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Envolvió todo lo demás en una de las sábanas más destrozadas y lo llevó al hangar. Todo estaba igual que cuando se había marchado de allí. Nadie se había molestado en mover la lanzadera devolviéndola a su posición original. Yalson estaba ejercitándose desnuda hasta la cintura. Horza se quedó inmóvil en el umbral al final de las escaleras viendo cómo la mujer pasaba de un ejercicio a otro. Yalson saltaba y giraba sobre sí misma, daba volteretas y saltos mortales, hendía el aire con patadas y puñetazos y acompañaba cada movimiento con leves gruñidos. Cuando vio a Horza se quedó quieta.

—Bienvenido. —Yalson se agachó a recoger la toalla que había dejado sobre la cubierta y empezó a frotarse el pecho y los brazos. Una capa de sudor hacía brillar el vello dorado que cubría su piel—. Creía que habías cascado.

—¿He dormido mucho rato? —preguntó Horza.

No tenía ni idea de qué sistema temporal se usaba a bordo de la nave.

—Dos días estándar. —Yalson pasó la toalla por su erizada cabellera y acabó colocándosela sobre los hombros—. De todas formas, tienes mejor aspecto.

—Me siento mejor —dijo Horza.

Aún no se había contemplado en un espejo o un inversor, pero sabía que su cuerpo estaba empezando a volver a la normalidad y que no tardaría en perder la apariencia de anciano que había asumido.

—¿Las cosas de Zallin?

Yalson movió la cabeza señalando el bulto que Horza sostenía en sus manos.

—Sí.

—Te enseñaré cómo funcionan los vactubos. Probablemente lo echaremos al espacio cuando salgamos del campo.

Yalson quitó un par de planchas y abrió la escotilla del tubo que había debajo, Horza dejó caer las cosas de Zallin dentro del cilindro y Yalson cerró la escotilla. El Cambiante captó el olor de su cuerpo recalentado y cubierto de transpiración y descubrió que le gustaba, pero en la actitud de Yalson no había nada indicador de que pudieran llegar a ser algo más que amigos. Bueno, mientras estuviera a bordo de esta nave se conformaría con la amistad. No cabía duda de que necesitaba alguien a quien llamar amigo.

Después fueron al comedor a tomar un bocado. Horza estaba hambriento. Su cuerpo exigía comida para reconstruirse y añadir un poco más de carne a la delgada y frágil silueta que había asumido cuando adoptó la identidad del ministro de Ultramundo de la Gerontocracia de Sorpen.

«Al menos la autococina funciona y el campo antigravitatorio parece bastante regular», pensó Horza. Los camarotes atestados, la comida podrida y un campo gravitatorio errático o mal ajustado siempre le habían horrorizado.

* * *

—Zallin no tenía amigos —dijo Yalson meneando la cabeza mientras se metía algo de comida en la boca.

Estaban sentados juntos en el comedor. Horza quería saber si existía algún tripulante que pudiera sentir deseos de vengar al joven.

—Pobre bastardo… —repitió Horza.

Dejó su cuchara sobre la mesa y sus ojos se clavaron en el otro extremo de aquel pequeño recinto de techo muy bajo destinado a comedor, perdiéndose en la nada durante un segundo. Volvió a sentir en sus manos la vibración veloz e irrevocable de aquel hueso partiéndose, y el ojo de su mente vio romperse la columna vertebral, el desplomarse sobre sí misma de la tráquea y las arterias que se comprimían acabando con la vida del joven como si alguien hubiera hecho girar un dial. Meneó la cabeza.

—¿De dónde era?

—¿Quién sabe? —Yalson se encogió de hombros. Se dio cuenta de la expresión que había en el rostro de Horza y, entre masticación y masticación, añadió:— Él te habría matado, ¿comprendes? Está muerto. Olvídale. Sí, claro, ya sé que resulta muy duro pero… De todas formas, era un tipo bastante aburrido.

Tragó otro bocado de comida.

