Hacía frío, y el proceso pareció requerir mucho tiempo y un considerable esfuerzo. Horza acabó yendo con paso tambaleante hacia una escalera metálica incrustada en la pared de cemento del muelle y subió por ella izándose con manos temblorosas y pies algo inseguros mientras los tres vehículos de colchón de aire se detenían y dejaban bajar a sus pasajeros medio kilómetro muelle abajo.
Se quedó tumbado en el suelo durante un rato, se levantó, subió por la espiral de peldaños que llevaba al pequeño puente colgante, lo recorrió tambaleándose hasta llegar al otro lado y entró en el acceso circular del edificio. Las personas de expresiones nerviosas y ropajes multicolores que acababan de abandonar los aerodeslizadores y aún seguían con bastantes ganas de juerga se callaron bruscamente en cuanto le vieron detenerse ante las puertas del ascensor. La cápsula les llevaría hasta la zona del espaciopuerto, a medio kilómetro por debajo de sus pies. Horza apenas si podía oír nada, pero podía ver sus rostros preocupados y captaba la incomodidad que estaba provocando con su cara ensangrentada y llena de heridas y sus ropas empapadas de agua.
La cápsula llegó por fin. Los que habían asistido a la fiesta en los aerodeslizadores fueron entrando en ella, y Horza entró también apoyándose en la pared a cada paso que daba. Alguien le cogió del brazo para ayudarle, y Horza movió la cabeza dándole las gracias. Una voz dijo algo que sus oídos convirtieron en un murmullo distante. Horza intentó sonreír y volvió a asentir con la cabeza. La cápsula empezó a bajar.
La zona subterránea les acogió con lo que parecía una vasta extensión de estrellas. Pasados unos momentos, Horza fue comprendiendo que era la parte superior tachonada de luces de una nave espacial mucho más grande que cualquiera de las que había visto antes. De hecho, jamás había oído hablar de una máquina tan inmensa. Tenía que ser Los fines de la inventiva, la nave desmilitarizada de la Cultura. A Horza su nombre le importaba un comino. Se conformaba con subir a bordo y llegar hasta la Turbulencia en cielo despejado.
La cápsula del ascensor se detuvo en un tubo transparente situado sobre una zona de recepción esférica que colgaba en el vacío a cien metros bajo la base del Orbital. La esfera era el punto de origen de pasarelas y túneles tubulares que se alejaban en todas direcciones llevando a las estructuras de acceso y los muelles abiertos y cerrados de la zona portuaria propiamente dicha. Los muelles abiertos eran aquellos donde las naves se limitaban a atracar, por lo que necesitaban estar provistos de escotillas y se encontraban vacíos. El ex-Vehículo General de Sistemas de la Cultura Los fines de la inventiva había sustituido a todos esos muelles, ya que se encontraba directamente debajo de toda la zona portuaria y su acceso quedaba muy cerca del área de recepción circular. La inmensa llanura formada por su techo se extendía kilómetro tras kilómetro en todas direcciones, ocultando casi totalmente el panorama de cielo y estrellas que se encontraba más allá. Sus sistemas de iluminación arrancaban destellos a la parte superior de la nave y mostraban las conexiones establecidas entre ella y los tubos de acceso y túneles del puerto.
La mente de Horza estaba empezando a captar por fin las dimensiones colosales de aquella nave. El Cambiante sintió que la cabeza le daba vueltas. Nunca había visto un VGS y, naturalmente, jamás había estado en el interior de uno. Conocía su existencia y sabía para qué servían, pero hasta ahora jamás había apreciado debidamente el logro que representaban. Éste ya no formaba parte de la Cultura, al menos teóricamente. Horza sabía que estaba desmilitarizado, que había perdido casi todo su equipo básico y que ya no poseía la Mente o Mentes que lo habrían controlado en circunstancias normales; pero la estructura por sí sola era más que suficiente para impresionar a cualquiera.
