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—Yalson, dos preguntas —dijo Horza en el oído de la mujer, sintiendo cómo su cabello le hacía cosquillas en la nariz—. Primera: ¿cómo es posible que Kraiklyn tenga sueños eróticos si no duerme nunca? Segunda: ¿y si ha instalado sensores en los camarotes?

La cabeza de Yalson se volvió rápidamente hacia él.

—Joder, ¿qué más da? No le tengo miedo. Sabe que soy una de las personas más preparadas y dignas de confianza de toda su tripulación; sé disparar y no lleno mis pantalones de mierda en cuanto las cosas empiezan a ponerse difíciles. Además, creo que Kraiklyn es lo más parecido a un líder que tenemos a bordo de esta nave. No es probable que encontremos a nadie mejor, y él lo sabe. No te preocupes por mí. De todas formas… —Horza sintió cómo sus hombros y su cabeza volvían a moverse, y supo que estaba mirándole—. Si alguien me dispara por la espalda tú me vengarías, ¿verdad?

La idea jamás había pasado por la cabeza de Horza.

—¿Verdad? —repitió Yalson.

—Bueno, yo… Claro que sí —dijo él.

Yalson no se movió. Horza podía oír el sonido de su respiración.

—Me vengarías, ¿verdad? —preguntó Yalson.

Horza extendió los brazos y la cogió por los hombros. Su cuerpo estaba caliente, el vello que cubría su piel era muy suave y los músculos y la carne del esbelto cuerpo que había debajo de la capa de vello eran fuertes y firmes.

—Sí, te vengaría —dijo, y sólo entonces se dio cuenta de que hablaba en serio.

* * *

Durante el trayecto entre Marjoin y Vavatch, el Cambiante descubrió cuanto quería saber sobre los controles y fidelidades de la Turbulencia en cielo despejado.

Kraiklyn llevaba un anillo de identidad en el dedo meñique de la mano derecha, y algunas cerraduras de la nave sólo funcionaban en presencia de la firma electrónica contenida dentro de ese anillo. El control de la nave dependía de una conexión identificatoria audiovisual; el ordenador de la nave reconocía el rostro de Kraiklyn, así como su voz cuando decía «Soy Kraiklyn». Era así de sencillo. Hubo una época en que la nave también poseía un sistema de identificación retinal, pero se había averiado hacía mucho tiempo y ya no estaba a bordo. Horza se alegró. Copiar la pauta retinal de una persona era una operación delicada y compleja que requería, entre otras muchas cosas, el cuidadoso desarrollo de una gran cantidad de células alrededor del iris. Casi tenía más sentido decidirse por una transcripción genética total donde el ADN del sujeto se convertía en el modelo para un virus que sólo dejaba sin alterar el cerebro del Cambiante y, si éste así lo quería, sus gónadas. Afortunadamente, adoptar la identidad del capitán Kraiklyn no requeriría medidas tan extremas.

Horza descubrió cuáles eran las fidelidades de la nave cuando habló con el Hombre para pedirle una lección de pilotaje. Al principio Kraiklyn mostró cierta reluctancia, pero Horza no insistió y respondió a un par de las preguntas aparentemente casuales sobre ordenadores que le hizo Kraiklyn después de su petición fingiendo la más absoluta ignorancia. Kraiklyn pareció convencerse de que enseñarle a pilotar la Turbulencia en cielo despejado no llevaba implícito el riesgo de que Horza se apoderase de la nave, por lo que acabó permitiendo que Horza practicara el pilotaje manual usando los más bien toscos controles en su modalidad de simulador bajo las instrucciones de Mipp mientras la nave atravesaba el espacio con rumbo a Vavatch dirigida por el sistema automático.

* * *

—Aquí Kraiklyn —anunció el sistema de megafonía del comedor pocas horas después de que hubieran atravesado la señal de la Cultura que advertía sobre la inminente destrucción del Orbital.

