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Dos de las personas que esperaban ante el tubo de acceso desaparecieron en el interior del edificio. La tercera persona —que podía ser Kraiklyn—, echó a caminar hacia uno de los extremos del muelle.

Horza se metió el arma en el bolsillo y fue hacia allí moviéndose rápidamente bajo las sombras de otra grúa.

Un rugido casi idéntico al producido por el aerodeslizador de Sarble cuando se alejó —pero mucho más potente y grave—, llegó a sus oídos desde el interior del muelle.

Un inmenso vehículo que se movía sobre un colchón de aire —similar en principio al aerodeslizador que Horza había requisado, pero mucho más grande—, emergió de la oscura extensión del océano llenando el extremo del muelle que daba a las aguas de luces y espuma. Los torbellinos de espuma bailotearon por los aires envueltos en la luminiscencia lechosa de las estrellas, el resplandor del lado diurno del Orbital que se curvaba sobre el muelle y las luces del vehículo. La enorme máquina avanzó lentamente por entre las paredes del muelle acompañada por el gemido estridente de sus motores. Detrás de ella se podía ver otro par de nubes también iluminadas desde el interior por luces parpadeantes. El vehículo avanzó por el muelle envuelto en un estallido de fuegos artificiales. Horza logró distinguir una hilera de ventanas y lo que parecía gente bailando al otro lado de ellas. Bajó la vista hacia el muelle. El hombre al que estaba siguiendo había empezado a subir los peldaños que llevaban hasta una pasarela situada bastante por encima del suelo. Horza corrió sin hacer ruido agachándose para pasar por debajo de los soportes de las grúas y saltando sobre los gruesos manojos de cables. Las luces del vehículo caían sobre la negra superestructura de las grúas; el alarido de los reactores y las hélices de propulsión creaba ecos entre las paredes de cemento.

Un vehículo mucho más pequeño —oscuro y silencioso, salvo por el chirriar que su desplazamiento creaba al hendir la atmósfera— pasó sobre la cabeza de Horza como si quisiera resaltar la comparativa tosquedad de la escena que tenía ante sus ojos. El vehículo desapareció en el cielo nocturno convirtiéndose en una manchita de existencia muy fugaz sobre la superficie del lado diurno del Orbital. Horza la observó durante la fracción de segundo que necesitó para desaparecer, y volvió a concentrar su atención en la silueta iluminada por los focos del inmenso vehículo que seguía desplazándose lentamente a lo largo del muelle. El segundo aerodeslizador ya estaba enfilando el muelle para seguirle.

Horza llegó a los peldaños que llevaban hasta la pasarela del angosto puente colgante. El hombre que caminaba como Kraiklyn y se cubría con una capa gris ya había recorrido la mitad del trayecto. Horza apenas si podía ver lo que había al otro lado del muelle, pero supuso que si dejaba que su presa recorriera el resto del puente antes de que empezara a seguirla había bastantes probabilidades de que la perdiese de vista. Lo más probable era que aquel hombre —Kraiklyn, si es que era él—, lo hubiese comprendido; Horza supuso que debía haberse dado cuenta de que estaba siendo seguido. Puso un pie en el puente. La superficie metálica osciló ligeramente bajo su cuerpo. El ruido y las luces del gigantesco aerodeslizador estaban casi directamente debajo de él. Los olores de agua estancada del muelle saturaban la atmósfera. El hombre no se volvió hacia Horza, aunque debía de haber sentido cómo sus pisadas se unían a las suyas para hacer vibrar el puente.

La silueta llegó al otro extremo del puente. Horza la perdió de vista y echó a correr con el arma delante de él. El movimiento del vehículo que tenía debajo estaba creando ráfagas de aire y espuma que le dejaron empapado. La música de sus cubiertas estaba tan alta que ni el aullido de los motores lograba ahogarla. Horza llegó al final del puente y bajó corriendo la espiral de peldaños que llevaba al muelle.

Algo surgió de la oscuridad que había bajo la espiral y se estrelló contra su rostro. Una fracción de segundo después algo chocó con su espalda y la parte trasera de su cráneo. Horza cayó sobre algo duro y se preguntó confusamente qué había ocurrido mientras las luces se movían por encima de él. El aire rugía y atronaba en sus orejas, y oía una música distante. Un potente haz luminoso cayó sobre sus ojos y una mano echó hacia atrás el capuchón que le cubría el rostro.

