Выбрать главу

Empezó a caminar rápidamente por entre la multitud, abriéndose paso a través de los grupos, filas y colas buscando un vehículo libre, una puerta abierta o los ojos del encargado de algún servicio de taxis. Captó un fugaz vislumbre de la cola en que estaba Kraiklyn. El capitán de la Turbulencia en cielo despejado se encontraba de pie ante la puerta de un vehículo rojo, aparentemente discutiendo con su conductor y con otras dos personas de la cola.

Horza notó el nacimiento de un mareo. Empezó a sudar. Sentía deseos de dar patadas y apartar de su camino a toda la gente que se agolpaba a su alrededor. Volvió sobre sus pasos. Tendría que correr el riesgo de sobornar a alguien para que le dejara colocarse en los primeros puestos de la cola de Kraiklyn. Estaba a sólo cinco metros de la cola cuando Kraiklyn y las otras dos personas dejaron de discutir y se metieron en el taxi, que se alejó a toda velocidad. Horza volvió la cabeza para seguirlo con los ojos sintiendo un nudo en el estómago y apretando los puños, y justo entonces vio a la mujer de la cabellera canosa.

Llevaba una capa azul con capucha, pero mientras intentaba abrirse paso por entre el gentío apelotonado al borde de la calzada la capucha se deslizó hacia atrás revelando su rostro. Un hombre bastante alto le pasó el brazo por encima de los hombros y señaló hacia la plaza. La mujer volvió a subirse la capucha.

Horza se metió la mano en el bolsillo hasta tocar su arma y fue hacia la pareja justo cuando un aerodeslizador de color negro mate y contornos muy estilizados emergía con un siseo de la oscuridad y se detenía ante ellos. Horza apretó el paso. La puerta del aerodeslizador se abrió hacia arriba como si fuese un ala y la mujer que era Sarble el Ojo se inclinó para entrar en el vehículo.

Horza alargó el brazo y su mano se posó sobre el hombro de la mujer, quien giró en redondo volviéndose hacia él. El hombre alto dio un par de pasos hacia Horza y el Cambiante tensó la mano dentro de su bolsillo alzándola un poco para revelar el bulto de su arma. El hombre se detuvo y miró hacia el suelo como si no supiera qué hacer. La mujer se quedó paralizada con un pie sobre el umbral del vehículo.

—Creo que van en mi dirección —se apresuró a decir Horza—. Sé quién es. —Movió la cabeza señalando hacia la mujer—. Sé qué es lo que lleva en la cabeza. Lo único que quiero es que me lleven al puerto. Eso es todo. Si lo hacen no habrá jaleo.

Señaló con la cabeza a los guardias de seguridad que estaban controlando la cola.

La mujer miró al hombre alto y se volvió hacia Horza. Retrocedió lentamente.

—De acuerdo. Después de usted.

—No, usted primero.

Horza movió la mano sin sacarla del bolsillo. La mujer sonrió, se encogió de hombros y entró en el vehículo seguida por el hombre alto y Horza.

—¿Quién es…? —empezó a decir la conductora, una mujer calva y de expresión más bien feroz.

—Un invitado —dijo Sarble—. Limítate a conducir.

El aerodeslizador se puso en movimiento.

—Vaya tan deprisa como quiera —dijo Horza—. Estoy buscando un vehículo de superficie de color rojo.

Sacó el arma de su bolsillo y giró hasta quedar de cara a Sarble el Ojo y el hombre alto. El aerodeslizador aceleró.

—Te dije que habían emitido la grabación demasiado pronto —siseó el hombre alto.

Tenía una voz áspera y un poco estridente. Sarble se encogió de hombros. Horza sonrió y se dedicó a contemplar el tráfico que se movía alrededor del vehículo en el que viajaban, pero siguió vigilando a sus dos acompañantes por el rabillo del ojo.

—Mala suerte —dijo Sarble—. Cuando estaba en el auditorio no paraba de tropezarme con este tipo.

—Entonces, ¿usted es realmente Sarble? —preguntó Horza.

La mujer no contestó y siguió con la cabeza vuelta hacia el hombre alto.

