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—Ya hemos llegado —dijo Kraiklyn pasado un rato.

Su voz chisporroteó en el oído de Horza. Lamm conectó su canal de transmisión.

—¿Qué?

Miró a Horza poniendo cara de perplejidad. Horza se encogió de hombros.

—¿Por qué tardáis tanto? —preguntó Kraiklyn—. Nosotros hemos tenido que recorrer más distancia. Estamos en la proa principal. Sobresalen un poco más que el sitio donde os encontráis.

—Y un cuerno, Kraiklyn.

Era la voz de Yalson. Se suponía que su grupo debía estar dirigiéndose hacia la otra proa lateral.

—¿Qué? —exclamó Kraiklyn.

Lamm y Horza se callaron para escuchar el intercambio de palabras que les llegaba por sus comunicadores. Yalson volvió a hablar.

—Acabamos de llegar al final del barco. De hecho, creo que estamos un poco fuera de la estructura principal, encima de una especie de ala o promontorio… Bueno, el caso es que aquí no hay ninguna proa lateral. Nos has enviado en la dirección equivocada.

—Pero vosotros… —empezó a decir Kraiklyn.

Su voz se desvaneció en el silencio.

—¡Kraiklyn, maldita sea, nos has enviado hacia la proa y tú estás en una proa lateral! —gritó Lamm por el micrófono de su casco.

Horza había estado llegando a la misma conclusión. Ésa era la razón de que siguieran andando y el equipo de Kraiklyn ya hubiera llegado a su punto de destino. El capitán de la Turbulencia en cielo despejado guardó silencio durante unos segundos.

—Mierda, debéis de tener razón —dijo por fin. Pudieron oírle suspirar—. Supongo que lo mejor será que tú y Horza sigáis adelante. Mandaré a alguien en vuestra dirección cuando hayamos acabado de inspeccionar esto. Creo que puedo ver una especie de galería con un montón de cúpulas transparentes, y puede que algunas contengan láseres. Yalson, vuelve al sitio donde nos separamos y avísame cuando llegues allí. Veremos quién encuentra algo útil antes.

—Jodidamente maravilloso —dijo Lamm.

Se alejó hacia la niebla y Horza le siguió, deseando que aquel maldito traje demasiado grande para su talla no le rozase y le doliera en tantos sitios.

Los dos hombres continuaron avanzando. Lamm se detuvo para investigar algunos camarotes que ya habían sido saqueados. Telas de lujo que se habían enganchado en fragmentos de los cristales rotos flotaban como si fuesen partes de la nube que les envolvía. Entraron en un apartamento y vieron muebles de madera, una holosfera rota tirada en un rincón y un acuario de cristal tan grande como una habitación lleno de peces multicolores medio descompuestos y trajes magníficos flotando junto a los peces en la superficie del agua igual que algas exóticas.

Sus comunicadores les permitieron oír como el grupo de Kraiklyn descubría lo que creyeron era una puerta que llevaba a la galería donde —ésa era su esperanza—, encontrarían láseres montados detrás de las burbujas transparentes que habían visto antes. Horza se volvió hacia Lamm y le dijo que sería mejor que no malgastaran su tiempo, por lo que se olvidaron de los camarotes y volvieron a la cubierta para reanudar su avance.

—Eh, Horza —dijo Kraiklyn cuando el Cambiante y Lamm salían de la cubierta para internarse en un largo túnel iluminado por la tenue claridad solar que lograba atravesar la niebla y los paneles opacos del techo—. El radar de aguja de este traje no funciona como debería.

—¿Qué le pasa? —preguntó Horza mientras caminaban por el túnel.

—No atraviesa la nube, eso es lo que le pasa.

—La verdad es que nunca llegué a tener ocasión de… ¿Qué quieres decir?

Horza se detuvo. Sintió cómo si algo se anudara en sus entrañas. Lamm siguió caminando por el pasillo, alejándose de él.

—Está dándome una lectura de esa gran nube que tenemos delante en toda su longitud y hasta como medio kilómetro de altura. —Kraiklyn se rió—. Esa nube no es el Muro del borde, de eso no hay duda, y puedo ver que es una nube, y se encuentra más cerca de lo que el radar dice que está.

