—¡Ja! ¡Así lo espero! —exclamó Aviger, y se rió.
—Bueno, no te preocupes por eso —le tranquilizó Kraiklyn—. Y ahora, que alguien ayude a Wubslin con las últimas comprobaciones de la lanzadera. Voy al puente para asegurarme de que Mipps sabe lo que ha de hacer. Partiremos dentro de unos diez minutos.
Kraiklyn retrocedió un par de pasos y se puso el traje, alzando la parte superior y metiendo los brazos en las mangas. Cerró los sellos principales del pecho, cogió su casco y saludó a la Compañía con un gesto de cabeza mientras pasaba junto a ellos y empezaba a subir por los peldaños que llevaban al puente.
—¿Estabas intentando hacerle enfadar? —preguntó Horza volviéndose hacia Yalson.
La mujer miró al Cambiante.
—Ah… Sólo quería soltarle una indirecta para que se diera cuenta de que le he calado. No puede engañarme.
Wusblin y Aviger estaban comprobando la lanzadera. Lamm estaba jugueteando con su láser. Jandraligeli tenía la espalda apoyada en el mamparo del hangar más cercano a la puerta con los brazos cruzados ante el pecho, los ojos clavados en las luces del techo y una expresión de aburrimiento en el rostro. Neisin estaba hablando en voz baja con Dorolow, quien veía al hombrecillo como un posible converso al Círculo de Llamas.
—¿Crees que esa partida de Daño va a celebrarse en Evanauth? —preguntó Horza.
Estaba sonriendo. El rostro de Yalson parecía muy pequeño dentro del gran aro del cuello de su traje, y estaba muy serio.
—Sí, eso es justamente lo que creo. Ese bastardo traicionero probablemente se ha inventado toda la operación del Megabarco. Nunca me había dicho que hubiese estado en Vavatch antes. Bastardo mentiroso… —Miró a Horza y golpeó el centro de su traje con el puño. Horza se rió y retrocedió bailoteando—. ¿Por qué estás tan sonriente?
—Porque eres muy graciosa —Horza se rió—. Bueno, supongamos que quiere jugar una partida de Daño. ¿Y qué? No paras de repetir que la nave es suya, que es el jefe y todas esas estupideces, pero te niegas a dejar que el pobre se divierta un poco.
—Bueno, ¿por qué no lo admite? —Yalson movió la cabeza en un gesto de irritación—. Porque no quiere compartir sus ganancias, por eso. La regla obliga a dividir todo lo que consigamos compartiéndolo según una…
—Si se trata de eso la verdad es que le entiendo —dijo Horza intentando hablar en el tono de voz más razonable posible—. Si gana una partida de Daño será gracias a sus propios esfuerzos; su triunfo no tendrá nada que ver con nosotros.
—¡No estoy hablando de eso! —gritó Yalson.
Sus labios se habían apretado hasta formar una línea muy delgada y tenía las manos apoyadas en las caderas. Estaba tan enfadada que pateó el suelo del hangar.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Horza sonriendo—. En tal caso… Cuando apostaste que derrotaría a Zallin, ¿por qué no devolviste todas tus ganancias inmediatamente para que fuesen repartidas?
—Eso es distinto y… —dijo Yalson exasperada.
Pero no pudo acabar de explicarse.
—¡Eh, eh! —Lenipobra bajó los peldaños de tres en tres y entró en el hangar justo cuando Horza se disponía a decir algo. Tanto él como Yalson se volvieron hacia el joven. Lenipobra fue hacia ellos cerrando los sellos que unían los guantes del traje a las muñequeras—. ¿V-v-vistéis ese mensaje? —Parecía muy nervioso y daba la impresión de que no podía estarse quieto. No paraba de frotarse las manos y mover los pies—. ¡F-f-fuego de rejilla grado nova! ¡Caray, vaya espectáculo! ¡Adoro la Cultura! Y luego una sesión de AMC c-c-como postre… ¡Yuuuupi!
