—Probablemente aún es capaz de moverse —dijo Horza volviéndose hacia el ingeniero—. Si queremos usar los trenes tendríamos que cambiar de vehículo en algún momento u otro vayamos donde vayamos.
—Oh, bueno, qué se le va a hacer… —dijo Wubslin con expresión distraída. Volvió a contemplar los controles y señaló uno de ellos—. ¿Es el control de velocidad?
El Cambiante dejó escapar una carcajada, se cruzó de brazos y le miró.
—Sí. Vamos a ver si conseguimos hacer un viaje corto…
Se inclinó sobre el panel y señaló un par de controles, explicándole que el tren estaba listo para ponerse en marcha. Wubslin y Horza hablaron en voz baja durante un rato, señalando distintos paneles y asintiendo con la cabeza.
Yalson se removió nerviosamente en su asiento y acabó volviéndose hacia Balveda. La mujer de la Cultura estaba contemplando a Horza y Wubslin. Sonreía. Balveda se dio cuenta de que Yalson estaba mirándola, volvió el rostro hacia Yalson y su sonrisa se hizo un poco más ancha. Inclinó la cabeza un par de centímetros en dirección a los dos hombres y enarcó las cejas. Yalson no pudo impedir que sus labios le devolvieran la sonrisa y sus dedos disminuyeron un poco la presión que ejercían sobre el arma.
Las luces llegaban muy deprisa. Desfilaban en un torrente casi continuo que creaba una parpadeante pauta de luces estroboscópicas en la penumbra de la cabina. Lo sabía. Había abierto el ojo y las había visto.
Mover ese párpado había requerido todas las fuerzas de que disponía. Quayanorl se había quedado dormido durante un rato. No estaba muy seguro de cuánto tiempo. Sólo sabía que había estado dormitando. El dolor ya no era tan terrible como antes. Había permanecido inmóvil durante un rato, con su cuerpo destrozado medio dentro y medio fuera de aquel extraño asiento diseñado para los contornos de otra raza, con la cabeza apoyada en la consola de control y la mano sostenida por la pequeña tapa del compartimento contiguo a la palanca de control que había abierto, los dedos bajo la palanca del freno contenida en el hueco.
Había descansado. Aunque lo hubiese intentado no habría podido expresar lo agradable que había sido aquel breve sueño después de su espantoso arrastrarse a través del tren y el túnel de su propio dolor.
El movimiento del tren se había alterado. Seguía meciéndole, pero más deprisa que antes, y el ritmo también había cambiado. La nueva vibración era bastante más rápida, y hacía pensar en un corazón latiendo a toda velocidad. Quayanorl tenía la impresión de que ahora no sólo podía sentirla, sino que también podía oírla. Era como el ruido del viento que soplaba por aquellos agujeros enterrados a gran profundidad bajo la desolación barrida por las ventiscas de la superficie… O quizá sólo fueran imaginaciones suyas. No estaba muy seguro.
Volvía a tener la sensación de que era muy pequeño. Estaba viajando con sus amiguitos y su viejo Mentor Querl y el movimiento le acunaba, adormilándole y haciéndole entrar y salir de un sueño feliz y placentero.
«He hecho todo lo que podía hacer —pensaba una y otra vez—. Puede que no sea suficiente, pero he hecho todo cuanto podía.» Aquello le consolaba.
Le hacía sentirse más tranquilo y a gusto, como la disminución del dolor; le adormilaba, como el movimiento del tren.
Volvió a cerrar el ojo. La oscuridad también era agradable y reconfortante. No tenía ni idea de qué distancia había recorrido, y estaba empezando a pensar que no importaba. Sintió que volvía a perder el contacto con el mundo real. Estaba empezando a olvidar por qué había hecho todo esto. Pero eso tampoco importaba. Ya estaba hecho. Mientras no se moviera nada importaba. Nada.
Nada tenía la más mínima importancia…
Las puertas estaban atascadas, desde luego, igual que en el otro tren. La unidad acabó perdiendo la paciencia y golpeó una puerta de la cámara del reactor con un campo de fuerza. El retroceso la hizo oscilar y salir despedida hacia atrás.
El panel de la puerta ni tan siquiera se había abollado.
Oh, oh.
De vuelta a los pasadizos y los conductos de los cables. Unaha-Closp giró sobre sí mismo, se metió por un corto tramo de pasillo y por un agujero del suelo que acabó llevándole a un panel de inspección situado debajo del nivel inferior.
«Y, naturalmente, al final siempre tengo que hacerlo todo yo. Debería habérmelo imaginado. En resumidas cuentas, lo que estoy haciendo es perseguir a otra máquina y, si doy con ella, llevársela en bandeja a ese bastardo. Tendría que hacerme examinar los circuitos… Estoy pensando que si encuentro a la Mente no se lo diré. Oh, sí, le estaría bien empleado.»
Levantó la compuerta de inspección y se metió por el angosto y oscuro espacio que había debajo del suelo. La compuerta se cerró con un siseo detrás de Unaha-Closp impidiendo el paso a la luz del exterior. Unaha-Closp pensó en dar la vuelta y abrir la compuerta, pero sabía que el mecanismo automático haría que volviera a cerrarse, y que eso le irritaría hasta el punto de que acabaría dañando el mecanismo, con lo que se habría comportado de una forma tan ridícula como carente de objeto. No, ese tipo de comportamiento quedaba reservado para los seres humanos.
Avanzó por el pasadizo dirigiéndose hacia la parte trasera del tren. El trayecto le haría pasar por debajo del reactor.
El idirano estaba hablando. Aviger podía oír su voz, pero no le prestaba atención. También podía ver al monstruo por el rabillo del ojo, pero no le estaba mirando. Estaba contemplando distraídamente su arma, canturreando y pensando en lo que haría si lograra apoderarse de la Mente. Era muy difícil, claro, casi imposible, pero… Supongamos que todos los demás morían, dejándole en posesión de aquel artefacto. Sabía que los idiranos probablemente estarían dispuestos a pagar muy bien por ella. Y la Cultura también, desde luego; tenían dinero, aunque se suponía que no lo usaban dentro de su civilización.
No eran más que sueños, pero la situación actual se había vuelto tan confusa que cualquier desenlace resultaba imaginable. Nunca se sabe cómo va a caer la moneda. Compraría un poco de tierra, una isla en algún planeta agradable alejado de la guerra… Se sometería a algún proceso de rejuvenecimiento y criaría alguna especie de animales de carreras supercaros, y sus relaciones comerciales le permitirían conocer a la crema de la crema. No, pensándolo mejor contrataría a alguien para que se encargara de todo el trabajo duro. Cuando tenías dinero podías permitírtelo. De hecho, cuando tenías dinero podías permitirte cualquier cosa…
El idirano seguía hablando.
Su mano ya casi estaba libre. Era lo único que podía liberar por ahora, pero con un poco más de tiempo quizá lograra soltarse el brazo. Aflojar los cables estaba volviéndose más fácil a cada momento que pasaba. Los humanos llevaban bastante rato dentro del tren. ¿Cuánto tiempo más pensaban quedarse allí? La pequeña máquina no había tardado tanto. La había visto justo a tiempo cuando emergía de la boca del túnel. Sabía que su sentido de la vista era bastante mejor que el suyo, y durante un momento temió que le hubiera visto mover el brazo que estaba intentando liberar, el que se encontraba más alejado del viejo humano. Pero la máquina había desaparecido en el interior del tren y no había ocurrido nada. Xoxarle no apartaba los ojos del viejo. El humano parecía absorto en sus fantasías. Xoxarle siguió hablando, narrando victorias idiranas al aire que le rodeaba.