—¿Dónde estáis? —preguntó Dorolow—. ¿Habéis encontrado algún láser? ¿Qué hay de esa puerta?

—No, es una especie de solano o algo parecido —respondió Kraiklyn.

—¡Kraiklyn! —gritó Horza—. ¿Estás seguro de esa lectura?

—Estoy seguro. El radar dice que…

—Joder, desde luego aquí no hay mucho sol para broncearse… —dijo alguien, aunque la interrupción parecía accidental, como si quien había hablado no supiera que su comunicador estaba activado.

La frente de Horza empezó a cubrirse de sudor. Algo andaba terriblemente mal.

—¡Lamm! —gritó. Lamm, que se encontraba treinta metros más adelante, volvió la cabeza hacia él y siguió caminando—. ¡Vuelve! —gritó Horza.

Lamm se detuvo.

—Horza, no puede haber nada…

—¡Kraiklyn! —la voz de Mipp, desde la lanzadera—. No estábamos solos. Acabo de ver una lanzadera que ha despegado desde un punto situado algo más atrás de donde nos posamos. Ya se encuentra bastante lejos.

—De acuerdo, Mipp, gracias —dijo Kraiklyn sin perder la calma—. Escucha, Horza, por lo que puedo ver desde aquí la proa donde os encontráis acaba de entrar en la nube, así que es una nube… Mierda, todos podemos ver que es una maldita nube. No te…

El barco vibró bajo los pies de Horza. Se tambaleó. Lamm le lanzó una mirada de perplejidad.

—¿Has sentido eso? —gritó Horza.

—¿Sentir qué? —respondió Kraiklyn.

—¿Kraiklyn? —Mipp de nuevo—. Puedo ver algo…

—¡Lamm, vuelve aquí! —gritó Horza, tanto por el aire como a través del micro.

Lamm miró a su alrededor. Horza estaba seguro de que sentía temblar la cubierta, y las vibraciones no cesaban.

—¿Qué has sentido? —preguntó Kraiklyn.

Estaba empezando a enfadarse.

—He creído sentir algo —dijo Yalson—. No era gran cosa. Pero… Eh, escuchadme, se supone que estas cosas no…, se supone que estas cosas no…

—Kraiklyn —dijo Mipp en un tono de voz más apremiante—, creo que veo algo…

—¡Lamm!

Horza empezó a retroceder por donde habían venido. Lamm seguía sin moverse, poniendo cara de no saber qué hacer.

Horza podía oír algo, una curiosa especie de gruñido. Le recordaba el sonido de un reactor o un motor de fusión situado a mucha distancia, pero no era ninguna de esas dos cosas. Y también podía sentir algo bajo sus pies. Ese temblor, y además había una especie de tirón, algo que parecía atraerle hacia adelante, hacia Lamm, hacia la proa, como si se encontrara en un campo de poca intensidad, o…

—Kraiklyn! —chilló Mipp—. ¡Puedo verlo! ¡Está ahí! Yo… Vosotros… Estoy… —balbuceó.

—Oídme todos, ¿queréis hacer el favor de calmaros un poco?

—Puedo sentir algo… —empezó a decir Yalson.

Horza echó a correr hacia la entrada del pasillo. Lamm, que había empezado a retroceder, se detuvo y se puso las manos en las caderas apenas vio cómo Horza se alejaba corriendo de él. El aire vibraba con una especie de rugido distante, como una gran cascada oída desde el fondo de una cañada.

—Yo también puedo sentir algo, es como si…

—¿Qué estaba gritando Mipp?

—¡Vamos a estrellarnos! —gritó Horza mientras corría.

El rugido se aproximaba y se iba haciendo más fuerte a cada segundo que pasaba.

—¡Hielo! —Era la voz de Mipp—. ¡Voy a hacer despegar la lanzadera! ¡Corred! ¡Es una pared de hielo! ¡Neisin! ¿Dónde estás? ¡Neisin! ¡Tengo que…!

—¿Qué?

—¿HIELO?

El rugido seguía aumentando de intensidad. El pasillo empezó a gemir alrededor de Horza. Varios paneles del techo se resquebrajaron y los fragmentos cayeron al suelo enfrente de él. Una sección de pared salió disparada hacia adelante como una puerta que se abre y Horza apenas si logró esquivarla. No podía oír nada, sólo aquel ruido.