Qué divertido, todavía me acuerdo. Olimpia… Erica… Niki… Diletta… OlErNiDi.NiErODi… DiNiErO… ¡Ya está! ¡Diniero! Las Diniero, pagas y te llevas cuatro. Vaya risa. Y también N.E.D.O. ¡El hermano tonto del pez Nemo! Y un sinfín de ocurrencias absurdas más hasta llegar al auténtico nombre, el único posible: las OLAS, las Olas. Sí. Olas grandes, fuertes, que buscan una orilla segura de la que poder partir de inmediato. Olas de un mar que aún existe. Para demostrar a sus detractores que la amistad que nace en el bachillerato puede perdurar en el tiempo.
Erica tropieza con el borde de la acera. Vaya por Dios. ¿Por qué será que siempre me caigo aquí? Hace una vida que me sucede. Una vida. Y, de improviso, pensando en el lugar al que se dirige, le vienen a la mente muchas cosas. El viaje a Londres. El de Grecia. El hospital. Cuando Diletta tuvo el accidente. Qué miedo pasó esos días. ¿Y si no hubiese salido de ésa? Imposible. Un mar huérfano de una ola. No. No se lo habríamos permitido. Y después, el concierto a escondidas, la fuga a la playa para arrojar sal al mar antes de la selectividad. Y el amor. Y el ordenador que encontré. Ese chico escritor. Pensar que era amor. Y lo feliz que me sentía cuando se lo contaba a ellas. Ellas, que siguen estando a mi lado, si bien ahora son más mayores y un poco distintas. Mis amigas. A continuación Erica sube al Lancia Ypsilon bicolor, rasca al meter la marcha y arranca.
Diletta contempla su reflejo en el retrovisor del coche. Hoy tiene el pelo un poco abultado, debe de ser cosa del nuevo bálsamo. Ya lo decía el anuncio, que daba volumen. No mentía. Se ajusta el pasador en forma de corazón que lleva a la izquierda, sobre la oreja, y sube a su Matiz rojo. Enciende la radio, pasa de una emisora a otra y, después de algún que otro crujido, encuentra algún noticiario y unos programas sobre economía y sociedad, detiene el dedo y deja de apretar. No. No quiero eso. De manera que saca una funda múltiple del bolsillo de la puerta. Abre la cremallera y empieza a hojear los CD. Uno, dos, tres… Aquí está. A veces uno tiene la impresión de que las canciones salen a su encuentro porque saben que las necesita. Diletta coge el CD y lo introduce en el reproductor. Oh. El recopilatorio que nos regalamos en septiembre, después de las vacaciones, antes de comenzar las clases en la universidad. Cada una eligió unas canciones y después hicimos cuatro copias. Quizá porque teníamos miedo de perdernos. Pone una. Giorgia. Che amica sei. Diletta canta mientras conduce. Y en parte se conmueve también pensando en todos los momentos que han pasado juntas. Sí. «Qué buena amiga eres, no me traiciones nunca, los amores pasan, tú permanecerás.» Es cierto. Aunque prefiero que mi amor no se vaya. ¡Porque, de lo contrario, Filippo, juro que te parto los brazos! «Qué buena amiga eres, llama cuando necesites reírte. El tiempo pasa volando, nosotras esperaremos aquí entre un secreto y otro…» Sí, esperaremos y permaneceremos. «Fíate de mí, yo me fiaré de ti y pasaremos horas hablando y contándonos nuestras cosas. Estoy a tu lado, jamás estarás sola…» No, y espero de verdad que vosotras tampoco me dejéis nunca sola. «Qué buena amiga eres, no cambies nunca, si necesito una mano sé que puedo contar contigo…» Diletta se adentra en el tráfico cantando a voz en grito. Casi ha llegado. Puntual. Semáforo rojo. Cabecea dulcemente al ritmo de la música. Luego se vuelve de golpe. Increíble.
– ¡Erica! -Diletta baja la ventanilla y la llama otra vez-. ¡Erica!
