Yalson puso la mano sobre lo que Horza supuso debían ser interruptores de la luz, se volvió hacia él y le miró a los ojos.
—Claro —dijo, y pulsó uno de los interruptores sobre los que había puesto la mano. La intensidad de las luces no varió, pero Horza sintió una vibración bajo sus pies. Oyó un silbido y lo que parecía una bomba poniéndose en funcionamiento—. Aposté por ti —dijo Yalson.
Se dio la vuelta y subió corriendo por la escalera que había más allá del umbral, saltando los peldaños de dos en dos.
Horza contempló el hangar vacío y la siguió.
La Turbulencia en cielo despejado expulsó el fláccido cuerpo de Zallin unos segundos antes de que la nave volviera al hiperespacio y sus tripulantes se sentaran a la mesa. El hombre vivo dentro de un traje que habían encontrado fue sustituido por un joven muerto que vestía pantalones cortos y una camiseta deshilachada, un cadáver que empezó a congelarse y dar vueltas lentamente sobre sí mismo mientras un delgado cascarón de moléculas de aire se iba expandiendo a su alrededor como si fuera una imagen de la vida que le había abandonado.
4. El Templo de la Luz
La Turbulencia en cielo despejado se abrió paso por entre la sombra de una luna, dejó atrás una superficie estéril puntuada de cráteres con su trayectoria subiendo y bajando de nivel mientras salvaba la parte superior de un pozo gravitatorio, y acabó descendiendo hacia un planeta azul verdoso cubierto de nubes. Apenas hubo pasado junto a la luna su curso empezó a curvarse y el morro de la nave espacial fue alejándose del planeta para apuntar hacia el espacio. En el punto central de esa curva la Turbulencia en cielo despejado dejó libre su lanzadera, y ésta se deslizó hacia el nebuloso horizonte del planeta y el filo en movimiento de la oscuridad que iba avanzando sobre la superficie del planeta como una capa negra.
Horza estaba sentado en esa lanzadera junto con la mayoría de la abigarrada tripulación de la nave. Todos llevaban puesto su traje espacial y ocupaban angostos bancos en el atestado compartimento de pasajeros de la lanzadera. La variedad de trajes era asombrosa; hasta los tres Bratsilakin llevaban modelos ligeramente distintos. El único ejemplo realmente moderno era el de Kraiklyn, el traje fabricado en Rairch que le había quitado a Horza.
Todos iban armados, y su armamento era tan variado como sus trajes. La mayoría llevaban láseres o, para ser más exactos, lo que la Cultura llamaba SAERC, Sistemas de Armamentos Emisores de Radiación Coherente. Los mejores funcionaban usando longitudes de ondas invisibles al ojo humano. Algunos contaban con cañones de plasma o pistolas pesadas, y uno de los tripulantes poseía un Microobús de aspecto bastante eficiente, pero Horza sólo tenía un rifle de proyectiles, que para colmo era un modelo anticuado, tosco y de disparo bastante lento. El Cambiante lo comprobó por décima o undécima vez y volvió a maldecirlo. También maldijo el viejo traje lleno de fugas que le habían dado; el visor estaba empezando a cubrirse de vaho. Aquello no podía salir bien.
La lanzadera empezó a oscilar y vibrar. Acababa de entrar en contacto con la atmósfera del planeta Marjoin, donde iban a atacar y robar los tesoros de algo llamado el Templo de la Luz.
La Turbulencia en cielo despejado había necesitado quince días para cubrir los aproximadamente veintiún años luz estándares que separaban el sistema de Sorpen del de Marjoin. Kraiklyn alardeaba de que su nave podía rozar los mil doscientos años luz de velocidad, pero afirmaba que velocidades de semejante magnitud estaban reservadas para los casos de emergencia. Horza había estado inspeccionando la vieja nave, y dudaba mucho de que pudiera alcanzar una velocidad de cuatro cifras sin que los motores que creaban el campo distorsionador esparcieran la nave y todo cuanto contenía por los cielos.
