Xoralundra se inclinó hacia Horza y proyectó una sombra encima de la mesa. Su inmensa cabeza —vista de frente tenía la misma forma que una silla de montar, con dos ojos de mirada penetrante que no parpadeaban situados en la parte delantera, junto a los bordes—, se alzó sobre el Cambiante.
—Has tenido suerte, Horza. No vinimos a rescatarte impulsados por la compasión. El fracaso siempre trae consigo su propia recompensa.
—Gracias, Xora. Si he de serte sincero, eso es lo más agradable que me han dicho en todo lo que llevo de día.
Horza se reclinó en su asiento y alzó una de sus manos de anciano para deslizaría por entre su escasa cabellera amarillenta. El aspecto senil que había asumido aún tardaría unos días en desaparecer, aunque su organismo ya le estaba enviando las primeras señales indicadoras de que empezaba a desvanecerse. La mente de un Cambiante contenía una imagen corporal mantenida y revisada continuamente a un nivel semi-subconsciente, y esa imagen era la responsable de que el cuerpo conservara el aspecto deseado. Horza ya no necesitaba tener el aspecto de un Gerontócrata, y la imagen mental del ministro que había suplantado para ayudar a los idiranos estaba fragmentándose y disolviéndose. El cuerpo del Cambiante no tardaría en volver a su estado de neutralidad normal.
La cabeza de Xoralundra se movió lentamente de un lado a otro por entre los bordes del cuello de su traje. Horza nunca había logrado entender del todo aquel gesto, aunque llevaba bastante tiempo trabajando para los idiranos y conocía a Xoralundra desde mucho antes de la guerra.
—No importa. Estás vivo —dijo Xoralundra.
Horza asintió y tamborileó con los dedos sobre la mesa para demostrar que estaba de acuerdo con su afirmación. Le habría gustado que la silla idirana en la que se hallaba sentado no le hiciera sentirse como un niño. Sus pies ni tan siquiera rozaban el suelo.
—A duras penas, pero… Gracias de todas formas. Siento haberos hecho venir hasta aquí para rescatar a un fracasado.
—Las órdenes son las órdenes. Personalmente, me alegro de que pudiéramos rescatarte con vida. Ahora debo contarte por qué recibí esas órdenes.
Horza sonrió y apartó la mirada del viejo idirano, quien acababa de obsequiarle con algo parecido a un cumplido; lo cual era muy raro entre los de su raza. Volvió a mirarle y vio como la inmensa boca del idirano —Horza pensó que era lo bastante grande para arrancarte las dos manos de un solo bocado— se movía articulando las secas y precisas palabras del lenguaje idirano.
—Hace tiempo formaste parte de una misión de cuidado y supervisión en el Mundo de Schar, uno de los Planetas de los Muertos Dra'Azon —afirmó Xoralundra. Horza asintió—. Necesitamos que vuelvas allí.
—¿Ahora? —dijo Horza sin apartar los ojos del gran rostro oscuro del idirano—. Allí hay otros Cambiantes. Ya te he dicho más de una vez que no estoy dispuesto a tomar la identidad de otro Cambiante y, desde luego, no pienso matar a ninguno.
—No te pedimos que hagas eso. Escucha con atención mientras te lo explico. —Xoralundra apoyó la espalda en el asiento de una forma que casi cualquier vertebrado, o, incluso, un invertebrado, habría definido con el adjetivo «cansada»—. Hace cuatro días estándar… —empezó a decir el idirano, y de repente el casco del traje que había dejado en el suelo junto a sus pies emitió un zumbido penetrante. Xoralundra cogió el casco y lo puso encima de la mesa—. ¿Sí? —preguntó.
Horza estaba lo bastante familiarizado con las voces idiranas para comprender que quien hubiera molestado al Querl haría bien teniendo una buena razón que justificara ese acto.
—Hemos capturado a la hembra de la Cultura —dijo una voz procedente del casco.
—Ahh… —murmuró Xoralundra y volvió a reclinarse en su asiento. El equivalente idirano de una sonrisa, boca fruncida y ojos entrecerrados, pasó velozmente por sus rasgos—. Bien, capitán. ¿Está a bordo?
