Yalson y Horza se sentaron espalda contra espalda en la explanada y Yalson mantuvo informado al Cambiante de cómo iban las cosas en el templo. Lamm pasó sobre ellos y se dirigió hacia la jungla, donde se apoderó de un cañón de plasma pese a las protestas de Wubslin. Acababa de posarse cerca de ellos cuando Lenipobra anunció con orgullo que había encontrado a Dorolow, y Kraiklyn informó de que podía ver la luz del día. Seguía sin haber noticias de los Bratsilakin. Kraiklyn apareció detrás de una esquina de la explanada; Lenipobra se hizo visible de repente sujetando a Dorolow contra su traje y fue aproximándose a los muros del templo en una lenta serie de grandes saltos mientras su unidad antígravitatoria luchaba para sostener su peso y el de la mujer.
Los supervivientes iniciaron el regreso a la lanzadera. Jandrageli podía ver movimiento en el camino que había más allá del templo, y unos cuantos francotiradores empezaron a dispararles desde ambos lados de la jungla. Lamm quería entrar en el templo con el cañón de plasma y vaporizar a unos cuantos monjes, pero Kraiklyn dio orden de retirarse. Lamm arrojó el cañón de plasma al suelo y emprendió el vuelo hacia la lanzadera en solitario, maldiciendo ruidosamente por el canal colectivo en el que Yalson seguía intentando establecer contacto con los Bratsilakin.
Avanzaron por entre los tallos de hierba-junco y la maleza bajo los senderos llameantes y los whoossh de los chorros de plasma, con Jandraligeli encargándose de cubrirles. De vez en cuando tenían que agacharse para esquivar los proyectiles de pequeño calibre que atravesaban la espesura a su alrededor.
Cuando llegaron al hangar de la Turbulencia en cielo despejado se fueron dejando caer junto al metal aún caliente de la lanzadera, que iba enfriándose con todo un acompañamiento de crujidos y chasquidos después de su ascenso a gran velocidad por la atmósfera.
Nadie tenía ganas de hablar, por lo que se limitaron a quedarse inmóviles sentados o tumbados en la cubierta, algunos con las espaldas pegadas al recalentado flanco de la lanzadera. Los que habían estado dentro del templo eran los más obviamente afectados; pero incluso los otros, que sólo habían oído los gritos y ruidos de la masacre por los comunicadores de sus trajes, parecían hallarse en un leve estado de shock. Cascos y armas yacían esparcidos a su alrededor.
—El Templo de la Luz —dijo Jandraligeli al cabo de un rato, y emitió lo que parecía una mezcla de carcajada y bufido.
—El Templo de la Jodida Luz, sí —dijo Lamm.
—Mipp —dijo Kraiklyn con voz cansina dirigiéndose a su casco—, ¿hay alguna señal de los Bratsilakin?
Mipp, que seguía en el pequeño puente de la Turbulencia en cielo despejado, le informó de que no había señales del trío.
—Tendríamos que bombardear ese lugar y joderles bien jodidos —dijo Lamm—. Echar una bomba nuclear encima de esos bastardos…
Nadie replicó. Yalson se puso en pie moviéndose muy despacio, salió del hangar y subió con paso cansado los peldaños que llevaban a la cubierta superior, el casco colgando de un brazo, el arma del otro y la cabeza gacha.
—Me temo que hemos perdido uno de los radares. —Wubslin cerró una compuerta de inspección y rodó sobre sí mismo hasta salir de debajo del morro de la lanzadera—. Esa primera granizada de fuego hostil…
No completó la frase.
