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Aguzó el oído pero no logró captar ningún sonido. Se volvió hacia el viejo humano y descubrió que le estaba mirando. ¿Se habría dado cuenta?

—¿Se te han acabado las batallas y victorias? —preguntó Aviger con voz cansada.

Sus ojos recorrieron al idirano de arriba abajo. Xoxarle se rió, y si Aviger hubiera estado lo suficientemente versado en los gestos y los tonos de voz idiranos quizá se habría dado cuenta de que su risa era un poco demasiado fuerte, y hasta puede que algo nerviosa.

—¡Nada de eso! —dijo Xoxarle—. No, sólo estaba pensando que…

Se embarcó en otra historia sobre enemigos derrotados. Se la había contado a su familia y la había narrado en comedores de nave y en compartimentos de lanzaderas de ataque; habría podido repetirla incluso dormido. Su voz resonó por los espacios brillantemente iluminados de la estación y el viejo humano bajó los ojos hacia el arma que sostenía en sus manos, pero los pensamientos de Xoxarle estaban en otra parte. Su mente intentaba averiguar qué sucedía. Seguía tirando de los cables que sujetaban su brazo; ocurriera lo que ocurriese tenía que estar en condiciones de mover algo más que su mano. La comente de aire era cada vez más fuerte, pero seguía sin oír nada. Un chorrito de polvo continuo caía de la viga que había encima de su cabeza.

Tenía que ser un tren. ¿Podía haber algún tren en marcha por algún lugar del sistema de túneles? Imposible…

«¡Quayanorl! ¿Y si dejamos los controles…?» Pero no habían intentado dejarlos bloqueados en su posición de actividad. Lo único que hicieron fue averiguar cuáles eran sus funciones y asegurarse de que todos se movían. No habían intentado hacer nada más; no habían tenido tiempo para ello, y no había ninguna razón que justificara semejante acto.

Tenía que ser Quayanorl. Esto era cosa suya. Debía seguir vivo. Había puesto en marcha el tren.

Durante un segundo —mientras tiraba desesperadamente de los cables que le aprisionaban y vigilaba al viejo sin parar de hablar—, Xoxarle imaginó que su camarada seguía vivo en la estación seis, pero enseguida recordó lo graves que habían sido sus heridas. Cuando yacía en la rampa de acceso, Xoxarle había pensado que su camarada podía seguir estando con vida, pero después el Cambiante habló con el viejo —el mismo Aviger que le vigilaba—, y le ordenó que acabara con Quayanorl disparándole en la cabeza. Eso tendría que haber sido el fin de Quayanorl pero, aparentemente, no había sido así.

«¡Fracasaste, viejo!» La corriente de aire se convirtió en una brisa y Xoxarle sintió una oleada de júbilo. Oyó una especie de gemido distante, tan agudo que casi era imperceptible. Sí, ese sonido ahogado venía del tren. Era la alarma.

El brazo de Xoxarle ya casi estaba libre. Sólo le quedaba por aflojar un cable justo encima del codo. Se encogió de hombros y el cable se deslizó sobre la parte superior de su brazo hasta desparramarse encima de su hombro.

—Viejo… Aviger, amigo mío —dijo.

La interrupción de su monólogo hizo que Aviger alzara rápidamente la cabeza.

—¿Qué?

—Sé que esto va a sonarte ridículo, y si no te atreves no voy a culparte por ello, pero estoy sufriendo el picor más infernal que puedas imaginarte en mi ojo derecho. ¿Te importaría rascármelo? Ya sé que la mera idea de un guerrero atormentado por un picor en el ojo suena ridícula, pero te aseguro que durante los últimos diez minutos ha estado a punto de volverme loco. ¿Quieres rascármelo? Si lo deseas puedes usar el cañón de tu arma; si usas el cañón de tu arma te aseguro que no moveré un músculo ni haré el más mínimo movimiento que pueda parecerte amenazador. Usa lo que quieras, pero acaba con ese picor. ¿Querrás hacerlo? Te juro por mi honor como guerrero que digo la verdad.

Aviger se puso en pie. Sus ojos fueron hacia el morro del tren.

«No puede oír la alarma. Es viejo. ¿Y los otros, los más jóvenes? ¿Podrán oírla? ¿Es demasiado aguda para ellos? ¿Y la máquina? Oh, vamos, viejo estúpido, acércate. ¡Ven aquí!»

