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—Hemos venido a rescatarte. Eso ya es hacer algo al respecto, Bora Horza. —El Querl se quedó callado durante unos segundos—. Tus labios me indican que encuentras algo divertido en esta situación. ¿De qué se trata?

—Estaba pensando que… Bueno, pensaba en montones de cosas. En que esa Mente es muy lista o muy afortunada, en que vosotros habéis tenido la gran suerte de que yo estuviera cerca, y en que la Cultura no va a quedarse cruzada de brazos sin hacer nada.

—Trataré todos esos puntos por orden —dijo Xoralundra con sequedad—. Para empezar, la Mente de la Cultura es muy lista y muy afortunada; nosotros hemos tenido mucha suerte; la Cultura no puede hacer gran cosa porque, que sepamos, no disponen de ningún Cambiante y, desde luego, no tienen a ninguno que haya estado en el Mundo de Schar. Además, Bora Horza, me gustaría añadir otra cosa —dijo el idirano poniendo sus dos inmensas manazas sobre la mesa e inclinando su gran cabeza hacia el humano—. Tú también has tenido suerte, ¿no te parece?

—Ah, sí, pero la diferencia estriba en que yo creo en la suerte —replicó Horza sonriendo.

—Hmmm. Eso no dice mucho en tu favor —observó el Querl.

Horza se encogió de hombros.

—Bien, lo que quieres es que vaya al Mundo de Schar y que encuentre a esa Mente, ¿no?

—Si es posible… Puede que esté averiada. Puede que esté dispuesta a destruirse, pero aun así sigue siendo un premio por el que vale la pena luchar. Te proporcionaremos todo el equipo que necesites, pero tu sola presencia ya nos daría una cierta ventaja inicial.

—¿Y las personas que ya están allí? Me refiero a los Cambiantes que desempeñan funciones de supervisión…

—No hemos tenido noticias de ellos. Lo más probable es que ni tan siquiera se hayan enterado de la llegada de la Mente. Su siguiente transmisión rutinaria debería llegar dentro de pocos días, pero dadas las disrupciones actuales del sistema de comunicaciones provocadas por la guerra, quizá no sean capaces de transmitir.

—¿Qué sabéis sobre el personal de la base? —preguntó Horza, con los ojos clavados en la mesa mientras uno de sus dedos trazaba círculos sobre el tablero.

—Los dos miembros más veteranos han sido sustituidos por Cambiantes más jóvenes —dijo el idirano—. Los dos centinelas de menor edad se convirtieron en veteranos y se han quedado allí.

—No corren ningún peligro, ¿verdad? —preguntó Horza.

—Al contrario. Estar en un Planeta de los Muertos al otro lado de una Barrera del Silencio Dra'Azon… Supongo que debe de ser uno de los sitios más seguros que se pueden encontrar mientras duren las hostilidades actuales. Ni nosotros ni la Cultura podemos correr el riesgo de ofender a los Dra'Azon. Ésa es la razón de que no podamos hacer nada salvo utilizarte.

—Suponiendo que pueda apoderarme de ese ordenador metafísico y traéroslo… —dijo Horza, inclinándose hacia adelante y bajando un poco el tono de voz.

—Algo en tu voz me indica que nos aproximamos al asunto de la remuneración —dijo Xoralundra.

—Oh, sí, ciertamente. Llevo mucho tiempo arriesgando el cuello por vosotros, Xoralundra. Quiero dejarlo. Tengo a una amiga sirviendo en la base de ese Mundo de Schar, y si está de acuerdo, me gustaría que ella y yo nos alejáramos lo más posible de esta maldita guerra. Eso es lo que te pido.

—No puedo prometerte nada. Transmitiré tu petición. La devoción que has demostrado y el mucho tiempo que llevas a nuestro servicio serán tomados en consideración.