—No, Querl. La lanzadera llegará dentro de unos dos minutos. He empezado a retirar las plataformas de artillería. Estamos preparados para abandonar el sistema tan pronto como se encuentren a bordo.
Xoralundra se inclinó sobre el casco. Horza inspeccionó la piel de anciano que cubría el dorso de sus manos.
—¿Y la nave de la Cultura? —preguntó el idirano.
—Seguimos sin saber nada de ella, Querl. No puede estar en ningún punto del sistema. Nuestro ordenador sugiere que se encuentra fuera de él, probablemente entre nosotros y la flota. Creemos que no tardará mucho en comprender que estamos solos.
—Prepárese para volver con la flota en cuanto la hembra agente de la Cultura se encuentre a bordo sin esperar la llegada de las plataformas. ¿Comprendido, capitán? —Xoralundra miró a Horza justo cuando el humano le lanzaba una mirada—. ¿Comprendido, capitán? —repitió el Querl sin apartar los ojos del humano.
—Sí, Querl —respondió la voz que brotaba del casco.
Horza pudo captar el tono gélido de la contestación incluso a través del minúsculo altavoz.
—Bien. Utilice su propia iniciativa para decidir cuál es la mejor ruta de regreso. Mientras tanto, destruirá las ciudades de De'aychanbie, Vinch, Easna-Yowon, Izilere e Ylbar con bombas de fusión según indicaban las órdenes del Almirantazgo.
—Sí, Querl…
Xoralundra accionó un interruptor y la voz del casco se esfumó.
—¿Habéis capturado a Balveda? —preguntó Horza, sorprendido.
—Sí, hemos capturado a la agente de la Cultura. Su captura o destrucción me parecía de escasa importancia, comparativamente hablando, pero sólo había una forma de conseguir que el Almirantazgo nos permitiera emprender una misión tan peligrosa como tu intento de rescate adelantándonos al resto de la flota, y era asegurarles que haríamos todo lo posible por capturarla.
—Hmmm… Apuesto a que no habéis conseguido haceros con el proyectil cuchillo de Balveda.
Horza dejó escapar un bufido y volvió a clavar los ojos en las arrugas que cubrían sus manos.
—El proyectil se autodestruyó mientras subías a la lanzadera que te ha traído a la nave —Xoralundra movió una mano y una ráfaga de aire que olía a idirano cruzó la mesa—. Ya es suficiente. He de explicarte por qué hemos arriesgado un crucero ligero para rescatarte.
—Oh, sí, desde luego… Explícamelo —dijo Horza, y se volvió hacia el idirano.
—Hace cuatro días estándar —dijo el Querl—, un grupo de nuestras naves interceptó a una nave de la Cultura de apariencia exterior convencional pero, a juzgar por su emisión identificadora, de construcción interna más bien extraña. La nave fue destruida sin demasiados problemas, pero la Mente escapó. Había un sistema planetario cerca. Parece que la Mente ha logrado llegar al espacio real y la superficie planetaria del mundo que escogió, lo cual indica un nivel de manejo del campo hiperespacial que creíamos…, mejor dicho, que esperábamos seguía estando más allá de las capacidades de la Cultura. Una cosa sí es indudable, y es que por ahora nosotros aún no somos capaces de llevar a cabo ese tipo de acrobacias espaciales. Debido a esa y otras indicaciones, tenemos razones para creer que la Mente en cuestión pertenece a una nueva clase de Vehículos Generales de Sistemas que está siendo desarrollada por la Cultura. La captura de la Mente constituiría un triunfo de inteligencia militar de primera categoría.
El Querl hizo una breve pausa. Horza aprovechó la oportunidad para hablar.
—¿Y esa cosa se encuentra en el Mundo de Schar? —preguntó.
—Sí. Según su último mensaje, tenía intención de buscar refugio en los túneles del Sistema de Mando.
—¿Y no podéis hacer nada al respecto?
Horza sonrió.