* * *

Unaha-Closp apartó los cables que había cortado. Ahora podía meterse en el conducto y seguir cortando.

—Unidad, unidad, ¿puedes oírme?

Esa mujer… Era Yalson otra vez.

—¿Y ahora qué? —preguntó Unaha-Closp.

—Horza ha dejado de recibir algunas lecturas procedentes del vagón del reactor. Quiere saber qué estás haciendo.

—Maldita sea, pues claro que quiero saberlo…

La voz de Horza, más débil porque estaba más alejado del micrófono.

—He tenido que cortar algunos cables. Parece que es la única forma de llegar al área del reactor. Si insistes ya los repararé luego.

El canal del comunicador quedó en silencio durante un segundo, y Unaha-Closp creyó oír una especie de zumbido estridente. Pero no estaba seguro. «En los límites de la sensación», se dijo a sí mismo. El canal volvió a activarse.

—Está bien —dijo Yalson—. Pero Horza quiere que le avises antes de que se te ocurra volver a cortar algo, sobre todo cables.

—¡De acuerdo, de acuerdo! —dijo Unaha-Closp—. Y ahora, ¿queréis dejarme en paz?

La comunicación se cortó. Unaha-Closp se quedó inmóvil durante unos momentos. Acababa de pensar que quizá hubiera una alarma sonado en alguna parte, pero en tal caso lo más lógico era que la sala de control recibiera el aviso, y cuando Yalson habló no había oído ningún ruido de fondo, dejando aparte el murmullo irritado del Cambiante. Por lo tanto, no había ninguna alarma.

Unaha-Closp metió un campo de fuerza en el conducto y se dispuso a seguir cortando cables.

* * *

—¿Qué ojo? —preguntó Aviger.

Estaba bastante cerca del idirano. La brisa hizo que un mechón de su rala cabellera amarillenta se deslizara sobre su frente. Xoxarle esperó en silencio a que comprendiera lo que estaba ocurriendo, pero Aviger se limitó a ponerse el mechón en su sitio y alzó la cabeza hacia el idirano con el arma preparada y cara de no saber qué hacer.

—Éste —dijo Xoxarle volviendo lentamente la cabeza.

Los ojos de Aviger se posaron en el morro del tren y volvieron al rostro de Xoxarle.

—No se lo digas a ya-sabes-quién, ¿de acuerdo?

—Lo juro. Ahora, por favor… No puedo soportarlo.

Aviger dio un paso hacia adelante. Seguía estando fuera de su alcance.

—¿Me juras por tu honor que no se trata de ningún truco? —le preguntó.

—Lo juro por mi honor de guerrero. Por el nombre sin mácula de mi madre-padre. ¡Por mi clan y por mi pueblo! ¡Que la galaxia entera se convierta en polvo si miento!

—Vale, vale —dijo Aviger, alzando el arma—. Sólo quería estar seguro, ¿comprendes? —Acercó el cañón al ojo de Xoxarle—. ¿Dónde te pica?

—¡Aquí! —siseó Xoxarle.

El brazo que había logrado liberarse salió disparado hacia el cañón del arma, lo agarró y tiró de él. Aviger se vio arrastrado hacia adelante y chocó con el pecho del idirano. El aliento escapó de sus pulmones, y un instante después el arma bajó velozmente y se estrelló contra su cráneo. Cuando agarró el arma Xoxarle ladeó la cabeza por si se disparaba, pero no tendría por qué haberse molestado. Aviger ni tan siquiera la había activado.

Xoxarle dejó que el cuerpo inconsciente del humano cayera al suelo. La brisa era cada vez más fuerte. Sostuvo el rifle láser con su boca y usó la mano para ajustar los controles en la posición de quemadura a baja intensidad. Arrancó el protector del gatillo para que sus gigantescos dedos pudieran manipular más cómodamente el arma.

Los cables serían fáciles de derretir.

* * *

El manojo de cables que había cortado un metro más adelante salió del conducto como un montón de serpientes emergiendo de un agujero en el suelo. Unaha-Closp se metió en el angosto tubo y aplicó su campo de fuerza más allá de los extremos pelados del siguiente tramo de cables.