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Los surtidores de tierra visibles a lo lejos y las detonaciones que podía sentir a través de las suelas de sus botas le indicaron que Neisin —quien se había mantenido sobrio durante los dos últimos días—, estaba creando una convincente y, lo que era más importante, precisa pauta de fuego con su Microobús.

—Unos cuantos disparos procedentes del nivel superior izquierdo —anunció la fría y tranquila voz de Jandraligeli. Según el plan, se suponía que debía estar escondido en el bosque vigilando el templo—. Voy a ocuparme de ellos.

—¡Mierda! —gritó alguien de repente.

Una de las mujeres. Horza podía oír disparos ante él, aunque no había ningún destello en la parte del templo visible.

—Ja, ja. —La voz de Jandraligeli le llegó por el altavoz del casco. Parecía muy satisfecho de sí mismo—. Les he dado.

Horza vio una nubécula de humo sobre la parte izquierda del templo. Ya había recorrido la mitad de la distancia que le separaba de él, quizá un poco más. Podía ver a algunos de los otros no muy lejos, tanto a su derecha como a su izquierda, abriéndose paso por entre la maleza y aquella especie de hierba-junco con las armas apoyadas en un hombro. El musgo verde oscuro estaba empezando a cubrir sus cuerpos, y Horza supuso que podía acabar siendo útil como camuflaje (naturalmente, siempre que no resultara ser alguna especie de musgo asesino inteligente no descubierta hasta ahora… Horza se dijo que debía dejar de pensar en semejantes tonterías).

Oyó varias detonaciones de gran potencia a su alrededor, fragmentos de tallos y matorrales pasaron volando junto a él como si fueran pájaros nerviosos y le hicieron arrojarse al suelo. La tierra se estremeció bajo su cuerpo. Rodó sobre sí mismo y vio llamas lamiendo los tallos cubiertos de musgo que tenía encima; un parpadeante sendero de fuego acababa de nacer justo delante de él.

—¿Horza? —preguntó una voz.

Era Yalson.

—Estoy bien —dijo.

Se acuclilló en el suelo y echó a correr por entre los tallos de hierba, dejando atrás matorrales y árboles jóvenes.

—Vamos a entrar —dijo Yalson.

También estaba en los árboles, junto con Lamm, Jandraligeli y Neisin. Según el plan, ahora todos —salvo Jandraligeli y Neisin—, empezarían a moverse por el aire o por el suelo en dirección al templo. Las unidades antigravitatorias de sus trajes les daban una dimensión extra con la que trabajar, pero aquello podía ser una especie de bendición ambigua. Una silueta en el aire tiende a ser más difícil de acertar que una en el suelo, pero también tiende a atraer mucho más fuego enemigo. La Compañía sólo contaba con otro equipo antigravitatorio propiedad de Kraiklyn, pero éste afirmaba que prefería usarlo para ataques sorpresa o en situaciones de emergencia, por lo que el Hombre seguía en el suelo junto con los demás.

—¡Estoy en los muros! —Horza creyó identificar la voz, de Odraye—. Todo parece normal. Los muros son realmente fáciles de escalar; el musgo hace que…

El altavoz del casco de Horza emitió un chisporroteo. No estaba seguro de si era algún problema de su comunicador o si le había ocurrido algo a Odraye.

—…bridme mientras estoy en…

—…tú, inútil…

Las voces se confundían en el casco de Horza. Siguió avanzando por entre la hierba-junco y golpeó un par de veces el lado de su casco donde estaba el altavoz.

—¡Gilipollas!

El altavoz del casco emitió un zumbido y se quedó mudo. Horza lanzó una maldición, se detuvo y se agachó. Manipuló los controles del comunicador en un intento de conseguir que el altavoz volviera a cobrar vida. Los guantes le quedaban tan grandes que estorbaban sus movimientos. El altavoz siguió mudo. Horza lanzó otra maldición, se puso en pie y siguió avanzando por entre la maleza y la hierba-junco hacia el muro del templo.

—¡… proyectiles dentro! —gritó de repente una voz—. Esto es…, ¡…mente sencillo!

No pudo identificar la voz, y el comunicador volvió a dejar de funcionar una fracción de segundo después.

