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Se preguntó qué podía hacer. Sabía que sólo le quedaba un curso de acción a seguir. En esa isla había una lanzadera; era difícil que se encontrara en peor estado que el aparato en el que se hallaba ahora, y sus posibilidades actuales de ser rescatado eran prácticamente nulas. Se volvió hacia la frágil puerta que conducía al puente de vuelo sin soltarse del marco, sintiendo cómo el viento cálido le abofeteaba y se desparramaba en remolinos a su alrededor.

No sabía si saltar ahora mismo o hacer un nuevo intento de razonar con Mipp antes. Aún seguía pensando en ello cuando la lanzadera se estremeció y empezó a caer como una piedra hacia el mar.

6. Los Devoradores

Durante un segundo Horza careció de peso. Sintió como su cuerpo era atrapado por los torbellinos de viento que entraban remolineando por el hueco de las puertas, atrayéndole hacia ellas. Se agarró a la ranura de la pared que había utilizado antes para sujetarse. La lanzadera inclinó el morro, y el rugido del viento se hizo más potente. Horza estaba flotando con los ojos cerrados, sus dedos metidos en la hendidura de la pared, esperando el choque final; pero el aparato logró volver a nivelarse y Horza se encontró otra vez con los pies en el suelo.

—¡Mipp! —gritó.

Fue tambaleándose hacia la puerta. Sintió que el aparato empezaba a virar y se volvió hacia el hueco de las puertas traseras. Seguían cayendo.

—Se acabó, Horza —dijo Mipp con un hilo de voz—. La he perdido. —Parecía encontrarse muy débil, como si estuviera sumido en una mezcla de calma y desesperación—. Voy a volver a la isla. No llegaremos allí, pero… Nos estrellaremos dentro de unos momentos… Será mejor que te acuestes junto al mamparo y que te prepares para el impacto. Intentaré hacer que se pose de la forma más suave posible…

—Mipp —dijo Horza, sentándose en el suelo con la espalda pegada al mamparo—, ¿puedo hacer algo?

—Nada —dijo Mipp—. Ahí vamos… Lo siento, Horza. Agárrate fuerte.

Horza hizo justamente lo contrario y relajó todos los músculos de su cuerpo. El aire que entraba rugiendo por el hueco de las puertas aullaba dentro de sus oídos; la lanzadera temblaba debajo de él. El cielo estaba muy azul. Captó un fugaz atisbo de olas. Hizo que los músculos de su espalda conservaran la tensión justa para que su cabeza siguiera pegada a la superficie del mamparo. Después oyó gritar a Mipp. No había palabras; sólo un grito de miedo, un ruido puramente animal.

La lanzadera chocó con algo. El impacto hizo que el cuerpo de Horza quedara pegado a la pared, pero la presión desapareció enseguida. El aparato alzó un poco el morro. Horza sintió que su peso disminuía, vio olas y espuma blanca entrando por el hueco de las puertas. Las olas desaparecieron, vio el cielo y cerró los ojos mientras el morro de la lanzadera volvía a bajar.

El aparato se estrelló contra las olas, resbalando sobre ellas hasta detenerse. Horza sintió como si la pata de algún animal gigantesco intentara aplastarle contra el mamparo. Se quedó sin aliento, oyó el rugir de su sangre y notó las mordeduras del traje. Todo su cuerpo tembló bajo aquella fuerza que trataba de aplastarle y entonces, justo cuando el impacto parecía haber terminado, otro golpe terrible cayó sobre su espalda y su cuello, y sus ojos dejaron de ver.

Lo siguiente que supo era que había agua por todas partes. Estaba jadeando y resoplando, debatiéndose en la oscuridad mientras sus manos chocaban con superficies duras que se habían partido llenándose de ángulos nuevos. Podía oír el gorgoteo del agua, y el sonido ahogado de su propia respiración. Expulsó agua por la boca y tosió.

Estaba flotando en una burbuja de aire rodeada de agua caliente. No había luz. Casi todo su cuerpo parecía sufrir alguna clase de dolor distinto. Cada miembro y cada parte aullaban su propio mensaje de dolor.

