«Al final acabas pareciéndote a tus enemigos —pensó Horza—. Puede que haya alguna verdad oculta encerrada en ese hecho…»
—Horza, ¿me estás escuchando? —le preguntó Yalson.
—Hmmm… Sí, claro que te escucho —dijo el Cambiante, y le sonrió.
Balveda frunció el ceño. Horza y Yalson seguían hablando y Wubslin toqueteaba los controles del tren. No sabía por qué, pero estaba empezando a sentirse algo nerviosa.
Un pequeño recipiente vacío pasó por delante del primer vagón, rodó a lo largo de la plataforma sin entrar en el campo visual de Balveda y acabó chocando con la pared que se extendía junto a la boca del túnel.
Xoxarle corrió hacia el fondo de la estación. El túnel del que habían emergido el Cambiante y las dos mujeres cuando volvieron de registrar la estación se encontraba junto a la entrada del túnel para peatones, adentrándose en ángulo recto por la roca detrás de la plataforma de la estación. Aquel túnel le proporcionaría el sitio ideal desde el que observar. Xoxarle creía que allí lograría escapar a los efectos de la colisión, y además se encontraría en una posición muy ventajosa que le permitiría tener toda la estación a tiro de su arma. Podía quedarse allí hasta que se produjera el choque. Si intentaban escapar acabaría con ellos. Comprobó el arma y aumentó la potencia al máximo.
Balveda bajó del asiento, cruzó los brazos delante de su cuerpo y caminó lentamente por la sala de control hasta llegar a las ventanillas laterales. Clavó los ojos en el suelo de la estación y se preguntó por qué se sentía tan inquieta.
El viento aullaba por el espacio que había entre el tren y el final del túnel. Su fuerza aumentó hasta convertirse en un auténtico vendaval de tormenta. El último vagón del tren empezó a oscilar. Xoxarle estaba a veinte metros de él, arrodillado en el suelo del túnel de peatones con una rodilla sobre la espalda de Aviger, quien seguía inconsciente.
Unaha-Closp dejó de cortar el cable. Dos pensamientos cruzaron velozmente por su conciencia. El primero era que, maldita sea, estaba oyendo un ruido extraño que no era fruto de su imaginación; el segundo que si una alarma de la sala de control empezara a sonar, no sólo sería inaudible para los humanos, sino que también había una buena posibilidad de que el micrófono del casco de Yalson no fuese capaz de transmitir un zumbido tan estridente.
Pero en tal caso… ¿No habría también algún tipo de advertencia visual?
Balveda se volvió hacia una de las ventanillas laterales, aunque no llegó a mirar hacia fuera. Acabó apoyándose en la consola y se volvió hacia los demás.
—…no comprendo que sigas tan decidido a encontrar ese maldito trasto —estaba diciendo Yalson.
—No te preocupes —dijo el Cambiante—. Lo encontraré.
Balveda se dio la vuelta y contempló la estación.
Y en ese instante los cascos de Yalson y Wubslin se activaron y la voz de Unaha-Closp brotó de ellos. Balveda estaba distraída. Acababa de ver un trozo de algún material negro que se deslizaba rápidamente por el suelo de la estación. Sus pupilas se dilataron y abrió la boca.
El viento de tormenta se había convertido en un huracán. Un ruido lejano, como el de una tremenda avalancha oída desde muy lejos, emergió por la boca del túnel.
Una luz apareció al final del túnel, allí donde empezaba la última recta del tramo de vías que separaba la estación siete de la seis.
Xoxarle no podía ver la luz, pero podía oír el ruido. Alzó el arma y enfiló el cañón hacia el flanco del tren. Los humanos eran estúpidos, pero no tardarían en darse cuenta de lo que ocurría.
Los raíles de acero empezaron a vibrar y gemir.
Unaha-Closp retrocedió a toda velocidad por el conducto, arrojando los trozos de cable que había cortado contra las paredes.
—¡Yalson! ¡Horza! —gritó por su comunicador.
Siguió avanzando lo más deprisa posible por el corto y angosto tramo de túnel. En cuanto dobló la esquina que había recortado para pasar pudo oír el débil e insistente zumbido quejumbroso de la alarma.
—¡Hay una alarma activada! ¡Puedo oírla! ¿Qué está pasando?
Seguía encontrándose dentro del pasadizo, pero aun así pudo oír y sentir el chorro de aire que se deslizaba alrededor del tren y se metía por debajo de los vagones.
—¡Ahí fuera está soplando un auténtico vendaval! —gritó Balveda en cuanto la unidad dejó de hablar.
Wubslin levantó su casco de la consola. El gesto reveló una lucecita anaranjada que se encendía y apagaba. Horza la miró fijamente. Balveda estaba observando la plataforma. Nubes de polvo se deslizaban sobre el suelo de la estación. El equipo más ligero de la plancha estaba siendo arrastrado por el vendaval.
—Horza —dijo Balveda en voz baja—, no puedo ver a Xoxarle. Aviger tampoco está.
Yalson se había puesto en pie. Horza ladeó la cabeza durante un segundo para mirar por una de las ventanillas laterales y sus ojos volvieron a la lucecita que parpadeaba en la consola.
—¡Es una alarma! —gritó la voz de Unaha-Closp desde los dos cascos—. ¡Puedo oírla!
Horza cogió su rifle y agarró el casco de Yalson por el borde.
—Es un tren, unidad —dijo—, es la alarma de colisión. Sal ahora mismo del tren.
Soltó el casco. Yalson lo puso rápidamente en su sitio y cerró los sellos de sujeción. Horza movió la mano señalando la puerta.
—¡Moveos! —gritó.
Sus ojos se deslizaron sobre los rostros de Yalson, Balveda y Wubslin, quien seguía sentado sosteniendo en sus manos el casco que había cogido de la consola.
Balveda fue hacia la puerta. Yalson iba detrás de ella. Horza dio un paso hacia adelante, se detuvo, giró sobre sí mismo y miró a Wubslin, quien acababa de dejar su casco en el suelo y estaba volviéndose hacia los controles.
—¡Wubslin! —gritó—. ¡Vamos, muévete!
Balveda y Yalson estaban corriendo por el pasillo del vagón. Yalson miró hacia atrás y vaciló.
—Tengo que ponerlo en marcha —dijo Wubslin con voz apremiante sin volverse a mirar a Horza.
Pulsó algunos botones.
—¡Wubslin! —gritó Horza—. ¡Sal de aquí ahora mismo!
—Cálmate, Horza —dijo Wubslin. Siguió pulsando botones y accionando interruptores, observando pantallas y diales, torciendo el gesto cada vez que tenía que mover el brazo herido y sin mirar a Horza en ningún momento—. Sé lo que hago. Sal del tren. Conseguiré ponerlo en marcha; ya lo verás.
Horza se volvió hacia la parte trasera del tren. Yalson estaba de pie en el centro del vagón, apenas visible a través del hueco de dos puertas abiertas. Miró primero a Balveda, que seguía corriendo hacia el segundo vagón y las rampas de acceso, y luego a Horza, quien no se había movido de la sala de control. Horza vio como su cabeza se movía de un lado a otro y le hizo señas para que saliera del tren. Después se dio la vuelta, fue hacia Wubslin y le agarró por el codo.
—¡Maldito bastardo, te has vuelto loco! —gritó—. ¡Puede que esté moviéndose a cincuenta metros por segundo! ¿Tienes alguna idea de cuánto tiempo se necesita para que uno de estos trastos se ponga en movimiento?