Esa insistencia había sido la causa de que se pasara todo un día y una noche en la nieve con una pierna fracturada antes de que un equipo de búsqueda lograra dar con ella.
Jase había empezado a proporcionarle los detalles del viaje de la nave sin nombre desde el momento en que abandonó su fábrica madre, así como de su intercepción y autodestrucción. Pero Fal había vuelto la cabeza hacia las montañas y sólo le dedicaba una parte de su atención. Sus ojos y su mente estaban absortos en la contemplación de las distantes laderas nevadas que tenía la esperanza de volver a escalar dentro de pocos días, en cuanto los estúpidos huesos de su pierna hubieran curado del todo.
Las montañas eran muy hermosas. Había otras montañas en el otro extremo de la terraza del albergue y sus cimas parecían llegar al límpido cielo azul, pero comparadas con esos picachos afilados que se alzaban al otro lado de la llanura eran un simple juego de niños. Fal sabía que ésa era la razón de que la hubiesen instalado en el albergue; tenían la esperanza de que preferiría escalar esas montañas, con lo que se evitaría la molestia de subir a un deslizador y cruzar la llanura. Era una estupidez, claro. Tenían que dejarle ver las montañas o no sería ella misma; y mientras pudiera verlas no le quedaba más remedio que escalar esas cimas. Idiotas…
«En un planeta no podrías verlas tan bien —pensó—. No serías capaz de ver las primeras estribaciones de la cordillera, la forma en que las montañas brotan de la llanura…»
El albergue, la terraza, las montañas y la llanura se hallaban en un Orbital. Los humanos habían construido este lugar o, al menos, habían construido las máquinas que construyeron las máquinas que… Bueno, podías seguir así durante mucho tiempo. La Placa del Orbital era casi perfectamente lisa; de hecho, verticalmente era un poco cóncava, pero como el diámetro interno del Orbital terminado —sólo se le consideraba adecuadamente formado cuando todas las Placas individuales habían quedado unidas y se eliminaba la última pared divisoria—, medía más de tres millones de kilómetros la curvatura era mucho menor que en la superficie convexa de cualquier globo habitable por seres humanos. Eso hacía que la altura a la que se encontraba Fal le permitiera ver la base de aquella cordillera distante.
Fal pensaba que vivir en un planeta y ver las cosas a lo largo de una curvatura debía de ser muy extraño; por ejemplo, los mástiles de un barco aparecerían en el horizonte antes que el resto de la embarcación.
De repente se dio cuenta de que si estaba pensando en planetas era por algo que Jase había dicho. Se dio la vuelta y contempló la máquina color gris oscuro mientras su memoria a corto plazo le repetía exactamente lo que acababa de decir.
—¿La Mente se desplazó por el hiperespacio para llegar hasta el planeta? —preguntó—. ¿Y luego utilizó el campo distorsionante para esconderse?
—Eso es lo que dijo que intentaría hacer cuando envió el mensaje codificado en sus pautas de destrucción. El planeta sigue allí, así que debió conseguirlo. Si hubiera fracasado, un mínimo de la mitad de su masa habría reaccionado con la sustancia planetaria como si fuese antimateria.
—Comprendo —Fal se rascó la mejilla con un dedo—. Creía que eso era imposible…
El tono de su voz era interrogativo. Miró a Jase.
—¿El qué? —preguntó la unidad.
—Hacer… —el que Jase no la hubiera entendido al instante hizo que moviera la mano en un gesto de impaciencia mientras fruncía el ceño—. Hacer lo que hizo. Meterse por debajo de algo tan grande en el hiperespacio y rebotar por encima luego. Me dijeron que era algo absolutamente inconcebible, algo con lo que no podíamos contar…
—También se lo dijeron a esa Mente, pero estaba desesperada. El mismísimo Consejo de Guerra General decidió que deberíamos intentar duplicar esa hazaña usando una Mente similar y un planeta del que se pudiera prescindir.
—¿Y qué ocurrió? —preguntó Fal, sonriendo ante la idea de un planeta «del que se pudiera prescindir».
—Ninguna Mente quiso tomar en consideración la idea; es demasiado peligroso. Hasta las Mentes elegibles del Consejo de Guerra se negaron.
Fal se rió y alzó los ojos hacia las flores rojas y blancas que cubrían el entramado de listones. Jase —que, en lo más hondo de su ser, era un romántico incurable— estaba convencido de que su risa era idéntica al murmullo tintineante de los arroyos de montaña, y siempre la grababa para disfrutar de ella posteriormente, incluso cuando se trataba de meros bufidos o risotadas, incluso cuando Fal estaba de mal humor y la risa era un arma más con que expresar su irritación. Jase sabía que una máquina no podía morirse de vergüenza —ni tan siquiera una máquina consciente—, pero también sabía que si Fal llegaba a enterarse de que grababa sus risas sería justamente lo que le ocurriría. Fal dejó de reír.
—¿Qué aspecto tiene esa cosa? —preguntó—. Quiero decir que… Nunca las ves sueltas, siempre están metidas en algo…, una nave o lo que sea. ¿Y cómo se las arregló para…? ¿Qué usó para crear el campo distorsionador?
—Externamente es un elipsoide —dijo Jase con su voz tranquila y mesurada de costumbre—. Cuando conecta los campos se parece a una nave muy pequeña. Mide unos diez metros de largo y unos dos y medio de diámetro. Internamente, cuenta con millones de componentes, pero los más importantes son las partes pensantes y la memoria de la Mente propiamente dicha; son muy densos y eso es lo que la hace tan pesada. Pesa casi quince mil toneladas. Naturalmente, posee su propia fuente de energía y cuenta con varios generadores de campo, cualquiera de los cuales puede ser utilizado como motor de emergencia en un momento dado. De hecho, se los diseña pensando en tal eventualidad… La única parte de la Mente que siempre está en el espacio real es la envoltura. El resto, al menos, todas las partes pensantes, se mantiene en el hiperespacio.
»Dando por supuesto, como debemos hacer, que la Mente hizo lo que dijo que pensaba hacer, sólo hay una forma posible de llevar a cabo esa tarea, dado que no posee un Desplazador o un motor de campo distorsionante. —Jase hizo una pausa y vio como Fal se inclinaba hacia adelante con los codos en las rodillas y las manos cruzadas debajo del mentón. Vio como movía la espalda para desplazar su peso, y captó la levísima mueca de dolor que cruzó por sus rasgos y desapareció casi al instante. Jase decidió que el banco de piedra estaba empezando a resultarle incómodo, y se puso en contacto con uno de los robots del albergue para ordenarle que trajese algunos almohadones—. La Mente posee un distorsionador interno, pero se supone que sólo debe ser utilizado para expandir volúmenes microscópicos de la memoria con el fin de crear más espacio alrededor de las secciones de información, en forma de partículas-espirales elementales del tercer nivel, que desee alterar. El límite de volumen normal de ese distorsionador es inferior a un milímetro cúbico. No sabemos cómo, pero esa Mente se las arregló para manipularlo de tal forma que abarcara toda su masa y la permitiera reaparecer bajo la superficie del planeta. Un lugar donde hubiera bastante espacio libre habría sido el objetivo más lógico, y los túneles del Sistema de Mando parecen una elección obvia; la Mente dijo que pensaba dirigirse hacia allí.
—Bien —dijo Fal asintiendo con la cabeza—. De acuerdo. Y ahora, ¿cuáles…? Oh.
Un robot de pequeño tamaño que sostenía dos almohadones enormes en su campo de fuerza acababa de aparecer junto a ella.