Los Vehículos Generales de Sistemas eran como mundos encerrados dentro de una cápsula metálica. Eran algo más que meras espacio-naves de gran tamaño. Eran hábitats, universidades, fábricas, museos, astilleros, bibliotecas…, incluso centros de exhibición móviles. Representaban a la Cultura y eran la Cultura. Casi cualquier cosa que pudiera hacerse en algún lugar de la Cultura era factible dentro de un VGS. Podían crear cualquier objeto que la Cultura fuese capaz de fabricar, contenían todo el conocimiento acumulado por la Cultura a lo largo de su existencia, llevaban dentro o podían construir equipo especializado de todos los tipos imaginables para cualquier eventualidad concebible, y siempre estaban manufacturando naves de menor tamaño: normalmente Unidades Generales de Contacto; ahora, naves de guerra. Sus complementos se medían como mínimo en millones. Las tripulaciones de las naves que fabricaban surgían de su propio incremento de población. Eran las embajadoras de la Cultura, sus ciudadanos más visibles y sus pesos pesados tecnológicos e intelectuales, inmensas naves-mundo autosuficientes, independientes del exterior, productivas y, al menos en tiempos de paz, dedicadas a un continuo intercambio de información. Si alguien quería asombrarse y quedar impresionado ante la sorprendente escala y el inmenso poder de la Cultura no necesitaba viajar desde los confines más lejanos y atrasados de la galaxia hasta algún planeta distante que formara parte de la Cultura; un VGS podía traértelo todo directamente a tu puerta.
Horza siguió a las multitudes de ropajes multicolores a través de la frenética actividad que se desarrollaba en el área de recepción. Había unas cuantas personas uniformadas, pero no estaban allí para impedir el paso a nadie. Horza estaba tan aturdido que tenía la impresión de ser un pasajero dentro de su propio cuerpo. Aquel titiritero borracho imaginario en el que había pensado antes parecía haber recobrado la sobriedad y estaba guiándole por entre la gente hacia las puertas de otro ascensor. El Cambiante intentó aclarar un poco sus pensamientos meneando la cabeza, pero el gesto le hizo sentir una nueva punzada de dolor. Sus tímpanos estaban recobrando lentamente la capacidad auditiva.
Se miró las manos, y se quitó la piel que había usado para copiar las huellas dactilares, frotándose cada mano contra una de las solapas de su traje hasta que se desprendió y cayó al suelo del pasillo.
Cuando salieron del segundo ascensor se encontraron dentro de la nave espacial. La multitud se fue dispersando por anchos pasillos decorados en tonos suaves, y la cápsula del ascensor descendió rápidamente hacia el área de recepción. Un robot de pequeño tamaño flotó hacia él. Tenía las dimensiones y la forma de una mochila de traje estándar, y Horza lo contempló con cautela, no muy seguro de si era un artefacto de la Cultura o no.
—Discúlpeme —dijo la máquina—. ¿Se encuentra bien?
Su voz era grave y firme, pero parecía amistosa. Horza apenas si podía oírla.
—Me he perdido —dijo Horza hablando en un tono de voz excesivamente alto—. Me he perdido… —repitió en voz más baja, con lo que apenas pudo oírse a sí mismo.
Era consciente de que se tambaleaba ligeramente sobre sus pies, y sentía cómo el agua se iba deslizando hacia el interior de sus botas y goteaba por la capa empapada para caer sobre la blanda superficie absorbente que había debajo de sus pies.
—¿Adónde quiere ir? —preguntó el robot.
—A una nave llamada… —Horza cerró los ojos sintiendo una oleada de cansancio y desesperación. No se atrevía a dar su auténtico nombre—. La arrogancia del mendigo.
El robot guardó silencio durante un segundo.
—Me temo que no hay ninguna nave con ese nombre a bordo —dijo por fin—. Quizá se encuentre en la zona portuaria, y no a bordo de Los fines de la inventiva.
—Es una vieja nave de asalto fabricada en Hron —dijo Horza con voz cansada buscando algún sitio donde sentarse. Vio algunos asientos unidos a unos metros de distancia, junto a la pared, y fue hacia ellos. El robot le siguió. En cuanto Horza se hubo sentado descendió unas decenas de centímetros para seguir a la altura de sus ojos—. Mide unos cien metros de largo —siguió diciendo el Cambiante, a quien ya no le preocupaba demasiado la posibilidad de estar delatándose—. Estaba siendo reparada por unos armadores del puerto. Sufrió una avería en sus unidades de campo.