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Él (y olvida quién es este «él», limítate a aceptar el término carente de nombre mientras esta ecuación se resuelve a sí misma)…, él es el hombre sentado en el sillón en el gran auditorio, el que ha caído en alguna sima dentro de sí mismo, en algún lugar de su ser…, otro. Un doble, una copia, alguien que finge ser él.

Pero en esta teoría hay algo que no encaja…

(Vuelve a empezar…)

Haz acopio de fuerzas.

Necesito pistas, puntos de referencia, algo a lo que agarrarme.

El recuerdo de una célula dividiéndose vista fotograma por fotograma, el mismísimo comienzo de la vida independiente que, aun así, sigue siendo dependiente. Retén esa imagen…

Palabras (nombres); necesito palabras.

Todavía no, pero…, algo está a punto de moverse y dar la vuelta; un lugar…

¿Qué estoy buscando?

Mente.

¿La mente de quién?

(Silencio.)

¿La mente de quién?

Silencio

¿La mente de quién?

Silencio.

(…Vuelve a empezar…)

Escucha. Todo esto es cosa del shock. Te han dado, y con mucha fuerza. Esto no es más que alguna forma de shock, y te recuperarás.

Eres el hombre que está jugando el juego (como todos)… Aun así, algo anda mal, hay algo que falta y, al mismo tiempo, hay algo que no estaba antes. Piensa en esos errores vitales; piensa en esa célula que se divide, la misma y distinta a la vez, el lugar que está vuelto del revés, el grupo de células que se vuelve del revés a sí mismo, el que parece un cerebro partido en dos (sin dormir, moviéndose). Escucha con atención a quien intenta hablar contigo…

Silencio.

(Y todo esto llega desde ese abismo de noche, desnudo en la tierra baldía, el gemir del viento helado su única protección y atuendo, sólo en la oscuridad bajo un gélido cielo de obsidiana.)

¿Quién ha intentado hablar conmigo? Nadie lo ha intentado, nunca. ¿Cuándo escuché? ¿Cuándo fui nada salvo yo mismo, cuándo me preocupé por alguien que no fuera yo mismo?

El individuo es el fruto del error; por lo tanto sólo el proceso tiene validez… Bien, ¿quién va a hablar en su nombre?

El viento aúlla, y su gemir carente de significado se lleva consigo el calor y acaba con toda la esperanza, distribuyendo el calor de su cuerpo agotado por los negros cielos, disolviendo la llama salada de su existencia, helándole hasta el núcleo, erosionando y frenando. Vuelve a sentir que está cayendo, y sabe que esta vez el abismo es aún más profundo y que sólo terminará allí donde el silencio y el frío son absolutos, allí donde nunca se oye gritar ninguna voz, ni tan siquiera ésta…

(Una voz que es como el aullido del viento:) ¿Hubo alguien a quien le importara lo suficiente para hablar conmigo?

(Silencio).

¿Hubo alguien…?

(Silencio).

¿Hubo…?

(Un murmullo:) Escucha: «Los Jinmoti de…»

…Bozlen Dos.

Dos. Alguien había hablado en una ocasión. Era el Cambiante, era el error, la copia imperfecta.

Estaba jugando un juego distinto al del otro (pero seguía teniendo la intención de acabar con una Vida). Estaba observando, sintiendo lo que sentía el otro, pero sintiendo más cosas que él.

Horza. Kraiklyn.

Ahora lo sabía. El juego era… el Daño. El lugar era… un mundo donde una cinta de la idea original había sido vuelta del revés… Un Orbitaclass="underline" Vavatch. La Mente en el Mundo de Schar. Xoralundra. Balveda. ¡La (encontró su odio y lo clavó en la pared del abismo, como si fuera un garfio del que colgar una cuerda) Cultura!

Una brecha en la pared celular; las aguas abriéndose paso; la luz liberándose, la iluminación… que llevaba al renacimiento.

