TERCERA PARTE
Otros más lejos se sientan
En una retirada colina, e invadidos
De más altos pensamientos, razonan
Sobre la providencia, la presciencia
La voluntad y el hado, el destino
Inmutable, la libre voluntad
La presciencia absoluta, y no encuentran
Salida, perdidos en tortuosos laberintos.
Milton, Paraíso perdido, libro II
NOTA DEL EDITOR:
La receta que el lector encontrará a continuación es la última que Néstor Chaffino envió a su amigo Antonio Reig. Él pensaba que después de su viaje a casa de los Teldi reanudaría los envíos. Como bien sabemos, ya no habría más cartas; el destino ha querido que tan interesante obra quedara irremediablemente inconclusa. El capítulo dedicado a los petit fours tiene fecha 27 de marzo; por tanto, está escrito el día antes de la partida y, como siempre ocurre en las notas de Néstor, a veces se ven interrumpidas para contar algunas novedades.
PEQUEÑAS INFAMIAS
Cuarta entrega: Los petit fours de sobremesa
Uno de de momentos más deliciosos de una buena comida es la llegada de esos pequeños manjares de sobremesa que suelen servirse con el café. Trufas de chocolate, guindas caramelizadas, tejas con o sin almendra, milhojas de naranjas confitadas…; no existe un broche más apropiado para un menú que estos deliciosos bocados, que como en seguida descubriremos, también tienen su secreto, su pequeña infamia. Por ejemplo, la de los diminutos suflés del maestro Lucas Cartón; he aquí la receta:
(…) pero antes, querido Antonio, permíteme un inciso que te prometo breve. ¿Recuerdas que en mi última carta te contaba que tenía el presentimiento de que todo en mi vida se iba ordenando y comenzaba a formar un puzzle de casualidades muy extraño? (desconcertante, diría yo, malvado, añadiría, si no fuese medio italiano y, gettatore, gettatore, contrario a despertar el malfario). Bien, pues se acabó; el determinismo acaba de romperse. Una de las predicciones de madame Longstaffe, y que por tanto debía suceder inexorablemente, ya no tendrá lugar. Me refiero a un encuentro amoroso previsto para mi ayudante Carlos García, el único culpable de que mi vida se mezclara con la de esta adivina. Como tú recordarás, acudimos a ella para conseguir un filtro que le permitiera encontrar una réplica de su mujer ideal. Bueno, pues para mi gran alivio, ha sucedido algo sorprendente: antes de terminar el tratamiento, mi amigo no sólo se ha desinteresado de los filtros amorosos, sino que se ha desinteresado también de la dama del cuadro. Según me cuenta, se ha enamorado de una mujer real -de carne y hueso y, lo que es aún más importante, con sangre en las venas- que le ha hecho olvidar todas sus pasadas fantasías. Yo no la conozco y, por más que he intentado tirarle de la lengua, de momento no consigo que me diga cómo se llama, pero intuyo que debe de ser unos años mayor que él. Quién sabe, tal vez se trate de una treintañera divorciada, no me sorprendería, son tan atractivas… En todo caso, si sientes curiosidad, en mi próxima carta podré contarte más detalles porque esta noche es muy posible que la conozca. Verás, Carlos necesita con urgencia vender la casa que ha heredado de su abuela, y me ha pedido ayuda. Yo lo he puesto en contacto con un conocido mío que se ocupa de temas inmobiliarios y dentro de un rato nos pasaremos por ahí para echarle un vistazo. Hoy, pues, conoceré la casa, veré el retrato y, seguramente, también a la novia de Carlos, porque es muy probable que esté allí en un momento tan importante para el chico. Sería lo normal, ¿no crees?
