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Mira hacia afuera. Por la ventana aún alcanza a ver el cortejo fúnebre que ya se acerca a la salida de Las Lilas. La claridad del día le parece otra burla, y busca con la vista el cadáver de Néstor, pues siente ganas de gritarle algo obsceno a ese cocinero tramposo. Incluso llega a abrir la ventana. Pero al final renuncia. Es inútil maldecir a los muertos, y prefiere volver a hojear la libreta, como esperando que algún sortilegio le conceda la gracia de encontrar algo distinto de lo que había visto antes. Pero las pequeñas infamias culinarias que el cocinero había escrito con letra redonda y perfecta siguen allí, tozudas. Un asesinato inútil, otro sueño roto.

Dentro de poco, Karel vendrá a llamarla para abandonar la casa de Las Lilas. Ella tendrá que recoger su ropa y guardar todo en la mochila. Dejará atrás otro capítulo de su vida y volverá a estar sola. Como siempre -se dice-. Y sin embargo, cuando se va a poner en pie, algo que acaba de ver por la ventana la detiene. Chloe se ha quedado mirando cómo un rayo de sol, el mismo que habían observado desde las diferentes ventanas los otros personajes de esta historia, juega sobre la mortaja de Néstor Chaffino. El plástico dorado brilla con el mismo destello que ha visto bailar tantas veces sobre los espejos de Las Lilas y, como si de pronto fuera capaz de sentir en sus ojos la mirada oscura de su hermano, la niña vuelve a reírse con tantas ganas como lo había hecho ante el espejo de la puerta cerrada de la cámara Westinghouse. Porque es cierto que la vida le ha robado cosas que ella amaba, que la ha engañado y que le ha hecho trampas. También es cierto que la suerte acaba de gastarle la última broma: cambiarle las historias con las que ella pensaba cumplir un sueño por recetas de cocina. Y aun así, la niña sonríe, saluda a la mortaja de Néstor: acaba de darse cuenta de que todavía le queda una posibilidad de ganarle la mano al Destino. Porque ella tiene una historia que nadie podrá robarle jamás; una pequeña o, tal vez, gran infamia: su propia historia, la que ha vivido en esta casa de Las Lilas. Y al ver lo que tiene, Chloe Trías, como si fuera un muchacho soñador que acaba de cumplir los primeros veintidós años de una larga vida llena de ambiciones, arranca de la libreta de hule todas las páginas escritas por Néstor. Allí, en la papelera, van cayendo cada uno de los secretos del cocinero: petit fours de sobremesa, trufas con jengibre, helados y sorbetes, hasta dejar únicamente las hojas en blanco y la primera página en la que puede leerse:

PEQUEÑAS INFAMIAS

Una vez despojada la libreta de todo vestigio culinario, y bajo ese título escrito con la letra diminuta y redonda de Néstor Chaffino, Chloe apunta las primeras líneas de una historia a la que piensa dar forma más adelante, y que comienza así:

Tenía los bigotes más rígidos que nunca; tanto, que una mosca podría haber caminado por ellos igual que un convicto por la plancha de un barco pirata.

La niña se detiene para tomar aliento y pensar cómo será el próximo párrafo de Pequeñas infamias, una novela escrita por Eddie Trías.

Y al esbozar la siguiente línea:

Sólo que no hay mosca que sobreviva dentro de una cámara frigorífica a treinta grados bajo cero: y tampoco Néstor Chaffino, jefe de cocina, repostero famoso por su maestría en el chocolate fondant, el dueño de aquel bigote rubio y congelado.

Chloe descubre que es muy fácil, a partir de una muerte real, de unas líneas maestras, ir tejiendo toda una historia de pasiones, infamias y mezquindades, porque las mentiras suenan a verdad cuando se apoyan en un dato verídico.

¿Y ahora, cómo podríamos continuar?, pregunta antes de escribir:

Y así habrían de encontrarlo horas más tarde: con los ojos abiertos y atónitos, pero aún con cierta dignidad en el porte; las uñas garfas arañando la puerta, es cierto, pero en cambio conservaba el paño de cocina colgado de las cintas del delantal, aunque uno no esté para coqueterías cuando la puerta de una cámara Westinghouse del año 80, dos metros por uno y medio, acaba de cerrarse automáticamente a sus espaldas con un clac…

Y mientras da forma a los primeros párrafos de Pequeñas infamias, la niña ignora que, sobre el felpudo de la casa de Las Lilas, una cucaracha mueve sus antenas.

Carmen Posadas

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