La tripulación estaba sentada a la mesa después de comer, bebiendo o inhalando vapores, relajándose o, en el caso de Dorolow, haciendo la señal del Círculo de Llamas sobre su frente y recitando la Plegaria de Gratitud. El gran Orbital seguía en la pantalla del comedor y había aumentado considerablemente de tamaño, llenando casi toda la imagen con el lado diurno de su superficie interna, pero todo el mundo se había hartado un poco de verlo y ahora sólo recibía alguna que otra mirada ocasional. Dejando aparte a Lenipobra y Kraiklyn, todos los demás estaban allí. Cuando oyeron la voz de Kraiklyn se miraron o alzaron los ojos hacia el altavoz.

—Tengo un trabajo para nosotros, algo que acabo de confirmar. Wubs-lin, prepara la lanzadera. Me reuniré con los demás en el hangar dentro de tres horas, tiempo de la nave. Quiero que llevéis el traje y todo el equipo. Y no os preocupéis; esta vez no habrá presencias hostiles. Esta vez es realmente lo-que-ya-sabéis tanto al entrar como al salir.

El altavoz emitió un crujido y se quedó callado. Horza y Yalson intercambiaron una rápida mirada.

—Bueno —dijo Jandraligeli, reclinándose en su asiento y cruzando las manos detrás del cuello. Su rostro adoptó una expresión pensativa y las cicatrices que lo adornaban se hicieron un poco más profundas—. Nuestro estimado líder ha vuelto a encontrarnos una misión para que empleemos nuestros pequeños talentos, ¿eh?

—Espero que no sea en otro jodido templo —gruñó Lamm, rascándose la carne que rodeaba a sus pequeños cuernos injertados.

—¿Qué pasa, crees que en Vavatch hay templos? —le preguntó Neisin.

Estaba un poco borracho, y eso le volvía ligeramente más hablador de lo que solía ser cuando se encontraba acompañado. Lamm volvió la cabeza hacia el hombrecillo sentado al otro lado de la mesa a unos cuantos asientos de distancia.

—Amigo, será mejor que te vayas quitando la mona de encima —le dijo.

—Barcos —replicó Neisin, cogiendo el cilindro terminado en una válvula que había ante él—. Ahí no hay nada, sólo barcos jodidamente grandes… No hay templos.

Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y bebió.

—Quizá haya templos en los barcos —dijo Jandraligeli.

—Y puede que en esta nave espacial haya un jodido borracho —dijo Lamm sin apartar los ojos de Neisin. Neisin le devolvió la mirada—. Procura que se te pase pronto, Neisin —añadió Lamm señalando con un dedo al hombrecillo.

—Creo que me iré al hangar —dijo Wubslin.

Se puso en pie y salió del comedor.

—Voy a ver si Kraiklyn quiere que le eche una mano —dijo Mipp y partió en dirección opuesta saliendo por otra puerta.

—¿Creéis que aún podremos ver alguno de esos Megabarcos?

Aviger estaba contemplando la pantalla. Dorolow también alzó los ojos hacia ella.

—No seas estúpido, joder —dijo Lamm—. No son tan grandes.

—Son muy grandes —dijo Neisin con un asentimiento de cabeza dirigido a sí mismo y al pequeño cilindro de bebida. Lamm le miró, miró a los demás y meneó la cabeza—. Sí —dijo Neisin—, son enormes.

—Bueno, la verdad es que sólo miden unos cuantos kilómetros de largo —suspiró Jandraligeli, reclinándose en su asiento y poniendo una expresión aún más pensativa que antes, con lo que sus cicatrices se hicieron todavía más profundas—. Eso hace que no se los pueda ver desde tan lejos. Pero no cabe duda de que son grandes.

—¿Y lo único que hacen es dar vueltas y más vueltas por el Orbital? —preguntó Yalson.

Ya conocía la respuesta, pero prefería oír hablar al mondlidiciano que soportar una discusión entre Lamm y Neisin. Horza sonrió para sí. Jandraligeli asintió.