En fin, como siempre ocurre, me extiendo demasiado en mis cartas, ¿qué importan los detalles? Lo interesante es que se ha roto el conjuro que me llevaba por no sé qué camino ineludible. Se acabó el ¿determinismo? Sí, creo que así se dice cuando el destino está fijado de antemano. Pero ya ves. El filtro de madame Longstaffe no ha servido para nada y el chico se ha enamorado de otra mujer, una que no tiene nada que ver con sus vaticinios y, en consecuencia, yo me siento libre. Verdaderamente es un alivio constatar que nadie conoce el destino ni puede fijarlo, ni siquiera las brujas tramposas. Por eso estoy muy contento, amigo Reig, tanto que antes de continuar con la receta de Lucas Carton voy a confiarte otra receta aún mejor. Se trata de mi infamia más preciada. Allá va:
En 1911, el chef del Waldorf Astoria de Nueva York descubrió un secreto infalible para lograr un suflé frío que tuviera todo el aspecto de uno caliente. Hoy en día uno de loe petit fours más interesantes es precisamente el suflé frío de pistacho; sus diminutas dimensiones son perfectas para…
1 NÉSTOR Y LA MUJER DEL CUADRO
– Estas pequeñas dimensiones fascinarán a mi cliente -dijo Juan Solís, el agente inmobiliario, mientras dejaba escapar un silbido de admiración-. Qué hallazgo, Néstor.
Néstor Chaffino y Carlos se miraron y luego miraron a Solís, que abría y cerraba los cajones de las cómodas, curioseaba el contenido de las cajitas de biscuit, medía las distancias con paso experto, paseaba y sopesaba, como haciendo inventario de todo. Juan Solís había roto una vieja costumbre para acompañar a Néstor y a Carlos hasta la casa de Almagro 38. Nunca, en sus veinte años de profesión, había aceptado hacer una visita en la noche de un sábado: tabú total. Los sábados los dedicaba al tai-chi, única disciplina que le permitía mantener el equilibrio emocional en tan agotadora actividad. Pero sin duda el sacrificio había valido la pena. Solís creía haber descubierto una perla y no se cansaba de repetirlo. Por eso fue elogiando una a una las virtudes del piso de Almagro 38: la altura de sus techos, lo bien orientadas que estaban las ventanas y la calidad de las maderas, hasta repetir con énfasis aquello de que «tan perfectas y diminutas dimensiones» eran ideales para su cliente.
Néstor no se quedó a escuchar quién podía ser ese cliente para el que doscientos cincuenta metros cuadrados en la calle de Almagro resultaban «unas diminutas dimensiones»: le daba igual. No obstante, mientras se alejaba del grupo, llegó a oír cómo la voz de Solís pronunciaba en un discreto, aunque intencionadamente sonoro cuchicheo, el nombre de alguien llamado Bigbagofshit.
– Un jovencísimo cantante de heavy metal -añadió el susurrador a modo de apostilla-, un monstruo, un fenómeno.
Lo será, qué duda cabe, pensó Néstor, antes de desaparecer discretamente por una puerta de la izquierda. Estaba desilusionado: Carlos había acudido a la cita solo, sin su nueva novia, de modo que esa pequeña curiosidad de Néstor se vio frustrada. Ahora podía hacer dos cosas: seguir a Carlos y a Solís de habitación en habitación, admirar la casa y hacer los comentarios pertinentes, o bien entregarse a algo más acorde con su estado de ánimo. Dejemos a Juan Solís descubriendo las inexploradas posibilidades de Almagro 38. Mientras tanto -se dijo- voy a sentarme a esperarlos en esta salita, así aprovecho para hacer unos apuntes sobre temas indispensables para el viaje de mañana.
Al encender la luz, Néstor se da cuenta de que allí no hay dónde sentarse. Los muebles de la habitación están cubiertos por sábanas, y la silueta de un gran sillón que se adivina debajo de la más polvorienta de todas ellas no parece acogedora, sino más bien la reliquia de un tiempo pasado. Entonces mira en torno y ve que se encuentra en una estancia semicircular de paredes que antaño debieron de ser amarillas. Al fondo hay una vieja chimenea y sobre el hogar, como quien se asoma al mundo a través del marco de un ventanal, descubre el retrato de la dama.