Horza se reclinó en el asiento y frunció el ceño. No estaba seguro de si Xoralundra le había respondido con ironía o no. Seis años probablemente no debían parecerle demasiado tiempo a una especie que era virtualmente inmortal; pero el Querl Xoralundra sabía con qué frecuencia su frágil subordinado humano lo había arriesgado todo para servir a sus amos alienígenas sin ninguna recompensa real, por lo que quizá hablaba en serio. El casco emitió un nuevo zumbido antes de que Horza pudiera seguir regateando. Horza torció el gesto. Todos los ruidos de la nave idirana le parecían ensordecedores. Las voces eran truenos; los timbres y zumbadores seguían resonando en sus oídos mucho tiempo después de haberse callado; y los anuncios hechos mediante el sistema de megafonía le obligaban a llevarse las dos manos a la cabeza. Esperaba que no hubiera ninguna alarma a gran escala mientras estuviera a bordo. Las alarmas de la nave idirana podían causar graves daños en unos oídos humanos no protegidos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Xoralundra volviéndose hacia el casco.

—La hembra está a bordo. Sólo necesitaré ocho minutos más para que las plataformas…

—¿Ha destruido las ciudades?

—Han sido destruidas, Querl.

—Salga de la órbita ahora mismo y diríjase hacia la flota a velocidad máxima.

—Querl, debo observar que… —dijo la vocecita que brotaba del casco colocado sobre la mesa.

—Capitán —dijo Xoralundra secamente—, hasta el momento, en esta guerra se han producido catorce enfrentamientos entre cruceros ligeros del Tipo 5 y Unidades Generales de Contacto de la clase Montaña. Todos han terminado con la victoria del enemigo. ¿Ha visto lo que queda de un crucero ligero después de que una UGC haya terminado con él?

—No, Querl.

—Yo tampoco, y no tengo ninguna intención de verlo por primera vez desde el interior de este crucero. Cumpla mis órdenes inmediatamente —Xoralundra volvió a accionar el botón del casco y clavó los ojos en el rostro de Horza—. Si tienes éxito, haré cuanto pueda para conseguir que te licencien del servicio con los fondos suficientes. Bien… En cuanto hayamos establecido contacto con el contingente principal de la flota irás al Mundo de Schar en un transporte rápido. Cuando hayas llegado a la Barrera del Silencio se te proporcionará una lanzadera. No dispondrá de armamento, aunque contará con el equipo que creemos puedes necesitar, incluyendo unos cuantos analizadores espectro-gráficos hiperespaciales de corto alcance por si se da el caso de que la Mente decida llevar a cabo una destrucción limitada.

—¿Cómo puedes estar seguro de que será «limitada»? —le preguntó Horza con cierto escepticismo.

—El tamaño de la Mente es relativamente pequeño, pero aun así pesa varios miles de toneladas. Una destrucción aniquilatoria partiría el planeta en dos mitades e irritaría considerablemente a los Dra'Azon. Ninguna Mente de la Cultura sería capaz de correr un riesgo semejante.

—Tu confianza me abruma —dijo Horza torciendo el gesto.

El ruido de fondo que les rodeaba se alteró bruscamente. Xoralundra dio la vuelta al casco y clavó los ojos en una de sus pequeñas pantallas internas.

—Bien. Hemos empezado a movernos. —Sus ojos volvieron a posarse en Horza—. Hay otra cosa de la que debería hablarte. El grupo de naves que interceptaron a la nave de la Cultura intentó seguir a la Mente en su huida hacia el planeta.

Horza frunció el ceño.

—¿Acaso no sabían que…?

—Hicieron cuanto pudieron. El grupo de combate contaba con varios animales distorsionadores chuy-hirtsi que habían sido desactivados para utilizarlos posteriormente en un ataque sorpresa a una base de la Cultura. Uno de ellos fue preparado a toda velocidad para una incursión a pequeña escala en la superficie planetaria y enviado hacia la Barrera del Silencio en un crucero. El plan no tuvo éxito. Mientras cruzaba la Barrera el animal fue atacado por algo parecido al fuego de rejilla y sufrió graves daños. Emergió de la distorsión cerca del planeta en un curso que acabaría con su combustión en la atmósfera. El equipo y la fuerza de tierra opinaron que debemos considerarlo difunto.

—Ya… Supongo que fue un buen intento, pero un Dra'Azon debe hacer que incluso esa Mente maravillosa tuya parezca un ordenador de válvulas. Hará falta algo más que eso para engañarles.

—¿Crees que serás capaz de conseguirlo?