Oyó un jadeo ahogado de sorpresa, el jadeo de un hombre que aparta el capuchón de un rostro para encontrarse con su propia cara. (¿Quién eres?) Si se trataba de eso, los efectos de la sorpresa harían que el hombre fuese vulnerable durante unos pocos segundos (¿Quién soy?)… Horza aún conservaba las energías suficientes para lanzar una patada y acompañarla con un movimiento hacia arriba de los brazos. Sus dedos encontraron una tela, y su pantorrilla entró en contacto con una ingle. El hombre intentó saltar sobre Horza dirigiéndose hacia el muelle. Un instante después Horza sintió cómo unas manos le cogían por los hombros, y cuando el hombre al que había logrado agarrar cayó al suelo, el cuerpo de Horza giró por los aires.

Ya no estaba en el muelle. El hombre había caído justo en el borde y había resbalado arrastrando consigo a Horza. Estaban cayendo al agua.

Horza fue consciente de una sucesión de luces y sombras, de que seguía teniendo agarrado al hombre por el traje o la capa y de que había una mano encima de su hombro. Siguieron cayendo. ¿Qué distancia les separaba del agua? El ruido del viento. Atento al sonido de…

Fue un impacto doble. Chocó con el agua, y después llegó una colisión de líquido y cuerpo estrellándose contra algo más duro. Hacía mucho frío, y le dolía el cuello. Estaba debatiéndose locamente, no muy seguro de dónde estaba el arriba y dónde el abajo. Los golpes en la cabeza le habían dejado bastante aturdido. Algo tiró de él. Horza lanzó un puñetazo y su mano chocó con algo blando. Logró erguirse y se encontró de pie en un metro escaso de agua. Avanzó con paso tambaleante. Aquello era un auténtico manicomio: luces, sonidos y espuma por todas partes, y alguien que seguía agarrado a él y no parecía dispuesto a soltarle.

Horza volvió a manotear. Las nubes de espuma se disiparon durante un instante y vio la pared del muelle dos metros a su derecha y, justo delante de él, la popa de aquel inmenso vehículo que iba alejándose lentamente a cinco o seis metros de distancia. Una potente ráfaga de aire que olía a aceite le hizo caer nuevamente al agua, ahora de espaldas. La nube de espuma se cerró sobre él. La mano le soltó y Horza volvió a encontrarse cayendo a través de las aguas.

Horza logró incorporarse con el tiempo justo de ver cómo su adversario se abría paso por entre la nube de espuma siguiendo el lento avance del aerodeslizador muelle arriba. Intentó correr, pero el agua era demasiado profunda. Tenía que mover las piernas hacia adelante a cámara lenta en la versión pesadillesca de una carrera, colocando el torso en ángulo de tal forma que su peso le ayudase a avanzar. Horza siguió al hombre de la capa gris retorciendo exageradamente el cuerpo de un lado para otro, usando sus manos como si fueran remos en un intento de moverse más deprisa. La cabeza le daba vueltas. Sentía un dolor terrible en la espalda, el cuello y la cara, y veía borroso, pero al menos no había abandonado la persecución. El hombre que corría ante él parecía mucho más deseoso de escapar que de plantarle cara y pelear.

Los gases liberados por los motores del aerodeslizador aún en movimiento crearon otro agujero en la nube de espuma y revelaron la cubierta que asomaba sobre el muro bulboso de los faldones de la máquina. La cubierta quedaba a unos tres metros de la superficie del agua y sobresalía por encima de ella. El chorro caliente de humo y vapores asfixiantes cayó primero sobre el hombre que huía y luego sobre Horza, empujándoles hacia atrás. La profundidad del agua estaba disminuyendo. Horza descubrió que podía sacar las piernas del agua lo suficiente para avanzar bastante más deprisa. El ruido y la espuma volvieron a envolverles, y Horza perdió de vista al hombre que perseguía durante un momento. Después el panorama que tenía delante volvió a hacerse visible y pudo contemplar como aquel inmenso vehículo se movía sobre su colchón de aire hasta llegar a una zona de cemento seco. Las paredes del muelle se extendían hasta una altura considerable a cada lado, pero el agua y las nubes de espuma ya casi habían desaparecido. El hombre al que perseguía subió tambaleándose por el corto tramo de rampa que nacía en el agua —ahora sólo les llegaba hasta los tobillos—, y terminaba en el cemento. Tropezó y estuvo a punto de caer, pero logró recobrar el equilibrio y dio comienzo a una vacilante carrera en pos del aerodeslizador que iba acelerando sobre la zona de cemento dirigiéndose hacia el cañón central del muelle.