Выбрать главу

Serafín Tous ha entrado en el cuarto de baño para recoger sus objetos de aseo, y es a medida que va guardando todo -la maquinilla de afeitar impecablemente limpia, el tubo de pasta de dientes enrollado tal como lo hacía Nora para que él no tuviera que tomarse la molestia- cuando una idea empieza a tomar cuerpo. Se le ocurre pensar otra vez en lo perfectamente casera y limpia que ha sido la forma de solucionarse todos sus problemas. Casera y a la vez muy práctica -se dice-, es como si en todo lo sucedido hubiera mediado una mano femenina o, mejor aún, una delicada mano fantasmal, porque este accidente tiene algo que le recuerda a Nora. Entonces, al guardar la maquinilla y los otros utensilios de aseo, Serafín Tous se pregunta si las almas del Más Allá tendrán la potestad de cerrar las puertas de las cámaras frigoríficas terrenales, y al responderse que sí, no puede por menos que exclamar en voz alta:-Entonces fuiste tú, Nora, ¿verdad, tesoro mío?

En el mismo momento en que el cadáver de Néstor Chaffino abandona la casa de Las Lilas y atraviesa el jardín, Chloe, igual que una niña aplicada, se encuentra frente a la ventana, ante un improvisado pupitre, como si se dispusiera a anotar lo que ve desde allí, igual que un notario. Una libreta negra de tapas de hule está abierta a su izquierda, y en la mano tiene un lápiz que se lleva a los labios de vez en cuando y que ahora mantiene en alto como si pensara en algo muy difícil.

Si en este momento un observador de las conductas humanas la estuviera mirando a través de los ventanales, podría ver cómo, tras esa mesa de trabajo prolijamente ordenada, se extendía una habitación en perfecto desorden, con la mochila de Chloe destripada sobre la cama y la ropa esparcida aquí y allá, mientras que, revuelto entre las sábanas, yacía roto el estuche rojo con la fotografía de su hermano Eddie. Sin embargo, si ese mismo curioseador de ventanas se hubiera asomado sólo unos minutos antes al interior de la alcoba, entonces habría sido testigo de una escena aún más extravagante. Habría visto a Chloe pasear de un lado a otro de la habitación, como una niña enrabietada, mientras descubría el contenido de la libreta y luego rebuscaba en su mochila hasta encontrar la foto de su hermano, como si quisiera confrontar un objeto con el otro, con tal furia que se diría que ambos, foto y libreta, eran los culpables de una traición o, peor aún, de un asesinato estéril.

Pero no hay ningún espectador curioso asomado a las ventanas de Las Lilas, sólo hay una cucaracha sobre el felpudo de la entrada, que mueve las antenas de un modo sabio, como si comprendiera las razones que mueven a los seres humanos. Aunque ¿quién puede comprender realmente los secretos mecanismos que impulsan las acciones de las niñas caprichosas?, ¿por qué éstas llegan a creer que se puede modificar el destino de aquellos que han muerto antes de tiempo?, ¿por qué piensan que los muertos jóvenes, tarde o temprano regresan a este mundo para completar la parte de sus vidas que quedó trunca? Son muy pocos los que llegan a comprender pensamientos tan irracionales y, sin embargo, nada impide que estos mecanismos existan y sean los responsables deque Néstor se encuentre ahora dentro de una mortaja dorada camino del cementerio, mientras Chloe observa la escena y sonríe.

– Bien merecido lo tienes, viejo idiota -dice la niña-. «Y mil veces que me encontrara en esa situación, mil veces haría lo mismo», piensa, al tiempo que recuerda, con el placer estético que produce ser el autor de una obra de arte o de un crimen perfecto, los detalles de lo ocurrido en la cocina la noche anterior.