Peso, frío y claridad, una luz brillante…

Mierda. Bastardos… Lo he perdido todo gracias a un Abismo de Auto-Duda…

Una ola de furia impotente recorrió todo su ser y algo murió.

* * *

Horza se arrancó la frágil conexión del monitor de la cabeza. Se quedó inmóvil en el diván con el cuerpo tembloroso, los ojos irritados y llenos de legañas, contemplando las luces del auditorio y los dos animales medio muertos que seguían luchando el uno con el otro suspendidos de los trapecios. Se obligó a cerrar los ojos, y volvió a abrirlos para escapar de la oscuridad.

El Abismo de la Auto-Duda. Kraiklyn había sido atacado por cartas que hacían dudar de su propia identidad al jugador que era objeto de la ofensiva. A juzgar por el tenor de los pensamientos de Kraiklyn antes de que se arrancara la conexión, el Cambiante tuvo la impresión de que Kraiklyn no se había dejado dominar por el terror, sino de que había sufrido una mera desorientación momentánea. El ataque le había distraído lo suficiente para perder la mano, y eso era todo lo que sus oponentes pretendían. Kraiklyn había quedado eliminado de la partida.

El efecto sobre él, que intentaba ser Kraiklyn pero sabía que no lo era, había sido bastante más severo. No había ningún misterio. Horza estaba seguro de que cualquier Cambiante habría tenido el mismo problema que él…

Los temblores empezaron a desvanecerse. Se sentó y puso los pies en el suelo. Tenía que marcharse. Kraiklyn no tardaría en marcharse, y no le quedaba más remedio que seguirle.

«Cálmate, maldita sea.»

Bajó los ojos hacia la mesa. La mujer sin pechos había ganado. Kraiklyn le lanzó una mirada feroz mientras la mujer recogía sus ganancias y los ishlorsinami le libraban del arnés de sujeción. Kraiklyn abandonó la arena y pasó junto al cuerpo fláccido y todavía caliente de su última Vida justo cuando la liberaban de sus ataduras.

Pateó el cadáver y la multitud le abucheó.

Horza se puso en pie, giró sobre sí mismo y tropezó con un cuerpo muy duro que resistió el impacto sin retroceder ni un milímetro.

—¿Puedo ver ese pase ahora, señor? —preguntó la guardia de seguridad a la que había mentido antes.

Horza sonrió con nerviosismo. Era consciente de que aún temblaba un poco; tenía los ojos enrojecidos y su rostro estaba cubierto de sudor. La guardia de seguridad le contemplaba fijamente con el rostro inexpresivo. Algunas de las personas que llenaban la terraza les estaban observando.

—Yo… Lo siento —dijo el Cambiante hablando muy despacio mientras se palmeaba los bolsillos con manos temblorosas.

La guardia de seguridad alargó el brazo y le cogió por el codo izquierdo.

—Quizá sería mejor que…

—Oiga —dijo Horza inclinándose hacia ella—, yo… No tengo pase. ¿Se conformaría con un soborno?

Empezó a meter la mano dentro de la blusa para coger sus créditos. La guardia de seguridad le golpeó con la rodilla y le retorció el brazo izquierdo por detrás de la espalda. Hizo todo aquello de la forma más experta concebible, y Horza tuvo que dar un salto hacia atrás para que el rodillazo no fuera demasiado doloroso. Permitió que su hombro izquierdo se desconectara y empezó a doblarse sobre sí mismo, pero no antes de que su mano izquierda hubiera arañado ligeramente el rostro de la mujer (y mientras se dejaba caer comprendió que eso había sido una reacción instintiva y no algo razonado. No estaba muy seguro del porqué, pero le pareció bastante divertido.)

La guardia de seguridad le cogió por el otro brazo y le inmovilizó las dos manos a la espalda usando su guante de sujeción para dejarlas atrapadas en esa postura. Alzó la otra mano y se limpió la sangre del rostro. Horza había quedado de rodillas sobre la superficie de la terraza, y estaba gimiendo como gemiría casi todo el mundo si tuviera un brazo roto o dislocado.