—Oiga —dijo el hombre alto volviéndose hacia Horza—, le llevaremos al puerto, si es que ese coche rojo va allí, pero no intente nada raro, ¿de acuerdo? Si no queda más remedio nos resistiremos. No me da miedo morir.

El hombre alto parecía asustado e irritado al mismo tiempo; su rostro blanco amarillento recordaba al de un niño que está a punto de echarse a llorar.

—Me ha convencido —dijo Horza sonriendo—. Y ahora, ¿por qué no intenta localizar a ese coche rojo? Tres ruedas, cuatro puertas y tres personas en el compartimento trasero. En cuanto le eche el ojo encima lo reconocerá.

El hombre alto se mordió el labio. Horza movió el arma unos centímetros indicándole que mirase hacia adelante.

—¿Es ése? —preguntó la conductora calva.

Horza vio el vehículo al que se refería. Parecía el mismo en el que había subido Kraiklyn.

—Sí. Sígalo, pero no de muy cerca.

El aerodeslizador redujo un poco la velocidad.

Entraron en la zona del puerto. Las siluetas iluminadas de las grúas y las armazones metálicas brillaban en la lejanía. Vehículos de superficie, aerodeslizadores e incluso lanzaderas estaban aparcados e inmóviles a ambos lados de la calzada. El coche que seguían se encontraba justo delante de ellos, moviéndose lentamente detrás de dos aerobuses que subían por una rampa bastante angosta. El motor de su aerodeslizador emitió un gruñido cuando empezaron a subir por la superficie de la rampa.

El coche rojo abandonó la calzada principal y siguió una curva bastante larga flanqueada por charcos de agua que emitían destellos oscuros.

—Así que es realmente Sarble, ¿eh? —dijo Horza volviéndose hacia la mujer de la cabellera canosa, que seguía sin mirarle—. Delante del auditorio hace un rato… ¿Era usted? ¿O no? ¿Cuántas personas son Sarble?

Sus acompañantes guardaron silencio. Horza se limitó a sonreír sin apartar los ojos de ellos y asintió levemente con la cabeza. El silencio que reinaba en el interior del vehículo sólo era roto por el rugido del viento.

El aerodeslizador abandonó la calzada y se dirigió hacia un bulevar, dejando atrás grúas inmensas y las masas de maquinaria iluminada que se alzaban hacia el cielo como torres colosales. Después aceleró por una carretera a cuyos lados había hileras de almacenes sumidos en las tinieblas. Empezó a reducir la velocidad junto a un muelle secundario.

—No se le acerque mucho —dijo Horza.

La mujer calva redujo todavía más la velocidad. El coche rojo se deslizó junto al muelle pasando bajo las cajas cuadradas formadas por los soportes de las grúas.

El coche rojo se detuvo junto a un edificio brillantemente iluminado. Un conjunto de luces que giraba alrededor de su base indicaba en varios idiomas que ahí estaba el «ACCESO 54 A LA SUB-BASE».

—Estupendo. Pare —dijo Horza. El aerodeslizador se detuvo y sus faldones de goma entraron en contacto con el suelo—. Muchas gracias.

Horza bajó del vehículo sin dar la espalda ni un solo momento al hombre alto y la mujer de la cabellera canosa.

—No hemos intentado resistirnos. Puede considerarse muy afortunado —dijo el hombre alto con voz irritada mientras asentía secamente con la cabeza.

Sus ojos emitían destellos iracundos.

—Ya lo sé —dijo Horza—. Adiós.

Le guiñó el ojo a la mujer de la cabellera canosa, quien se dio la vuelta y movió un dedo hacia él en lo que Horza sospechó debía de ser un gesto obsceno. El aerodeslizador ascendió unos centímetros, salió disparado hacia adelante, dio la vuelta y se alejó rugiendo por el camino que habían seguido para llegar hasta allí. Horza volvió los ojos hacia la entrada de la subplataforma. Las tres personas que habían bajado del coche rojo estaban ante ella con sus cuerpos silueteados por las luces del interior. Horza tuvo la impresión de que una de ellas acababa de volver la cabeza hacia el muelle. No estaba seguro de si lo había hecho, pero el Cambiante retrocedió hacia las sombras proyectadas por la grúa que se alzaba sobre él.