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– Si eso es lo que quieres, hijo -dijo Byron-, supongo que no tenemos derecho a negarnos.

Josh empujó la silla hacia atrás y se puso en pie de un salto, sonriendo feliz.

– Puedo hacer todo eso y mucho más. Puedo vender subscripciones de puerta en puerta y limpiar la oficina al terminar el día; quitar la nieve de la puerta en invierno, traer la leña, coger los recados cuando usted no esté. ¡Le prometo que no se arrepentirá de haberme contratado, señorita Merritt!

– De eso estoy segura -contestó Sarah con una sonrisa.

Más tarde, Sarah y Emma se quedaron solas en la cocina, charlando.

– Es una suerte haber dado con Josh tan pronto. Me será muy útil, lo sé.

Emma estaba zurciendo una media tensada alrededor de una perilla de madera. Habló sin levantar los ojos de su labor.

– Es triste ver crecer a los hijos. Uno sabe que algún día han de volar del nido, pero cuando llega el momento, nunca se está lo bastante preparado. Ahora Josh nos deja para ganar el primer sueldo por su cuenta… -Dejó de coser y se quedó quieta, en actitud cavilante.

Sarah se inclinó hacia delante y le cubrió una mano con la suya. Las dos mujeres se miraron a los ojos.

– ¿Debí consultarte antes?

– Oh, no, no es eso. Josh es muy inteligente. Si quieres saber la verdad, nunca creí que amasar harina fuera suficiente para él.

Aliviada, Sarah se reclinó en el respaldo de la silla.

– Viendo su entusiasmo esta noche, me acordé de la primera vez que ayudé a mi padre. Tenía doce años cuando me dejó componer un artículo por primera vez. Era un artículo de relleno, corto, sobre cómo secar semillas de flores para su almacenamiento invernal, unas quince líneas más o menos. Cuando terminé de componerlo, mi padre se deshizo en elogios y me preguntó cómo había logrado hacerlo con tanta rapidez. Bueno, el secreto era que yo solía jugar a «la editora» siempre que podía y aprovechaba cualquier ocasión, como cuando él estaba ocupado en su escritorio o tirando unas pruebas; entonces hacía lo que suelen hacer todos los niños… imitar. Él oía el ruido seco de los tipos y me decía: «Luego déjalo todo en su sitio, Sarah». De modo que cuando me permitió hacerlo oficialmente por primera vez, ya poseía unos conocimientos básicos sobre la disposición de los tipos en la caja y, de hecho, podía encontrar algunas letras sin mirar.

– Estabas muy unida a tu padre, ¿verdad?

El recuerdo de su maestro ensombreció por un momento el semblante de Sarah.

– Sí.

– ¿Y tu madre?

Sarah bajó la mirada hacia la taza de café.

– Mi madre huyó con otro hombre cuando yo tenía siete años. Casi no me acuerdo de ella.

– Oh, Sarah. Es terrible.

– Salimos adelante. Contratamos a un ama de llaves; y Addie y yo todavía teníamos a papá. -Emma la miró con ojos compasivos antes de seguir cosiendo.

– De modo que tienes una hermana. -Por el tono voz, era obvio que había oído algún rumor.

– Sí.

– ¿Es verdad que has venido aquí a buscarla y la has encontrado trabajando en ese local llamado Rose's?

– Así es. -Los ojos de Sarah adoptaron un aire distante-. Ojalá supiera por qué.

– Perdona mi indiscrección.

– No, Emma, no me molesta en absoluto, y además ¿qué más da? Todo el pueblo lo sabe.

– ¿No es curioso que dos hermanas acaben siendo tan diferentes?

– Mmm… mi hermana y yo siempre fuimos muy distintas. -Sarah pasó una mano por el mantel con aire distraído, recordando-. Desde que tomé conciencia de que existía algo llamado belleza física, supe que ésa era la gran diferencia entre nosotras. Ella poseía la belleza y yo la inteligencia. Durante los años escolares, era a ella a quien las ancianas acariciaban el pelo, y a mí a quien daban palmadas en la espalda.

Emma la miró y esperó a que prosiguiera.

