El ambiente único de la rotonda del Palace se expresa así, o al menos eso opina Ernesto Teldi, y he aquí la razón por la que ha citado en ella al fotógrafo y a la corresponsal de Mecenas de las Artes, una revista especializada que reciben cerca de 350 000 suscriptores o entidades muy escogidos en toda Europa; una publicación prestigiosa que hace meses que le solicita una entrevista «de tono profesional, pero con un toque humano, el lado tierno de los triunfadores, algo de mucha altura, en la línea de la revista Fortune, usted ya me entiende».
Hace rato que Teldi espera a la señorita Ramos y a su fotógrafo; y como en un escenario preparado al efecto, sobre la mesita que hay frente a él pueden verse los restos de un desayuno frugaclass="underline" zumo de pomelo, una taza de té y algunas migas presumiblemente de tostada, mientras su dueño hojea el Financial Times; sólo las páginas de arte, naturalmente.
– Buenos días, señorita Ramos, Agustina Ramos, ¿verdad? -beso para ella, apretón de mano con palmadita en la espalda para el fotógrafo-. Permítame que me presente, soy Ernesto Teldi -añade con ese aire entre la camaradería y la distancia, que sabe es tan apreciado por los periodistas de élite, en especial por las señoritas Ramos de este mundo, que son, por lo general, muy cultas, en ocasiones zurdas, a veces bizcas, lo que les confiere una leve originalidad que el resto de su aspecto les niega. Suelen ser además, con asombrosa frecuencia, hijas, sobrinas o parientes muy cercanas de algún pintor ignoto o injustamente olvidado, pero de enorme talento (cuánta incultura hay en este mundo), razones todas éstas por las que las señoritas Ramos se consideran mujeres poco afortunadas, conscientes de que su inteligencia está siendo miserablemente malgastada en una revista carísima pero pseudointelectual, como Mecenas de las Artes, y, sobre todo, muy pero que muy molestas por tener que ir a todas partes con Chema.
Chema suele ser el fotógrafo. Mucho más joven que la señorita Ramos y con la imperdonable costumbre de mascar chicle y vestir de una manera muy poco artística: una funesta combinación de nikis a rayas con pantalones a cuadros que, a pesar de demostrar su mal gusto, no le impide sacar fotos espléndidas, tanto, que suelen eclipsar los siempre brillantes textos de la señorita Ramos, que en esta ocasión no piensa dejarse eclipsar de ninguna manera, por lo que ha preparado para Teldi una batería de preguntas incisivas (a veces acidas, incluso impertinentes) pero siempre sólidamente documentadas: intelecto y pimienta a partes iguales, he ahí la receta infalible, piensa Ramos, ya verán sus imbéciles jefes en la revista Mecenas… lo que es una entrevista de primera.
– Buenos días, señor Teldi.
La señorita Agustina Ramos se ha hundido hasta casi desaparecer en uno de los enormes sofás tapizados en un tono lacre, muy cómodos sin duda, pero demasiado envolventes para alguien de pequeñas dimensiones como ella, lo cual no impide que prepare la grabadora.
– Uno-dos-tres, probando -dice, para luego añadir, a modo de referencia-: Entrevista a Ernesto Teldi, marchante y gran coleccionista hispano-argentino de arte.
– Yo diría más bien completamente hispano -puntualiza Teldi, con un acento americanizado que parece desmentirle-. Muchos piensan que soy argentino porque he vivido media vida en Buenos Aires y además tengo un apellido que suena a italiano, pero le aseguro que soy español por los cuatro costados.