Llegó a la base del muro; emergía de entre la maleza en un ángulo de cuarenta grados y estaba cubierto de musgo. Dos miembros de la Compañía estaban trepando por él a cierta distancia de Horza. Se encontraban a unos siete metros de altura, y ya casi habían llegado al final del muro. Horza vio una silueta que hacía eses por el aire y desaparecía detrás del parapeto. Empezó a trepar. Aquel traje enorme hacía que la ascensión resultara más difícil de lo que habría debido ser, pero logró llegar al final del muro sin caerse y saltó del parapeto a una explanada bastante ancha que corría a lo largo del edificio. Un muro similar cubierto de musgo se alzaba ante él subiendo hasta el siguiente piso. A la derecha de Horza el muro trazaba un ángulo debajo de una torre rechoncha; a su izquierda la explanada parecía esfumarse confundiéndose con una pared desnuda. Según los planes de Kraiklyn, el Cambiante debía ir en esa dirección. Tenía que haber una puerta más o menos por allí. Horza trotó hacia la pared desnuda.

Un casco asomó sobre el muro. Horza empezó a agacharse y girar sobre sí mismo, por si acaso, pero primero un brazo le saludó desde el mismo sitio, después una cabeza se unió al brazo y reconoció a Gow.

Horza echó hacia atrás el visor de su casco mientras corría y el aire con olor a jungla de Marjoin le acarició el rostro. Podía oír fuego de proyectiles dentro del templo, y el lejano tronar de una explosión provocada por el Microobús. Corrió hasta una angosta entrada medio cubierta por barbas colgantes de musgo que interrumpía la curvatura de la pared. Gow estaba arrodillada con el arma lista sobre los restos de una gruesa puerta de madera que había protegido el pasillo situado más allá. Horza se arrodilló junto a ella y señaló su casco con un dedo.

—Mi comunicador no funciona. ¿Qué ha ocurrido?

Gow pulsó un botón de su muñeca.

—De momento todo bien —dijo el altavoz exterior de su traje—. No bajas. Ellos en torres. —Señaló hacia arriba—. No dejan entrar vuelos. Enemigos tienen armas de proyectiles, ellos retroceden. —Asintió y siguió observando el umbral y el oscuro pasillo que había al otro lado. Horza también asintió. Gow le tocó el brazo—. Yo digo Kraiklyn que tú dentro, ¿sí?

—Sí, y dile que mi comunicador no funciona, ¿vale?

—Sí, claro. Zallin tener mismo problema. Tú cuida, ¿eh?

—Sí, cuídate tú también —dijo Horza. Se puso en pie y entró en el templo pisando las astillas y los fragmentos de piedra caliza esparcidos sobre el musgo por la demolición de la puerta. El pasillo se bifurcaba en tres direcciones distintas. Horza se volvió hacia Gow y señaló con la mano—. Pasillo central, ¿correcto?

La figura agazapada silueteada contra la luz del amanecer asintió.

—Sí, claro. Ir por centro.

Horza se puso en movimiento. El pasillo estaba cubierto de musgo. Cada pocos metros había luces eléctricas incrustadas en las paredes que emitían una débil claridad amarilla, proyectando charcos de luz fangosa que daban la impresión de ser absorbidos por la masa oscura del musgo. Aquel pasadizo angosto de paredes blandas y suelo parecido a una esponja hizo que Horza se estremeciera, aunque no hacía frío. Se aseguró de que su arma estaba lista para disparar. No oía nada salvo el sonido de su propia respiración.

Llegó a un cruce en forma de T y tomó por el ramal de la derecha. Vio unos escalones y subió corriendo por ellos. Sus pies intentaron escapar de sus enormes botas y estuvo a punto de caer, pero extendió el brazo y logró apoyarse en el peldaño. El impacto arrancó un poco de musgo, y la débil claridad amarilla arrojada por las luces de las paredes le permitió ver algo brillante. Recuperó el equilibrio, siguió subiendo por los peldaños meneando el brazo para aliviar el dolor del golpe y se preguntó qué habría impulsado a los constructores del templo a usar algo parecido al cristal para esos peldaños. Llegó al final del tramo de peldaños, avanzó por un pasillo no muy largo y subió otro tramo de peldaños sin iluminar que se curvaba hacia la derecha. Teniendo en cuenta su nombre, Horza pensó que el templo era un lugar notablemente tenebroso. Acabó emergiendo en un pequeño balcón.