Выбрать главу

Las chispas brotaron de las vías; las luces de la estación parpadearon y el fuego empezó a hacer estragos. Los restos que habían salido disparados hacia el techo cayeron al suelo, y los ecos temblorosos del desastre reverberaron por toda la estación. El humo empezó a acumularse, las explosiones hicieron vibrar el recinto y, de repente, chorros de agua brotaron de los agujeros situados junto a las parpadeantes hileras de luces esparcidas por toda la superficie de roca que formaba el techo, haciendo que Unaha-Closp se llevara una nueva sorpresa. El agua se convirtió en espuma y fue bajando por el aire como nieve caliente.

Los escombros y restos metálicos se fueron aposentando lentamente entre siseos y gemidos. Las llamas se deslizaron sobre ellos, luchando con la espuma que caía del techo e intentando hallar sustancias inflamables perdidas entre aquella confusión.

Unaha-Closp oyó un grito y miró hacia abajo por entre la niebla compuesta de humo y espuma. Horza salió corriendo de un umbral de la pared, junto a la plataforma que rozaba el comienzo de la masa metálica que estaba siendo devorada por las llamas.

El hombre subió corriendo por la plataforma cubierta de escombros, gritando y disparando su arma. La unidad vio como la roca se resquebrajaba y estallaba alrededor de la lejana entrada del túnel desde donde había estado disparando Xoxarle. Esperó ver disparos de respuesta y presenciar la destrucción del hombre, pero no ocurrió nada. Horza siguió corriendo y disparando sin dejar de lanzar gritos incoherentes. La unidad no podía ver a Balveda.

Xoxarle había vuelto a sacar su arma por la boca del túnel en cuanto los ruidos se desvanecieron. El hombre apareció justo en ese momento y empezó a disparar. Xoxarle tuvo el tiempo suficiente para apuntar, pero no para hacer fuego. Uno de los disparos de Horza dio en la pared muy cerca del arma y algo se estrelló contra la mano de Xoxarle. El arma emitió una especie de balbuceo y dejó de funcionar. Xoxarle examinó el arma y vio un fragmento de roca asomando de su armazón. El idirano lanzó una maldición y arrojó el arma al otro lado del túnel. El Cambiante volvió a disparar y la boca del túnel quedó rodeada por un nuevo diluvio de impactos. Xoxarle bajó la vista hacia Aviger, quien estaba moviéndose débilmente en el suelo. El humano yacía de bruces, y sus miembros se agitaban en el aire o pegados a la roca como alguien que intentara nadar.

Xoxarle había tenido intención de usar al viejo como rehén, pero ahora ya no le serviría de nada. Yalson estaba muerta. Xoxarle la había matado, y Horza quería vengar su muerte.

Xoxarle aplastó el cráneo de Aviger con uno de sus pies, se dio la vuelta y echó a correr.

Estaba a unos veinte metros de la primera curva del túnel. Xoxarle corrió tan deprisa como pudo, ignorando las punzadas de dolor que recorrían sus piernas y su cuerpo. Oyó los ecos de una explosión procedente del recinto central. Un siseo recorrió el techo y los chorros de agua del sistema de rociadores empezaron a caer de la superficie de piedra.

Se lanzó hacia el primer túnel lateral y el aire se incendió con los destellos del láser. La pared salió disparada hacia él y algo le golpeó en la espalda y en una pierna. Xoxarle siguió adelante, medio corriendo y medio cojeando.

Vio unas cuantas puertas delante, a su izquierda. Intentó recordar el trazado de las estaciones. Aquellas puertas debían de llevar a la sala de control y los dormitorios; podía meterse por alguna de ellas, cruzar la caverna de reparaciones y mantenimiento mediante el puente colgante y llegar hasta uno de los túneles laterales que daban acceso al sistema de los tubos de tránsito. Aún podía escapar. Se lanzó contra una puerta y la derribó con su hombro. Los pasos del Cambiante resonaban a su espalda en algún lugar del túnel.