—Me preguntaba si había alguien a quien debiera enviarle alguno de sus objetos personales. Amigos, relaciones o…

—Mira, Horza —dijo Yalson volviéndose hacia él—, cuando subes a esta nave dejas de tener un pasado. Preguntarle a alguien de dónde viene o lo que hizo con su vida antes de unirse a esta tripulación se considera una falta de educación muy grave. Puede que todos tengamos algunos secretos o quizá sea que no queremos hablar o pensar en ciertas cosas que hemos hecho, o algunas de las cosas que nos han hecho… Tanto da. No intentes averiguar nada sobre nadie. En esta nave sólo hay un sitio donde puedas gozar de cierta intimidad, y se encuentra entre tus orejas, así que intenta sacarle el máximo provecho. Si vives el tiempo suficiente puede que alguien quiera contarte todos sus secretos y problemas, probablemente cuando haya bebido demasiado, pero cuando llegue ese momento quizá no tengas demasiadas ganas de escucharle. Mi consejo es que te olvides de eso por ahora. —El Cambiante abrió la boca para decir algo, pero Yalson se le adelantó—. Te contaré todo lo que sé y así te ahorrarás el esfuerzo de preguntarlo. —Dejó la cuchara sobre la mesa, se limpió los labios con un dedo y giró en su asiento hasta quedar de cara a él. Alzó una mano. El vello de sus antebrazos y el dorso de sus manos hacía que su piel morena pareciera estar rodeada por una aureola dorada. Estiró un dedo—. Uno, la nave. Lleva centenares de años por el espacio y la fabricaron en Hron. Ha tenido por lo menos una docena de propietarios, y ninguno la ha cuidado demasiado. El láser de proa no funciona porque nos lo cargamos intentando alterar la longitud de onda. Dos… —Estiró otro dedo—. Kraiklyn ha poseído esta nave desde que le conocemos. Dice que la ganó en una partida de Daño no se sabe dónde justo antes de la guerra. Sé que juega, pero no sé si es bueno o no. No importa, supongo que eso es asunto suyo… Oficialmente se nos conoce como la CLK, la Compañía Libre de Kraiklyn, y él es el jefe. Es un líder bastante bueno y cuando las cosas se ponen duras no le importa arriesgar el pellejo con los demás. Siempre va delante, y según mis reglas eso le convierte en un buen tipo. Su truco es que nunca duerme. Tiene un…, ah…, una… —Yalson frunció el ceño en un obvio esfuerzo para dar con las palabras adecuadas—. Una división de tareas hemisférica cerebral aumentada. Una mitad duerme una tercera parte del tiempo y entonces se le nota un poco soñoliento y no muy despejado; después la otra mitad duerme su tercera parte del tiempo, y entonces es todo lógica y números y no puede comunicarse demasiado bien. En cuanto al tercio de tiempo restante lo reserva para cuando está en acción o cuando hay alguna emergencia, y entonces los dos lados están despiertos y funcionando. Eso hace que no exista forma alguna de pillarle desprevenido roncando en su catre.

—Clones paranoicos y un Hombre con un sistema de turnos craneales… —Horza meneó la cabeza—. De acuerdo, sigue.

—Tres, no somos mercenarios —dijo Yalson—. Somos una Compañía Libre. La verdad es que somos unos meros piratas, pero si ése es el nombre que Kraiklyn quiere darnos, eso es lo que somos. En teoría cualquiera puede unirse a nosotros siempre que coma la comida y respire el aire de la nave, pero en la práctica Kraiklyn se muestra un poquito más selectivo, y apuesto a que le gustaría poder serlo todavía más. Tanto da… Hemos cumplido unos cuantos contratos, casi todos de protección, y hemos hecho un par de escoltas a lugares del tercer nivel que se han encontrado atrapados en plena guerra, pero nuestra ocupación principal es atacar y robar allí donde suponemos que la confusión creada por la guerra hace probable que no tengamos problemas con la ley. Eso es lo que vamos a hacer en el sitio adonde vamos. Kraiklyn oyó hablar de un lugar llamado el Templo de la Luz que se encuentra en un planeta perdido casi-nivel-tres y piensa que será fácil entrar y será fácil salir…, por usar una de sus frases favoritas. Según él, ese templo está repleto de sacerdotes y tesoros. Mataremos a los sacerdotes y nos llevaremos los tesoros. Después nos dirigiremos hacia el Orbital Vavatch antes de que la Cultura dé la alarma y compraremos algo con que sustituir nuestro láser de proa. Supongo que los precios deben estar bastante bajos. Si nos quedamos por allí el tiempo suficiente es probable que acaben dándonos lo que queremos sin pedir nada a cambio…