Movió los brazos tanteando cautelosamente el pequeño espacio dentro del que se hallaba atrapado. El mamparo se había derrumbado; Horza se encontraba en el puente de vuelo con Mipp. Localizó el cuerpo de Mipp aplastado entre el asiento y el panel de instrumentos, aprisionado e inmóvil, a medio metro bajo la superficie del agua. Su cabeza, que Horza podía tocar si metía el brazo por entre el respaldo del asiento y lo que parecían las entrañas del monitor principal, se movía con demasiada facilidad en el cuello del traje, y la frente estaba destrozada.

El nivel del agua iba subiendo. El aire escapaba por el morro de la lanzadera, que flotaba en el mar con la proa hacia arriba oscilando lentamente. Horza sabía que la única solución era sumergirse y nadar por el compartimento trasero del aparato hasta salir por el hueco de las puertas; de lo contrario quedaría irremisiblemente atrapado dentro de la lanzadera.

Estuvo respirando lo más profundamente posible durante todo un minuto pese al dolor de sus costados, y el nivel del agua fue aumentando gradualmente hasta obligarle a meter la cabeza en el ángulo creado por el techo del puente y el panel de instrumentos. Cuando hubo llenado sus pulmones de aire se sumergió.

Fue bajando por el compartimento, alejándose del asiento aplastado en el que había muerto Mipp y dejó atrás los retorcidos paneles de aleaciones ligeras que habían sido el mamparo. Podía ver una vaga claridad entre gris y verde que formaba un rectángulo ante él. El aire atrapado dentro de su traje burbujeaba a su alrededor deslizándose por sus piernas con dirección a sus pies. El aire de sus botas le hizo flotar durante unos segundos y detuvo su avance. Horza pensó que no iba a conseguirlo, que se quedaría atrapado en aquella posición y que acabaría ahogándose con la cabeza hacia abajo y los pies apuntando hacia arriba. Un instante después el aire escapó con un leve burbujeo por los agujeros que el láser de Lamm había hecho en sus botas y Horza siguió bajando.

Se abrió paso por entre el agua con dirección al rectángulo de luz, cruzó el hueco de las puertas y se adentró en las espejeantes profundidades verdosas que había debajo del aparato. Movió las piernas y empezó a subir, emergiendo de las olas con un jadeo que llenó sus pulmones de aire cálido. Sintió cómo sus ojos se adaptaban a la claridad oblicua pero aún potente de las últimas horas del atardecer.

Se agarró al metal abollado y lleno de agujeros del morro —que asomaba unos dos metros por encima del agua—, y miró a su alrededor intentando ver la isla, pero no lo consiguió. Siguió moviéndose lo justo para permanecer a flote dejando que su maltrecho cuerpo y su cerebro tuvieran tiempo de recuperarse. Vio como el morro del aparato se iba hundiendo en el agua y se deslizaba lentamente hacia adelante de tal forma que la lanzadera acabó flotando sobre las olas que lamían su parte superior. El Cambiante logró izarse al techo de la lanzadera con un esfuerzo que creó nuevos dolores en sus brazos, y se quedó tumbado allí como un pez varado en la playa.

Empezó a desconectar las señales del dolor, como si fuese un sirviente cansado que recoge los trocitos de los objetos frágiles destrozados por su amo en un ataque de rabia.

Y sólo entonces, tumbado sobre la parte superior del fuselaje de la lanzadera sintiendo el roce de las olas, se dio cuenta de que toda el agua que había estado tragando y escupiendo entre toses era agua dulce. Hasta aquel momento ni se le había pasado por la cabeza que el Mar Circular pudiera ser otra cosa que una inmensa extensión de agua salada, como la mayoría de océanos planetarios, pero el agua no contenía ni pizca de sal y Horza se alegró, pensando que por lo menos no moriría de sed.

Se incorporó cautelosamente sobre el techo mientras las olas se estrellaban contra sus pies. Miró a su alrededor y pudo ver la isla…, a duras penas. La claridad del atardecer hacía que pareciese muy pequeña y distante y, aunque había una débil brisa cálida que soplaba más o menos hacia la isla, Horza no tenía ni idea de en qué dirección podían llevarle las corrientes, si es que las había.