—Yalson ha muerto —dijo Unaha-Closp como sin darle importancia—. Y probablemente Wubslin también. Horza está persiguiendo a Xoxarle. En cuanto a Aviger, no sé qué ha sido de él. No le he visto. Creo que la Mente sigue viva. Al menos se movía.
Fueron hacia la Mente. De vez en cuando el ovoide movía lentamente uno de sus extremos hacia arriba y hacia abajo como si intentara despegar del suelo. Balveda intentó acercarse un poco más, pero Unaha-Closp la detuvo.
—No te acerques, Balveda —dijo, y la obligó a seguir hacia la plataforma. Los pies de la mujer resbalaban sobre los restos. Seguía tosiendo, y su rostro estaba convulsionado en una mueca de dolor—. Si intentas quedarte aquí la atmósfera acabará asfixiándote —dijo Unaha-Closp con voz amable—. Creo que la Mente puede cuidar de sí misma, y si no… Bueno, ahora no puedes hacer nada por ella.
—Estoy bien —insistió Balveda.
Se quedó quieta e irguió el cuerpo. Su rostro recobró la calma de siempre y dejó de toser. La unidad también se detuvo y la miró. Balveda se volvió hacia ella. Respiraba con normalidad. Su rostro seguía estando de un color gris ceniza, pero su expresión era serena. Apartó la mano cubierta de sangre que había estado manteniendo sobre su espalda y usó la otra para limpiarse parte del fluido rojo de su frente que había resbalado hasta su ojo. Sonrió.
—¿Lo ves?
Y un instante después cerró los ojos, se dobló por la cintura y su cabeza cayó hacia el suelo de la estación al fallarle las rodillas.
Unaha-Closp la atrapó limpiamente con un campo de fuerza antes de que tocara el suelo y la sacó flotando de la zona de la plataforma. Fue por la primera puerta lateral que encontró y se dirigió hacia la sección donde estaban las salas de control y los habitáculos.
Balveda empezó a recobrar el conocimiento en cuanto encontraron aire fresco. Apenas llevaban recorridos diez metros de túnel. Las explosiones retumbaban detrás de ellos, y el aire se movía en oleadas a lo largo de todo el túnel haciendo pensar en los erráticos latidos de un corazón gigantesco. Las luces se encendían y se apagaban; los rociadores del techo dejaron caer unas cuantas gotitas que pronto se convirtieron en chorros.
«Es una suerte que no pueda oxidarme», pensó Unaha-Closp mientras flotaba por el túnel que llevaba a la sala de control. La mujer se agitaba débilmente en su campo de fuerza. Oyó ruido de disparos. Parecía un láser, pero el ruido transmitido por los conductos de ventilación que les envolvía hizo que no pudiera saber de dónde procedían.
—¿Ves? Estoy… estupendamente —murmuró Balveda.
La unidad dejó que se moviera. Ya casi habían llegado a la sala de control. El aire era respirable, y el nivel de radiación estaba disminuyendo. Nuevas explosiones hicieron temblar la estación. La corriente de aire agitó la cabellera de Balveda y la piel de su chaqueta. Unos cuantos copos de espuma cayeron al suelo. Los chorros de agua seguían brotando del techo.
La unidad cruzó el umbral que llevaba a la sala de control. Las luces de la sala no parpadeaban y la atmósfera estaba limpia. Los rociadores del techo no se habían activado, y la única agua que cayó sobre el suelo de plástico era la que se escurría del cuerpo de la mujer y las placas de Unaha-Closp.
—Eso está mejor —dijo Unaha-Closp.
Depositó a la mujer en una silla. Más detonaciones ahogadas hicieron vibrar la roca y el aire.
La unidad manipuló el cuerpo de Balveda hasta dejarlo erguido, le fue inclinando suavemente la cabeza hasta dejársela entre las rodillas y usó un campo de fuerza para darle aire. Las explosiones retumbaban, haciendo vibrar la atmósfera de la sala con un ruido muy parecido al que harían unos…, unos…, unos… ¡Unos pies lanzados a la carrera!
Bum-bum-bum. Burn-tem-burn.
