Ese mismo día, algo más tarde, fue a ver a Kice, preguntándose si el desconocido habría sufrido una herida de bala y, de ser así, en qué circunstancias. ¿Tal vez durante el asalto a una diligencia?
– No, es sólo un jugador de Cheyenne llamado Cramed -le explicó Henry Kice-. Padece una congestión pulmonar fuerte complicada porque al parecer ha tocado zumaque venenoso. Es evidente que el cambio súbito de clima lo sorprendió a caballo entre Cheyenne y Deadwood, y cogió mucho frío. Lo he mandado a la cama. Creo que se ha registrado en el Hotel Custer.
Tres días después, el resfriado y los sarpullidos provocados por el zumaque de Cramed habían empeorado. Una semana más tarde, se declararon otros cinco casos de «erupción por zumaque venenoso», tres de ellos en residentes del Custer.
El titular del Chronicle hacía la siguiente pregunta retórica: «¿es contagiosa la erupción por zumaque venenoso?».
Poco después Cramed murió.
Sarah decidió que era hora de hacer algo. Una mañana después de que Josh le dijera que su hermana Lettie había caído enferma durante la noche, fue a la oficina del marshal. Campbell estaba al fondo del local, hablando con un hombre fornido y barbudo que ella reconoció como Frank Gilpin, un herrero local. (Al parecer el pueblo iba a tener por fin su cárcel.)
Campbell miró por encima de su hombro cuando Sarah cerró la puerta. Él y Gilpin se volvieron. Gilpin sonrió y se quitó su gorra deformada. Campbell se adelantó.
– ¿Buscando noticias?-preguntó.
– ¿Podría hablar con usted, marshal?
– Por supuesto. ¿Conoce a Frank Gilpin?
Gilpin se acercó a ellos. Olía mucho a sudor y saludó a Sarah de forma jovial pero algo desordenada.
– La señorita escribe el periódico. Hola, es un placer conocerla. Leímos lo de la cárcel, lo que usted escribió, y Noah me llamó. Estamos viendo cuántas rejas necesita y si los mezquinos mineros tienen suficiente oro para pagarlas.
Sarah sonrió y asintió con la cabeza, sin saber a ciencia cierta con qué se estaba mostrando de acuerdo.
– Me voy y los dejo que hablen. Noah, me dices sí o no y tendrás las rejas en tres o cuatro días. -Gilpin añadió algo en un idioma extranjero, presumiblemente una despedida y se marchó.
– ¿Así que pronto tendrá su cárcel? -comentó Sarah.
– Espero que para después de la sesión de noviembre del Concejo Municipal. Estoy calculando cuánto costará. ¿Es eso lo que la trae por aquí?
– No. Otro asunto completamente distinto. Dígame, marshal, ¿qué sabe de la viruela?
– ¿Viruela? -Frunció el ceño-. ¿Por qué?
– Porque voy a escribir un editorial y no quiero ser la causante de que cunda el pánico. Un enfrentamiento con usted fue suficiente.
– ¿La erupción por zumaque venenoso? -inquirió él.
– Exacto. Lettie Dawkins acaba de caer enferma, además de otros cinco hombres, y Henry Kice nos quiere hacer creer que se trata de una erupción por zumaque venenoso. Rathburn dice que uno de los otros casos es venéreo.
– ¿Sífilis?
Sarah asintió.
– ¿Es posible que Kice se haya equivocado en el diagnóstico y no quiera admitirlo?
– ¿Y Rathburn también?
Se quedaron meditando un rato en silencio.
– ¿Qué posibilidades hay de que los dos estén equivocados?-preguntó Campbell.
– No lo sé. Sólo sé que la erupción por zumaque no es contagiosa y que es imposible que una joven como Lettie tenga sífilis. ¿Y entonces, qué es?
– ¿Cree acaso que se pueda tratar del comienzo de una epidemia?
– He averiguado algo. Todos los casos empiezan iguaclass="underline" tres días de fiebre seguidos de sarpullidos por todo el cuerpo. Y ya ha habido un muerto.
– Viruela… -Campbell suspiró y se pasó una mano por el pelo ondulado.
– Podría no serlo, pero supongamos que sí. Todos los habitantes del cañón estarían expuestos a contraerla.