Su amiga no se da cuenta. El semáforo se pone en verde y arranca. Diletta sacude la cabeza. Está completamente ciega. ¡Y, además, circula por el carril equivocado! Será gamberra. Diletta se coloca detrás de ella y la sigue. A fin de cuentas, se dirigen al mismo sitio. Empieza a hacer destellos con los faros y a tocar la bocina, riéndose.
– Oh, pero ¿quién es el que está dando el coñazo? ¿Se puede saber qué quiere? -A Erica poco le falta para hacer un gesto obsceno, pero antes mira por el espejo retrovisor y reconoce la masa de rizos claros.
Pero bueno, ¿es ella? ¡Está loca! La saluda con la mano y le saca la lengua. Se persiguen un poco hasta llegar al lugar donde han quedado. Aparcan de milagro. Se apean del coche y se precipitan la una en brazos de la otra saltando como unas chifladas.
– ¡Caramba, da la impresión de que no nos hemos visto en años!
– ¡Y eso qué tiene que ver! ¡Te quiero mucho! -Y siguen saltando pegadas la una a la otra como dos futbolistas después de haber marcado un gol importante. Pasados unos instantes llegan también Niki y Olly.
– ¿Se puede saber qué estáis haciendo? ¿Qué pasa, ahora salís juntas? -y sin pensarlo dos veces se unen a ese abrazo loco, intenso, alegre, allí, en medio del aparcamiento y de la gente que pasa por su lado sin entender lo que les ocurre a esas cuatro chicas que giran en corro gritando.
– Venga, ya está bien… ¡Tenemos que ir a hacer la compra!
– Pero mira que eres aburrida…
– Sí, sí… Os advierto que yo no cocino, ¿eh?
– Bueno, en ese caso compremos unas pizzas.
– He traído un helado nuevo y delicioso, lo he comprado en San Crispino, ¿os parece bien?
– Esperad… Esperad… Niki, ¿a qué se debe que ahora quieras salvarnos la vida? ¿Nos concedes la gracia?
– ¿Qué quieres decir?
– ¡Que, dado que no cocinas, no puedes envenenarnos!
– ¡Imbéciles!
Y siguen bromeando en medio de la calle, empujándose y riéndose, sin edad, dueñas del mundo como sólo se puede ser en ciertos, momentos de felicidad.
Diez
Por la noche. Alex regresa a casa. Entra de prisa y empieza a preparar la bolsa. Abre el armario.
– Joder, vete tú a saber dónde me habrá puesto los pantalones cortos la asistenta… -Cierra de golpe dos o tres cajones-. Ah, aquí está la camiseta…
En ese preciso momento suena su móvil. Mira la pantalla. Es Pietro. ¿Qué querrá? No me digas que también esta vez tengo que pasar a recogerlo. Responde.
– Ya lo sé…
– ¿A qué te refieres? ¿Cómo has podido saberlo? No puedo creer que lo sepas ya, ¿cómo lo has hecho?
Alex resopla.
– Porque la historia se repite una y otra vez. Siempre me pides que pase a recogerte.
– No, esta vez es peor: no jugamos.
– ¿Qué? ¿Quieres decir que he vuelto a casa a toda velocidad para ir a jugar a futbito y ahora resulta que no vamos? No, eso me lo explicas ahora mismo, debe de haber ocurrido algo grave para que se haya suspendido el partido.
– Así es… Camilla ha dejado a Enrico.
– Paso en seguida a recogerte.
Un poco más tarde. Alex y Pietro están en el coche.
– Pero ¿cómo ha ocurrido?
– Nada, no sé nada; me colgaba el teléfono, no lograba hablar. Creo que en ciertos momentos sollozaba.
– ¡Sí, claro! Anda que no exageras ni nada.
– Te lo juro, ¿por qué debería decirte una estupidez como ésa de no ser verdad?
Ring. El móvil de Alex vuelve a sonar.
– Es Niki.
– No le digas nada. Dile que vamos a jugar de todas formas…
– Pero deberíamos estar ya en el campo, son las ocho y diez.
– En ese caso dile que esta noche jugaremos más tarde.
– Pero ¿por qué?
– Luego te lo explico. Alex sacude la cabeza y a continuación abre el móvil. -Cariño… -¡Eh, hola! Imaginaba que estarías ya en el campo…