Con el lápiz aún en vilo, como si estuviera eligiendo la parte de una historia perversa que se dispone a contar a un público inexistente, Chloe descarta la primera parte de lo sucedido la madrugada anterior, cuando oyó a Néstor silbar dentro de la cámara de frío. La niña prefiere recrear lo que sintió un poco después, mientras se afanaba en encontrar en la mirada oscura de su hermano sobre la superficie del espejo de la cámara una idea, un mensaje, la clave para retenerlo junto a ella. Chloe recuerda cómo fue tomando forma la certeza de que la única posibilidad de revivir la memoria de un muerto era completando lo que él deseaba hacer cuando estaba vivo. Una idea fácil y obvia, que fue ampliándose a medida que se miraba en el espejo. Eddie, el último día de su vida, se había montado en una moto porque tenía la rayadura de querer ser escritor y necesitaba «vivir a doscientos por hora, tener experiencias, cometer un asesinato, tirarme a mil tías, qué se yo, Clo-clo, tú eres demasiado pequeña para comprenderlo».

Y cuando ella le había preguntado qué pasaría si después de un tiempo no se hubiera atrevido a hacer ninguna de esas terribles cosas para obtener las experiencias que buscaba, él había respondido: «Entonces, Clo-clo, no tendré más remedio que robarle su historia a otro.» Eso había dicho su hermano Eddie, pero no llevó a cabo sus planes, porque se había ido para siempre, dejándolo todo a medias.

En cambio, aquí estaba ella ahora, la pequeña Chloe, la niña Clo-clo, con los mismos años que tenía Eddie al morir, dispuesta a hacer todo lo que a él no le había dado tiempo. Ella no planeó lo sucedido la noche anterior en la casa de Las Lilas, tampoco tenía nada contra ese cocinero de bigotes en punta que atesoraba una libreta en la que, según sus propias palabras, guardaba un montón de escándalos y secretos de los que había sido testigo; en resumen: un montón de historias tomadas de la vida real que son mucho más crueles y perfectas que las que pueda inventar escritor alguno.

«Ya te abro, viejo imbécil, ya voy», había dicho. Pero al abrir la puerta para socorrerlo Néstor estaba allí en el suelo con esa misma libreta, como ofreciéndosela, mientras su hermano los miraba. Y Chloe ya no pensó en otra cosa más que en ayudar a Eddie a cumplir su sueño. Por eso tuvo que arrancársela de la mano: ahí era donde estaban todas las historias de amores y crímenes que a él tanto le habría gustado escribir.

La ocasión se le había presentado sin buscarla, y aprovecharla fue fácil. Justificarse ante sí misma por lo que acababa de hacer… cerrar para siempre la puerta… hacerse la sorda… soñar con Eddie… esperar a que el frío acallara definitivamente los gritos del cocinero… y luego subir a su habitación, como si nada hubiera sucedido… todo había resultado muy fácil. Ahora se daba cuenta de que en realidad ella, la hermana pequeña, había triunfado precisamente donde fracasó su hermano, porque al cabo del tiempo iba a poder cumplir el Destino que la muerte le había arrebatado. «Los muertos jóvenes siempre se las arreglan para regresar a este mundo y completar su destino», le había dicho la señorita Liau Chi, y Chloe se lo había creído. ¿O acaso no era cierto que ahora tenía en su mano lo que él salió a buscar el día de su muerte?

Pequeñas infamias, ése era el título que Néstor había dado a la recopilación de anécdotas que estaba escribiendo. Seguramente se trataría de historias escandalosas, infamias inconfesables y terribles, con las que ella podría cumplir la rayadura de Eddie de ser escritor de vidas ajenas.

Por eso, sin verificar el contenido de la libreta, la noche anterior Chloe se había ido a dormir tranquila, a fingir que no había pasado nada, a fingir, incluso ante ella misma, porque ésa es la mejor manera de engañar a otros.

Chloe Trías, sentada ahora ante la ventana, recuerda todas estas cosas y también algo mucho peor, ocurrido hace sólo unos minutos, cuando había abierto su tesoro. Porque ¿qué coño guardaba realmente el maestro de cocina dentro de su libreta de hule?

Como si le resultara imposible concebir tanta mala suerte, Chloe relee su contenido: La infamia de una mousse de chocolate… el secreto de una perfecta isla flotante… -hay que joderse-, el escandaloso sabor de un sorbete de mango…