A la señorita Ramos no le gustan las interrupciones, son una lata: la obligan a parar y rebobinar la cinta. Además, la puntualización es del todo innecesaria. Ella ha preparado a fondo la entrevista, sabe de sobra que Teldi era un joven madrileño con poco dinero y muchas ambiciones, que allá a finales de los años sesenta -y en contra de la opinión de todos- decidió abandonar un empleo seguro, para probar suerte en Argentina. La época no parecía la adecuada, los tiempos gloriosos de aquel país quedaban ya muy lejanos, pero a pesar de todo, Teldi logró hacer una fortuna, especialmente en los años sesenta y ochenta, comprando gran cantidad de obras de arte, que adquiría a un precio ínfimo, comparado con la cotización que luego alcanzaban en Europa: Sorollas, Gutiérrez Solanas, Rusiñoles, Zuloagas, incluso a veces pequeños Monets, Bonnards o Renoirs, magníficas piezas llegadas a la Buenos Aires de principios de siglo. Gracias a aquellos aciertos, Teldi es ahora un hombre de éxito, un profesional respetado, además de haberse convertido más recientemente en un generoso mecenas, todo lo cual lo hace el personaje ideal para la revista de arte con la que ella tiene la desgracia de colaborar, que sólo sabe hablar de ricos y de talentos consagrados por los dólares de quién sabe qué pandilla de analfabetos. Existen, sin embargo, ciertos puntos oscuros en la biografía de todo gran hombre -también en la de Teldi-, y la señorita Ramos piensa incidir sobre ellos, aunque vaya en contra de la política de sus jefes, intonsos infumables, ya verán lo que es una buena entrevista de arte. Pero aun así, antes de meterle el dedo en la llaga a su entrevistado…
– Dígame señor Teldi, ¿qué es para usted el arte, ocio o negocio? -pregunta la señorita, porque esta original pregunta es preceptiva para todos los entrevistados de Mecenas de las Artes.
Vaya chuminada, piensa Ramos, maldiciendo mentalmente al señor Janeiro, promotor y dueño de la revista millonada, y dueño también de una cadena de zapaterías que le permiten dedicarse a humillar a personas serias como la señorita Ramos, que se ven obligadas a plantear tales preguntas estúpidas: ¿ocio o negocio?
Teldi se ha recostado en su butaca. A él también le parece una majadería la pregunta: todo el mundo sabe que hoy en día el arte tiene mucho más de negocio que de otra cosa pero aun así responde adecuadamente.
– Ni ocio ni negocio, por supuesto. El arte es un placer estético, un bien para la humanidad; es lo que nos aleja de los animales, y nos acerca a los dioses.
Bien, piensa Ramos. Una vez cumplido el requisito indispensable, ya puede atacar a fondo: saca una libre tita en la que ha tenido la paciencia de apuntar todos los datos y fechas importantes de la vida de Teldi. «Mírame Teldi -se dice-, prepárate, allá va el primer Exocet.» Y comienza a formular una pregunta muy comprometedora, salpicada de inteligente vitriolo y sin embargo… Sin embargo, antes de enunciarla del todo, su concentración se ve perturbada por dos sonidos. El primero proviene de las mandíbulas del fotógrafo, que masca chicle acompasando el segundo sonido: clac, clac, clac, CLAC, mientras Chema evoluciona alrededor de Teldi disparando foto tras foto, cosa que siempre revienta a la señorita Ramos, pero no puede quejarse: el director de Mecenas de las Artes es partidario de que las fotos se realicen durante la charla «para darle movimiento y veracidad al reportaje, Ramos, usted no entiende nada, no se da cuenta de que la imagen es fundamental en el mundo moderno, un gesto vale más que mil palabras. Ramos, haga el favor de no rechistar».
Y Ramos no rechista ni siquiera cuando Chema se interpone entre ella y el entrevistado para inmortalizar la peculiar forma en que Teldi se acaricia la barbilla al responder a la peligrosa pregunta que la señorita dejó inconclusa.
– No, no. Se equivoca usted, querida. Le aseguro que la facilidad de comprar cuadros en aquellos años no tiene nada que ver con el problema político de Argentina en los setenta, nada que ver con la represión militar ni con los atroces crímenes de los milicos. El boom artístico es anterior a aquella época. Comprenderá usted que siendo como soy desde hace años miembro de una comisión investigadora de la UN… -Yu-En, dice Teldi, tal como se pronuncia Naciones Unidas en inglés, para dar un tono más cosmopolita a su labor humanitaria-. Soy miembro, ya le digo, de una organización investigadora sobre derechos humanos, y por tanto, jamás habría aprovechado esa coyuntura tan desgraciada para…