Unaha-Closp alzó la cabeza de Balveda, y estaba a punto de levantarla de la silla cuando el volumen de las pisadas que sonaban al otro lado de la puerta aumentó bruscamente al dejar de confundirse con las explosiones de la estación. La puerta se abrió de golpe. Xoxarle entró como un cohete en la sala de control. Estaba herido, cojeaba y el agua chorreaba de su cuerpo. Vio a Balveda y a la unidad y fue en línea recta hacia ellos.
Unaha-Closp se lanzó hacia adelante con la cabeza del idirano como objetivo. Xoxarle logró atrapar a la unidad con una mano y la estrelló contra un panel de control, destrozando pantallas y paneles luminosos en una furiosa explosión de chispas y humo acre. Unaha-Closp se quedó inmóvil, incrustado en la chisporroteante masa de cables y circuitos medio fundidos que le fueron envolviendo en humo.
Balveda abrió los ojos y miró a su alrededor. Su rostro estaba cubierto de sangre y el miedo distorsionaba sus rasgos. Vio a Xoxarle y dio unos pasos hacia él. Abrió la boca, pero sólo consiguió toser. Xoxarle la agarró, inmovilizándole los brazos a los costados. Miró a su alrededor, quedándose quieto el tiempo suficiente para recobrar el aliento y sus ojos se posaron en la puerta por la que había irrumpido. Sabía que estaba debilitándose. Los puntos de las placas que cubrían su cuerpo en donde le habían alcanzado los disparos del Cambiante apenas si tenían queratina, y también le había alcanzado en la pierna, lo cual le hacía ir cada vez más despacio. El humano no tardaría en atraparle… Contempló el rostro de la mujer que sujetaba en sus brazos y decidió dejarla seguir con vida por el momento.
—Quizá hagas que el diminuto se lo piense dos veces antes de apretar el gatillo… —murmuró. Se echó a Balveda a la espalda sosteniéndola con un brazo y cojeó rápidamente hacia la puerta que llevaba a los dormitorios y, después de ella, a la zona de reparaciones. Abrió la puerta de un rodillazo y dejó que se cerrara a su espalda—. Pero lo dudo —añadió.
Siguió cojeando por el corto tramo de túnel, cruzó el primer dormitorio y avanzó bajo las redes que se balanceaban, moviéndose entre el vacilante parpadeo de las luces mientras los rociadores empezaban a funcionar sobre su cabeza.
Unaha-Closp logró liberarse del panel de la sala de control en que había quedado atrapado. Sus placas estaban cubiertas de alambres quemados y trozos de plástico medio fundido.
—Bastardo asqueroso… —murmuró aturdido, bamboleándose por el aire mientras se alejaba de la consola que echaba humo—. Asquerosa colección de células ambulantes…
Unaha-Closp trazó un vacilante giro por entre el humo y fue hacia la puerta por la que había entrado Xoxarle. Cuando llegó a ella vaciló un par de segundos y acabó cruzando el umbral con un movimiento tembloroso extrañamente parecido a un encogimiento de hombros. Entró en el túnel y fue por él, incrementando su velocidad a cada metro que recorría.
Horza había perdido al idirano. Le había seguido por el túnel y había cruzado unas cuantas puertas destrozadas. Entonces se le presentó una elección: izquierda, derecha o hacia adelante; tres pasillos no muy largos con luces que parpadeaban y chorros de agua cayendo del techo, con el humo arrastrándose en perezosas ondulaciones bajo el sistema de rociadores.
Horza fue por la derecha, el camino que habría tomado el idirano si hubiera decidido dirigirse hacia los tubos de tránsito, suponiendo que supiera en qué dirección quedaban esos tubos y si no tenía algún otro plan.
Pero había escogido la dirección equivocada.
Sus dedos se tensaron sobre el arma. Las falsas lágrimas del agua que caía de los rociadores se deslizaban por su rostro. El arma zumbaba con una vibración que podía sentir a través de sus guantes. Una bola de dolor se desprendió de su vientre y subió hasta invadir toda su garganta y sus ojos, llenándole la boca con un sabor rancio, haciéndole apretar las mandíbulas y convirtiendo sus manos en plomo. Se detuvo en otra encrucijada cerca de los dormitorios y sus ojos fueron de una dirección a otra en una agonía de indecisión mientras el agua seguía cayendo, las luces parpadeaban y el humo reptaba pegado al techo. Oyó un grito, y fue en esa dirección.