—Al menos no hay nadie herido —dijo Neisin, y miró a Dorolow—. ¿Qué tal van tus ojos? ¿Están mejor? —La mujer asintió, pero siguió con los ojos cerrados. Neisin también asintió—. Los heridos… Es lo peor que puede ocurrir. Hemos tenido suerte. —Hurgó en la pequeña mochila que llevaba colgando delante del traje y sacó un pequeño recipiente metálico. Chupó un poco del contenido por la válvula superior y torció el gesto mientras meneaba la cabeza—. Sí, hemos tenido suerte. Y la verdad es que apenas si se enteraron. —Asintió para sí mismo sin mirar a nadie, sin importarle que nadie pareciera estar escuchándole—. ¿Os dais cuenta de que toda la gente que hemos perdido compartía el mismo…? Quiero decir que… Bueno, se fueron por parejas… O por tríos, ¿no?
Dio otra chupada de la válvula y meneó la cabeza. Dorolow estaba junto a él y alargó el brazo. Neisin la miró, sorprendido, y acabó entregándole el pequeño recipiente. Dorolow chupó un poco de líquido y se lo devolvió. Neisin miró a su alrededor, pero nadie más quería beber.
Horza se quedó sentado en silencio. Sus ojos no se apartaban de las frías luces del hangar, y su mente intentaba no ver la escena que había presenciado en la oscura sala de aquel templo.
La Turbulencia en cielo despejado salió de la órbita impulsada por su motor de fusión y se dirigió hacia el límite del pozo gravitatorio de Marjoin, donde podría poner en marcha sus motores de campo. No recogió ninguna señal de los Bratsilakin y no bombardeó el Templo de la Luz. El rumbo fijado les llevaría al Orbital Vavatch.
Las transmisiones radiofónicas del planeta que lograron captar les permitieron averiguar lo que había ocurrido allí, y por qué los monjes y sacerdotes del templo iban tan bien armados. Dos estados-naciones de Marjoin se hallaban en guerra, y el templo se encontraba cerca de la frontera que separaba a los dos países, por lo que siempre estaba preparado para repeler un ataque. Uno de los estados era vagamente socialista; el otro era de inspiración religiosa, y los sacerdotes del Templo de la Luz pertenecían a una secta de esa fe militante. Una parte de las razones que habían provocado esa guerra debía buscarse en el conflicto galáctico de dimensiones mucho mayores que estaba desarrollándose alrededor de Marjoin, y ello hacía que la guerra planetaria ofreciese una minúscula imagen aproximada de dicho conflicto.
Horza no estaba seguro de qué tal dormiría aquella noche. Estuvo despierto durante unas horas escuchando las no muy aparatosas pesadillas de Wubslin. Después alguien llamó suavemente a la puerta de su camarote. Yalson entró en el cubículo y se sentó en el catre de Horza.
Apoyó la cabeza sobre su hombro y se abrazaron. Pasado un rato ella le cogió de la mano y le guió en silencio por el pasillo en dirección opuesta al comedor —donde la luz y el eco distante de la música indicaban que Kraiklyn no dormía y estaba relajándose con la ayuda de un esni-frasco y una holocinta sónica—, hasta llegar al camarote que había alojado a Gow y kee-Alsorofus.
La oscuridad del camarote y la pequeña cama llena de olores extraños y texturas nuevas fue el escenario donde representaron la vieja obra del varón y la hembra, aunque en su caso —y ambos lo sabían—, se trataba de una conjunción casi inevitablemente estéril entre especies y culturas separadas por millares de años luz. Después los dos se quedaron dormidos.
…
Situación de la partida: Uno
Fal 'Ngeestra observó durante un rato como las sombras de las nubes se movían sobre la llanura de la que le separaban diez kilómetros en el sentido horizontal y uno en el vertical, lanzó un suspiro y alzó los ojos hacia la hilera de montañas coronadas de nieve que se encontraba al final de los pastizales. La cordillera estaba a más de treinta kilómetros de sus ojos, pero la tenue atmósfera invadida por las rocas y la resplandeciente blancura helada de las cimas hacía que los contornos de éstas fueran visibles con toda claridad. Su resplandor hería los ojos incluso a esa distancia y a través de toda aquella masa atmosférica.