Выбрать главу

Kraiklyn aspiró otra bocanada de vapores.

—Bueno vuelvo a decirte lo de antes… Gracias.

Horza estaba llegando a la decisión de que su primera impresión sobre Kraiklyn —que el Hombre era un mierda—, había sido más o menos correcta. Si pensaba librarse de Zallin no había ninguna razón para que la pelea fuese a muerte. Horza o Zallin podían haberse alojado en el hangar o en la lanzadera. Desde luego, una persona más no habría hecho que los recintos de la Turbulencia en cielo despejado estuvieran más despejados durante el tiempo que se tardaba en llegar a Marjoin, pero el trayecto no era tan largo, y no se habrían quedado cortos de aire ni nada parecido. Kraiklyn quería un espectáculo, así de simple.

—Te estoy muy agradecido —dijo Horza.

Alzó el esnifrasco ante el rostro del capitán antes de hacer otra breve inhalación y observó atentamente su expresión.

—Bueno cuéntame qué tal es trabajar para esos tipos con tres piernas —dijo Kraiklyn, sonriendo y apoyando un brazo en el estante que había junto a su sofá-cama. Enarcó las cejas—. ¿Hmmm?

 «Aja», pensó Horza.

—No tuve mucho tiempo para descubrirlo —dijo Horza—. Hace cinco días aún era capitán de los marines de Sladden. Supongo que no habrás oído hablar de eso, ¿verdad? —Kraiklyn meneó la cabeza. Horza se había pasado los dos últimos días trabajando en su historia, y sabia que si Kraiklyn se tomaba la molestia de hacer algunas comprobaciones descubriría que existía un planeta con ese nombre, que sus habitantes eran básicamente humanoides y que habían caído recientemente bajo la soberanía idirana—. Bueno, los idiranos iban a ejecutarnos porque seguimos combatiendo después de la rendición, pero me sacaron de la celda y me dijeron que si hacía un trabajito para ellos podría seguir vivo. Dijeron que me parecía mucho a un viejo al que deseaban tener de su lado… si le eliminaban, ¿sería capaz de fingir que era él? Qué diablos, pensé yo ¿Qué puedo perder? Tomé la droga y acabé en Sorpen fingiendo ser un ministro del gobierno. Todo fue bastante bien hasta que apareció esa mujer de la Cultura que me dejó con el culo al aire y casi consiguió que me mataran. Se disponían a acabar conmigo cuando apareció un crucero idirano que venía a capturarla. Me rescataron, la hicieron prisionera y volvíamos a reunimos con la flota cuando fuimos atacados por una UGC. Me metieron en ese traje y me lanzaron por la escotilla para que esperase la llegada de la flota.

Horza tenía la esperanza de que su historia no sonase demasiado ensayada. Kraiklyn clavó los ojos en el esnifrasco y frunció el ceño.

—He estado haciéndome algunas preguntas sobre eso… —Miro a Horza—. ¿Qué razones podía tener ese crucero para actuar en solitario con toda una flota detrás?

Horza se encogió de hombros.

—La verdad es que no tengo ni idea. Apenas si tuvieron tiempo de hablar conmigo antes de que la UGC surgiera de la nada. Supongo que debían de tener muchas ganas de echarle el guante a esa mujer de la Cultura, y pensaron que si esperaban la llegada de la flota la UGC la localizaría y saldría huyendo con ella.

Kraiklyn asintió con expresión pensativa.

—Hmmm… Sí, debían de tener muchas ganas de echarle el guante. ¿Llegaste a verla?

—Oh, sí, desde luego. Antes de que me delatara y después.

—¿Qué aspecto tenía?

Kraiklyn frunció el ceño y volvió a juguetear con su esnifrasco.

—Alta, delgada, bastante guapa pero también bastante desagradable. Demasiado condenadamente lista para mi gusto… Bastante parecida a todas las mujeres de la Cultura que he conocido. Lo que quiero decir es… Todas son distintas, ya sabes, pero ella no tenía nada raro que la hubiera hecho destacar.

