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De hecho, seguía pudiendo acceder a toda esa memoria almacenada (aunque el proceso era complicado, y demasiado lento), por lo que no había perdido todo cuanto contenían. Pero en cuanto a pensar y ser ella misma…, eso era otro asunto muy distinto. La Mente no era la de siempre. Era una tosca copia o abstracción de sí misma, un simple plano básico con el que construir toda la complejidad laberíntica de su auténtica personalidad. Aquel plano constituía la copia más fiel posible que su limitada escala actual era teóricamente capaz de proporcionar, y la Mente seguía siendo consciente de sí misma; consciente incluso según las pautas de medida más rigurosas aplicables. Aun así, un índice no era el texto, un plano de calles no era la ciudad, y un mapa no era el terreno que representaba.

Por lo tanto, ¿qué era?

No la entidad que creía ser, ésa era la respuesta, y resultaba de lo más desconcertante, porque sabía que el yo en que se había convertido jamás podría pensar en todas las cosas que su antigua personalidad era capaz de abarcar con el pensamiento. La Mente se sentía indigna de sí misma. Se sentía falible, limitada y… torpe.

«Pero hay que pensar de forma positiva. Pautas, imágenes, la analogía indicadora…, sácale el máximo provecho a aquello de que dispones. Limítate a pensar que…»

Si no era ella misma, entonces sería algo distinto.

Entre su estado actual y lo que había sido antes había la misma distancia que entre ella y el robot (hermosa comparación).

El robot sería algo más que sus ojos y oídos en la superficie, dentro o en las proximidades de la base de los Cambiantes; sería más que un mero vigilante y un ayudante en los indudablemente frenéticos preparativos para equiparse y esconderse que se producirían si daba la alarma. Sería algo más que eso. Y algo menos.

«Mira el lado bueno de las cosas». ¿Acaso no había obrado de una forma muy astuta? Sí, claro que sí.

Su huida de la nave de guerra improvisada con los componentes disponibles había sido asombrosamente brillante y genial, aunque fuera ella misma quien aplicara esos términos. Su valerosa utilización del campo distorsionador a tales profundidades de un pozo gravitatorio habría sido extremadamente temeraria salvo en el terrible conjunto de circunstancias dentro del que se había visto atrapada, pero no cabía duda alguna de que había sabido manejarlo de una forma soberbiamente hábil… Y su asombrosa transferencia del hiperespacio al espacio real no se limitaba a ser un acto más brillante e incluso más valeroso que cualquiera de los que había llevado a cabo hasta entonces, sino que también era casi indudablemente una primicia cósmica. Su vasto almacén de información no contenía ni un solo dato indicador de que alguien hubiera eso hecho antes. La Mente estaba orgullosa de sí misma.

Pero después de todo eso ahora estaba aquí, atrapada; una lisiada intelectual, convertida en una mera sombra filosófica de su antiguo yo.

Ahora lo único que podía hacer era dejar transcurrir el tiempo, y albergar la esperanza de que quien viniera a su encuentro estuviera animado por intenciones amistosas. La Cultura debía saber lo que le había ocurrido; la Mente estaba segura de que su señal había funcionado y de que habría sido recogida en algún sitio. Pero los idiranos también sabían dónde estaba. La Mente no creía que intentaran llegar hasta allí por la fuerza. Los idiranos sabían tan bien como ella que enemistarse con los Dra'Azon era una pésima idea. Pero, ¿y si los idiranos lograban encontrar una forma de llegar hasta ella y la Cultura no? ¿Y si toda la región de espacio que rodeaba al Golfo Sombrío había caído bajo el dominio idirano? La Mente sabía que si caía en manos idiranas sólo podía hacer una cosa, pero no sólo tenía razones puramente personales para no querer autodestruirse, sino que además tampoco quería autodestruirse en las proximidades del Mundo de Schar por la misma razón por la que los idiranos jamás se presentarían allí con una flota de combate. Pero si era capturada en el planeta, ésos podían ser los últimos momentos en que tendría una posibilidad de autodestruirse. Cuando se la llevaran del planeta los idiranos quizá hubieran dado con alguna forma de impedir que se autodestruyera.

También cabía la posibilidad de que huir hubiese sido un error. Quizá debería haberse destruido junto con el resto de la nave, ahorrándose todas aquellas complicaciones y problemas. Pero cuando fue atacada y descubrió que se encontraba tan cerca de un Planeta de los Muertos… Bueno, le pareció como si el mismo cielo le enviara una posibilidad de escapar. La Mente quería vivir, desde luego, pero dejar pasar por alto una ocasión tan soberbia… Aun suponiendo que su supervivencia o su destrucción no le importaran en lo más mínimo, habría seguido siendo un auténtico desperdicio.

Bueno, ahora ya no podía hacer nada al respecto. Estaba aquí y no le quedaba más remedio que esperar. Esperar y pensar, considerar todas las opciones de que disponía (pocas) y las posibilidades existentes (muchas). Tenía que hurgar en las memorias disponibles buscando cualquier cosa que pudiera ser relevante y que pudiera ayudarla. Por ejemplo (y el único dato realmente interesante no le hacía concebir muchas esperanzas), había descubierto que existían muchas probabilidades de que los idiranos pudieran contar con los servicios de un Cambiante que había trabajado una temporada con los cuidadores asignados al Mundo de Schar. Naturalmente, el Cambiante podía estar muerto o muy ocupado con otra misión, o demasiado lejos, o —para empezar—, también era posible que la información fuese incorrecta y que la sección de recogida de datos de la Cultura hubiera cometido un error…

La creencia de que la información nociva no existía —salvo en términos muy relativos—, estaba incorporada a todos los niveles de la estructura de la Mente, pero a medida que pasaba el tiempo iba deseando con más fervor que sus bancos de memoria no hubiesen contenido aquella brizna de información. Preferiría no haber sabido nada sobre aquel hombre, el Cambiante que conocía el Mundo de Schar y que probablemente trabajaba para los idiranos. (Y, en una muestra más de perversidad, también se encontró deseando saber el nombre de aquel Cambiante.)

Pero si tenía un poco de suerte la información resultaría ser irrelevante, o la Cultura llegaría al Mundo de Schar primero. O el Dra'Azon se daría cuenta de que una Mente estaba en apuros, se conmovería ante su parentesco espiritual y la ayudaría, o… cualquier cosa.

* * *

La Mente aguardaba en la oscuridad.

Cientos de aquellos planetas se encontraban vacíos; los cien millones de torres repletas de cuartitos estaban allí; los cuartitos, los archivadores y los cajones y las tarjetas y los espacios para los números y las letras estaban allí; pero las tarjetas estaban en blanco y no contenían ni un solo signo… (A veces la Mente se distraía imaginando que viajaba por los angostos pasillos que separaban las hileras de archivadores con uno de sus robots flotando entre los archivos de memoria acumulados en aquellos corredores, de una habitación a otra, de un piso a otro, kilómetro tras kilómetro, recorriendo continentes enterrados de habitaciones, océanos repletos de habitaciones, cordilleras convertidas en llanuras, bosques talados, desiertos de habitaciones). Esos sistemas enteros de planetas oscuros y esos trillones de kilómetros cuadrados de papel en blanco representaban el futuro de la Mente; todos los espacios que llenaría durante la existencia que la aguardaba.