La Turbulencia en cielo despejado era una venerable nave de asalto blindada construida en Hron durante el reinado de una de las últimas dinastías de su declive, y había sido concebida buscando más la resistencia y la fiabilidad que la sofisticación y los alardes técnicos. Dado el nivel de capacidad de su tripulación, Horza opinaba que eso era una suerte. La nave medía unos cien metros de largo, veinte de ancho y quince de altura, con una cola de diez metros situada sobre la parte posterior del casco. A cada lado del casco asomaban los promontorios de las unidades de campo, que parecían pequeñas versiones del casco propiamente dicho. Los promontorios nacían justo detrás del morro y se extendían a lo largo de toda la nave, con muñones de alas en el centro y unas delgadas columnas voladizas conectando las estructuras al casco. La Turbulencia en cielo despejado tenía contornos aerodinámicos y estaba equipada con motores de fusión en la cola, así como con un pequeño propulsor situado en la proa que servía para desplazarse por las atmósferas y los pozos gravitatorios. Horza opinaba que en cuanto a comodidades y alojamientos de la tripulación dejaba mucho que desear.
Le habían asignado el catre ocupado por el difunto Zallin y compartía un cubo de dos metros —designado mediante el eufemismo de «camarote»—, con Wubslin, el mecánico de la nave. Wubslin se otorgaba el título de ingeniero, pero después de unos cuantos minutos de conversación en los que intentó sonsacarle detalles técnicos sobre la Turbulencia en cielo despejado, Horza se dio cuenta de que aquel hombretón corpulento de piel blanquecina sabía muy poco sobre los sistemas más complejos de la nave. Wubslin no era un tipo desagradable, no olía y se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo, por lo que Horza suponía que la situación podría haber sido mucho peor.
La nave albergaba a dieciocho personas repartidas en nueve camarotes. El Hombre, naturalmente, disponía de todo un camarote para él solo, y los Bratsilakin compartían un recinto de atmósfera más bien pestilente. Los Bratsilakin preferían que su puerta estuviese abierta; el resto de la tripulación prefería cerrarla de un manotazo cuando pasaba junto a ella. Horza se llevó una decepción al descubrir que sólo había cuatro mujeres a bordo. Dos de ellas apenas si salían de su camarote, y se comunicaban con los demás mediante signos y gestos. La tercera era una fanática religiosa que repartía su tiempo libre entre los intentos de convertirle a algo llamado el Círculo de Llamas y el atrincherarse tras la puerta del camarote que compartía con Yalson devorando cerebro-cintas de fantasía. Yalson parecía ser la única hembra normal a bordo, pero a Horza le resultaba bastante difícil pensar en ella como mujer. Aun así, fue quien se tomó la molestia de presentarle a los demás y contarle lo que necesitaba saber sobre la nave y su tripulación.
Horza se aseó en uno de los puntos de lavado de la nave —unos recintos que parecían ataúdes—, y cuando hubo terminado siguió la sugerencia de Yalson y dejó que su nariz le guiara hasta el comedor, donde fue más o menos ignorado pero acabó encontrándose ante un plato con comida. Kraiklyn le lanzó una rápida mirada mientras se sentaba entre Wubslin y un Bratsilakin, apartó los ojos de él y siguió hablando sobre armas, blindajes y tácticas sin prestarle ni la más mínima atención. Después de comer, Wubslin le acompañó hasta su camarote y se marchó. Horza quitó los trastos que cubrían el catre de Zallin, cubrió su dolorido y cansado cuerpo de anciano con unas sábanas medio rotas y se sumió en un profundo sueño.
Cuando despertó recogió los escasos objetos personales de Zallin. Era patético. El joven muerto había poseído unas cuantas camisetas, algunos pantalones cortos, un par de faldellines, una espada oxidada, una colección de dagas baratas con fundas tirando a maltrechas y unos cuantos libros de plástico de gran tamaño para microlector con imágenes en movimiento que repetían incansablemente escenas de viejas guerras mientras se los mantuviera abiertos. Eso era todo. Horza decidió conservar el traje del joven, aunque le quedaba demasiado grande y no era ajustable, y el viejo rifle de proyectiles que Zallin no había cuidado con demasiada devoción.