—Dicen que algunos de esos agentes de la Cultura son gente muy especial. Se supone que son capaces de… Saben hacer trucos, ¿entiendes? Toda clase de adaptaciones especiales, una química corporal de lo más rara… ¿Hizo algo especial de lo que llegaras a enterarte?

Horza meneó la cabeza preguntándose adónde querría ir a parar con todo aquello.

—No que yo sepa —dijo.

Una química corporal de lo más rara, había dicho Kraiklyn. ¿Estaría empezando a sospechar? ¿Pensaba que Horza era un agente de la Cultura…, o un Cambiante? Kraiklyn seguía con los ojos clavados en su esnifrasco.

—Esas mujeres de la Cultura… —dijo asintiendo con la cabeza—. Son las únicas con las que me gustaría tener alguna clase de relación. Dicen que están llenas de… alteraciones, ¿entiendes? —Kraiklyn miró a Horza y le guiñó un ojo mientras tomaba otra inhalación de la droga—. Los hombres tienen pelotas especiales entre las piernas, ¿no? Una especie de mecanismo recirculante… Y las mujeres también tienen algo similar; se supone que son capaces de joder durante horas y horas… Bueno, por lo menos durante minutos…

Los ojos de Kraiklyn se habían vuelto ligeramente vidriosos y su voz acabó desvaneciéndose en el silencio. Horza intentó no dejar traslucir el desprecio que sentía. «Ya volvemos a empezar», pensó. Intentó contar el número de veces en que había tenido que escuchar cómo alguien —normalmente gente de sociedades situadas en el tercer nivel o el estrato más bajo del cuarto, normalmente bastante cercanas al tipo humanoide básico y, casi siempre, del sexo masculino—, hablaba en voz baja con una envidiosa admiración de lo Mucho Más Divertida que es la Cultura. En cuanto a ésta, prefería mostrarse perversamente púdica —aunque sólo fuese por una vez—, y tendía a minimizar la importancia que esos genitales alterados jugaban en la herencia de quienes habían nacido dentro de ella.

Naturalmente, esa modestia sólo servía para aumentar el interés de quienes no pertenecían a la Cultura, y cuando se topaba con humanos que exhibían esa especie de respeto temeroso ante la sexualidad cuasi-tecnológica que la Cultura engendraba con tanta frecuencia, Horza siempre tenía que luchar contra la tentación de enfadarse. Viniendo de Kraiklyn, aquello no le sorprendió ni pizca. Se preguntó si el Hombre se habría sometido a alguna operación de cirugía barata al estilo Cultura. Era algo bastante común, y también resultaba bastante peligroso. Esas alteraciones solían ser meros trabajos de fontanería, especialmente en el caso de los varones, y quienes las llevaban a cabo no hacían ni el más mínimo intento de mejorar el corazón y el resto del sistema circulatorio —por lo menos—, para que pudiera vérselas con el aumento de esfuerzo. (En la Cultura, naturalmente, ese tipo de capacidades formaban parte del genotipo fijo.) El resultado habitual de imitar aquel síntoma propio de la Cultura era, literalmente, un corazón destrozado. «Supongo que ahora oiremos hablar de esas maravillosas glándulas que fabrican drogas», pensó Horza.

—Sí, y también tienen esas glándulas de drogas —siguió diciendo Kraiklyn, con los ojos vidriosos y asintiendo para sí mismo—. Se supone que son capaces de atizarse una dosis de casi cualquier cosa cuando les dé la gana. —Kraiklyn acarició el esnifrasco que sostenía entre los dedos—. Ya sabes lo que cuentan, ¿no? Eso de que no puedes violar a una mujer de la Cultura… —No parecía esperar ninguna respuesta. Horza guardó silencio. Kraiklyn volvió a asentir con la cabeza—. Sí, no cabe duda de que esas mujeres tienen mucha clase… No son como la mierda que hay a bordo de esta nave. —Se encogió de hombros y tomó otra inhalación del esnifrasco—. Aun así…