Soltó una carcajada, se dobló por la cintura, golpeó el suelo del hangar con las dos manos, se irguió de un salto y sonrió a todos los presentes. Dorolow se rascó las orejas y puso cara de perplejidad. Lamm contempló con expresión feroz al joven por encima del cañón de su rifle. Yalson y Horza se miraron el uno al otro y menearon la cabeza. Lenipobra fue hacia Jandraligeli bailoteando y fingiendo boxear con su sombra. El mondliciano enarcó una ceja y observó al joven larguirucho y desgarbado que daba saltitos y hacía fintas ante él.
—El armamento capaz de acabar con el universo y este joven imbécil casi se ha corrido en los pantalones…
—Oh, vamos, Ligeli… Eres un aguafiestas —dijo Lenipobra. Dejó de bailotear, bajó los brazos con que había estado lanzando puñetazos al aire, se dio la vuelta y fue hacia la lanzadera arrastrando los pies—. Yalson, oye… —murmuró mientras pasaba junto a Yalson y Horza—, ¿qué diablos es eso de la AMC?
—Anti-Materia Colapsada, chaval.
Lenipobra siguió andando y Yalson sonrió. La cabeza del joven iba asintiendo lentamente dentro del cuello de su traje. Horza rió en silencio y fue hacia la rampa posterior de la lanzadera.
La Turbulencia en cielo despejado se puso en órbita. La lanzadera salió del hangar y se deslizó por debajo del Orbital Vavatch dejando que la nave espacial siguiera su curso como si fuese un minúsculo pez plateado bajo el oscuro casco de un barco inmenso.
Una pantalla de pequeño tamaño que había sido colocada a un extremo del compartimento principal de la lanzadera después de su última misión permitía que las siluetas protegidas por trajes pudieran observar la aparentemente interminable curva del material ultradenso acariciada por la luz de las estrellas que se perdía en la oscuridad. Era como volar cabeza abajo sobre un planeta metálico; y de entre todos los espectáculos y panoramas resultado de un esfuerzo consciente que existían en la galaxia el Orbital poseía un «valor ooooooh», como lo habría llamado la Cultura, que sólo era superado por un gran Anillo o una Esfera.
La lanzadera dejó atrás mil kilómetros de la pulida superficie inferior y, de repente, una cuña de oscuridad se alzó sobre ella, una rebanada de algo que parecía aún más liso que el material de base y que se adentraba en el espacio como el filo de un cuchillo cristalino abarcando más de dos mil kilómetros: el Muro del borde. Era la pared que limitaba con el mar al otro extremo del Orbital, allí donde estaba el hilo de tierra que habían visto mientras la Turbulencia en cielo despejado se aproximaba a Vavatch. Los primeros diez kilómetros de la curva eran tan oscuros como el espacio. Aquella superficie parecida a un espejo sólo era visible cuando las estrellas se reflejaban sobre ella, y contemplar aquella imagen perfecta podía hacer que la mente se aturdiera creyendo ver lo que parecían años luz de distancia, cuando de hecho la superficie se encontraba a sólo unos kilómetros.
—Dios, esa cosa es inmensa… —murmuró Neisin.
La lanzadera siguió subiendo, y un resplandor azulado que se convirtió en una reluciente extensión de océano se fue haciendo visible más allá del muro.
La lanzadera fue ascendiendo por el vacío que había junto al Muro del borde, moviéndose bajo la luz del sol que apenas si era filtrada por la pared transparente. A dos kilómetros de distancia había aire, aunque fuese muy tenue, pero la lanzadera estaba trepando por la nada, moviéndose en ángulo con respecto a la pared mientras ésta iba curvándose hasta alcanzar su cima. La lanzadera cruzó aquel borde afilado que se encontraba a dos mil kilómetros de la base del Orbital y empezó a seguir la curvatura de la pared por la parte interior. Atravesó el campo magnético del Orbital, una región donde pequeñas partículas magnetizadas de polvo artificial impedían el paso a una parte de los rayos del sol haciendo que el mar situado bajo ellas fuera más fresco que cualquier otro punto del mundo y produciendo los distintos climas de Vavatch. La lanzadera siguió bajando. Atravesó iones, luego gases tenue y acabó adentrándose en una atmósfera desprovista de nubes temblando en una corriente de chorro coriolis. El cielo que había sobre ella pasó del negro al azul. El Orbital de Vavatch, un aro de agua de catorce millones de kilómetros, parecía colgar desnudo en el espacio, extendido ante la lanzadera como una inmensa pintura circular.