– ¿Qué sugiere?
– Que se llame a cada uno de los médicos matriculados que se encuentren en las excavaciones, para que todos juntos emitan un diagnóstico. Si el resultado es que se trata de la viruela, tendremos que pedir vacunas de inmediato a través del Pony Express y construir un hospital para los infectados. También será necesario disponer de refugios de cuarentena para los que han estado expuestos pero aún no padecen los síntomas de la enfermadad.
– ¿De dónde sacaremos el dinero?
– Habrá que obtener fondos de toda la población; el periódico publicará los nombres de aquellos que, estando en condiciones de contribuir, se nieguen a hacerlo. Desde luego, para eso necesitaré su autorización.
– ¿Qué período de incubación tiene la viruela?
– De diez a dieciséis días.
– ¿Cuándo llegó Cramed al pueblo?
– Hace trece días.
– ¿Ha hablado con alguien más sobre esto?
– No.
– George Farnum debe saberlo. -Campbell fue hasta los colgadores y cogió su abrigo-. Le avisaré e iré a por los médicos de inmediato. No imprima nada hasta que uno de nosotros se reúna con usted.
Eran las cinco de la tarde pasadas cuando Campbell entró en la oficina del Chronicle con expresión preocupada. Patrick estaba escogiendo grabados de madera, buscando un diseño de margen, y Josh estaba barriendo alrededor del cajón de leña en el fondo. Sarah se volvió al escuchar el ruido de la puerta y abandonó su silla al instante. Se unió a Campbell a cierta distancia de los otros para poder hablar en privado.
– Se trata de una viruela maligna -murmuró el marshal.
Una punzada recorrió el cuerpo de Sarah. Se quitó las gafas, se llevó una mano a los ojos y susurró:
– Que Dios se apiade de nosotros.
– He enviado un jinete al grupo del telégrafo. La línea es operativa a mitad de camino entre Hill City y Deadwood. Así que el mensaje será enviado esta misma noche. Si hay vacunas en Cheyenne tendremos suerte. Si no… -se encogió de hombros- necesitaremos carteles de cuarentena. ¿Puede imprimirlos?
– Desde luego. Haré que Patrick los componga ahora mismo. Y anuncios para que los mineros vengan a vacunarse en cuanto lleguen las vacunas. ¿Y el dispensario?
– George ha convocado una sesión de emergencia del Concejo para esta noche. Requirió su presencia.
– Por supuesto.
– A las ocho en el bar Número Diez. Tanto el Langrishe como el Bella Union tienen programadas funciones para media tarde.
– Allí estaré.
– Gracias.-Dio algunos pasos y se detuvo-. Ah, y que Josh se quede aquí esta noche.
– Ya había pensado en eso.
Se miraron unos instantes, sus ojos serios y llenos de preocupación. Por un instante, Sarah sintió una profunda avenencia con Campbell, ligados como estaban por el grave descubrimiento. Pensó que él diría algo tranquilizador. Muy al contrario, dijo:
– La veré después. -Y se encaminó hacia la puerta.
Patrick y Josh habían dejado de trabajar, intuyendo que algo no iba del todo bien.
– ¿Pasa algo malo? -preguntó Josh.
– Esta noche necesitaré que os quedéis hasta más tarde.
– ¿Qué sucede? -preguntó Patrick.
– Me temo que son malas noticias. Los médicos han determinado que hay viruela en el cañón.
– Viruela… -repitió Josh. Miró en dirección a su casa y luego a Sarah-. ¿Te refieres a Lettie?
– Eso me temo, Josh.
El muchacho se lanzó hacia el perchero, pero Sarah lo detuvo cogiéndolo del hombro.
– No, Josh. Esta noche te quedarás aquí.
– Tengo que ir a casa. Si Lettie está enferma…
– No. Lo más seguro para ti y para todos es que por ahora te mantengas lejos de tu casa. Hablaré con la señora Roundtree para ver si puedes dormir en el sofá del recibidor hasta que lleguen las vacunas. El marshal ya las ha pedido. Además, te necesitaré esta noche aquí. -Se volvió hacia Bradigan-. A usted también, Patrick. Tendremos que imprimir carteles de cuarentena e instrucciones a seguir. Se quedará, ¿no?