miró.
—Balveda, no estás aquí para hacer sugerencias.
—Oh, sólo intentaba ayudar.
La agente de la Cultura se encogió de hombros.
—¿Y si no logras encontrarla? —preguntó Yalson.
—Volveremos a la nave —dijo Horza meneando la cabeza—. Es lo único que podemos hacer. Cuando estemos a bordo, Wubslin podrá inspeccionar el sensor de masas del traje y según lo que descubra volveremos aquí abajo o no. Ahora que la energía está conectada el trayecto será bastante corto y no requerirá ninguna clase de ejercicio físico.
—Lástima —dijo Wubslin acariciando los controles—. Ni tan siquiera podemos usar este tren para volver a la estación cuatro. El tren de la estación seis nos obstruye el paso.