– Los niños siempre querían ser amigos de Addie, tanto los chicos como las chicas, mientras que, en cierta forma, solían apartarse de mí, como si los asustara. No era mi intención. Era sólo mi forma de ser. Cuando ellos salían a jugar, yo prefería leer. Los chicos tiraban de las trenzas a Addie y a mí me preguntaban cómo escribir las palabras difíciles. Addie ganaba los concursos de belleza infantil y yo los de lectura. Hasta papá nos trataba de manera diferente. A Addie la mimaba como a un bebé. Pero fue a mí a quien se llevó al taller tipográfico y a quien enseñó a componer tipos. Fui yo quien se convirtió en su aprendiz, en su mano derecha. Y no me malinterpretes… me sentía orgullosa de ello. Pero a veces me preguntaba por qué Addie no tenía que ir al taller y trabajar también. Desde luego, ahora comprendo que tuve suerte. Si Addie hubiera aprendido un oficio, tal vez no estaría haciendo lo que hace.

– No te culpes de que haya terminado en Rose's.

– ¿No? A veces me pregunto si fue algo que hice o dejé de hacer lo que la llevó a huir de casa. No era feliz allí y yo lo sabía, pero estaba tan ocupada ayudando a mi padre que no me tomé un día cualquiera unos minutos para sentarme a hablar con ella. Desde que mi madre nos abandonó, Addie se había convertido en una niña triste y, durante la adolescencia, se volvió más callada y retraída. Yo suponía que eran los transtornos del crecimiento.

– Deja de culparte -dijo Emma-. Hace poco que te conozco, pero por lo que veo, deduzco que no te resultó fácil crecer sin una madre.

Sarah suspiró y se irguió en la silla.

– Por Dios, nos hemos puesto un tanto lúgubres, ¿no crees?

El rostro de Emma se iluminó con una sonrisa y se puso en pie para volver a llenar las tazas de café. Mientras apoyaba la cafetera sobre el hornillo, preguntó:

– ¿Qué opinas de nuestro marshal?

Sarah la miró con brusquedad.

– Se me acaban de erizar los pelos de la nuca, ¿lo has notado? -Emma rió.

– Corren muchos rumores acerca de vosotros dos.

– No son rumores, es la verdad. Nos detestamos.

– Y, ¿por qué?

– ¡Por él! -replicó con enfado-. En mi primera noche en el pueblo, ¿a quién crees tú que me encontré a la puerta de Rose's? ¡A tu honorable marshal, nada más y nada menos!

– Es un hombre soltero, joven. ¿Qué esperabas?

– ¡Emma! -Los ojos y los labios de Sarah se abrieron con estupor.

– Soy realista, Sarah. Acabamos de enumerar a todas las familias del cañón. Las pocas mujeres casadas, tú, y las chicas de servicio constituimos toda la población femenina en casi quinientos kilómetros a la redonda. Y los hombres son hombres.

– ¡A él le pagan para hacer cumplir la ley, no para mofarse de ella!

– Es cierto y no lo estoy defendiendo. Estoy hablando de la naturaleza humana, de la naturaleza de los hombres.

– ¡También lo estás defendiendo!

– Bueno, tal vez sí.

– ¿Porqué?

– Porque creo que es hombre justo en lo que se refiere a la ley, y que tiene una tarea muy difícil de llevar a cabo: hacer que este pueblo sea habitable y seguro.

– ¿Y si fuera Byron quien frecuentara Rose's? ¿Serías igual de indulgente?

– Pero no lo es.

– Pero, ¿y si lo fuera?

– Byron y yo ya hemos hablado al respecto. Él es feliz en casa.

Sarah no tenía ni idea de que las personas casadas discutieran acerca de esos temas. Se sintió incómoda y ocultó la mirada tras su taza café.

– Bueno. -Emma dejó el zurcido y dijo sonriendo-: Bueno, parece que hay algo en lo que no estamos de acuerdo. Es un indicio de hasta qué punto podemos ser buenas amigas.

– Reconozco que a veces extremo demasiado el celo defendiendo ciertas causas.

– Supongo que así ha de ser una mujer en tu profesión, pero una mujer como yo debe considerar con realismo las tentaciones que el mundo ofrece a un hombre y asegurarse de que el suyo no se sienta seducido por ellas.

Quedaron en silencio durante un rato, dándose cuenta de que habían sido muy sinceras la una con la otra en aquella primera conversación personal.