La unidad vio como Horza corría por la plataforma moviendo las piernas a toda velocidad, gritando, aullando y saltando sobre los escombros sin dejar de disparar ni un solo segundo. El Cambiante dejó atrás el sitio donde había yacido el cuerpo de Yalson antes de ser arrastrado por la marea metálica de los vagones y siguió corriendo, precedido por el cono de luz que brotaba de su arma. Pasó junto al lugar donde había estado la plancha del equipo, llegó al punto del otro extremo de la estación desde el que había estado disparando Xoxarle y desapareció en el túnel lateral.

Unaha-Closp empezó a bajar lentamente. Los escombros y restos metálicos crujían y humeaban; la espuma caía del techo como un granizo suave. El olor pestilente de algún gas ponzoñoso estaba empezando a invadir la atmósfera. Los sensores de la unidad detectaron dosis de radiaciones entre medias y altas. Una serie de pequeñas explosiones hizo temblar los restos de los vagones, y originó nuevos incendios que sustituyeron a los que habían sido apagados por la espuma, que cubría el caos de metal retorcido como si fuera nieve yaciendo sobre los picachos de una cordillera.

Unaha-Closp fue hacia la Mente. El ovoide estaba pegado a la pared. Su superficie se había vuelto oscura y mate. Seguía cubierta de irisaciones que se movían lentamente haciendo pensar en los colores del aceite sobre el agua.

—Apuesto a que te creías muy lista, ¿eh? —dijo Unaha-Closp en voz baja. Quizá podía oír sus palabras, quizá estaba muerta; no tenía forma alguna de saberlo—. Esconderte en el vagón del reactor… Apuesto a que también sé lo que hiciste con la pila. La tiraste a uno de esos pozos que hay junto a los motores del sistema de ventilación de emergencia, puede que el mismo que vimos en la pantalla del sensor de masas el primer día. Después te escondiste en el tren. Oh, sí, apuesto a que estabas muy orgullosa de ti misma… Pero mira dónde has acabado.

La unidad contempló la Mente silenciosa. La espuma que caía del techo iba acumulándose sobre ella. La unidad activó un campo de fuerza para limpiarse.

La Mente se movió. Ascendió medio metro primero por un extremo y luego por el otro, y el aire silbó y chisporroteó durante un segundo. La superficie del artefacto se iluminó y Unaha-Closp retrocedió, no muy seguro de qué estaba ocurriendo. Después la Mente descendió hasta quedar casi rozando el suelo y su piel se cubrió de resplandores que se movían lentamente. La unidad captó el olor del ozono.

—Has recibido una buena paliza, pero aún te quedan algunos recursos, ¿eh? —preguntó.

Las nubes de humo estaban imponiéndose a las pocas luces que seguían intactas. La estación empezó a quedar sumida en las tinieblas.

Alguien tosió. Unaha-Closp se dio la vuelta y vio a Perosteck Balveda que emergía tambaleándose de un nicho. La mujer de la Cultura se dobló sobre sí misma y siguió tosiendo. Tenía un corte en la cabeza y su piel se había vuelto de un gris ceniciento. La unidad fue hacia ella.

—Otra superviviente —dijo, más para sí mismo que dirigiéndose a la mujer.

Se puso junto a ella y emitió un campo de fuerza para sostenerla. Los humos y vapores que invadían la atmósfera le impedían respirar. La sangre brotaba de su frente, y Unaha-Closp vio una mancha roja que se iba extendiendo poco a poco por la espalda de la chaqueta que llevaba puesta.

—¿Qué…? —tosió Balveda—. ¿Quién más?

Se tambaleó, y la unidad tuvo que sostenerla mientras avanzaba con paso vacilante sobre los fragmentos de vía y los restos de vagón. El suelo estaba cubierto de rocas arrancadas a las paredes de la estación por la fuerza del impacto.