Alex mira enojado a Pietro, que, curioso, cabecea en su dirección como si quisiera enterarse.
– Esto…, no…, hoy jugaremos un poco más tarde porque, como de costumbre, Pietro se equivocó cuando reservó el campo…
– ¿De verdad? ¿No me estás mintiendo?
– ¿Yo? ¿Por qué debería hacerlo, cariño? ¿Qué razón podría tener para contarte una mentira?
Alex vuelve a mirar cabreado a Pietro y sacude la cabeza.
– Bah, no lo sé…, lo siento… En cualquier caso, quería decirte que voy a casa de Olly. Nos vamos a reunir todas allí. Pero tengo el teléfono sin batería; te llamaré más tarde, cuando vuelva a casa.
– ¿No puedes cargarlo ahora? ¿O llevarte el cargador?
– No… Ya estoy fuera y acaba de sonar el bip que indica que la batería está descargada…
– Ah… Bueno, en ese caso puedes cargarlo en casa de Olly…
– Ninguna de mis amigas tiene el mismo cargador que yo… Pero bueno, cariño, ¿se puede saber por qué te preocupas tanto? Tú estarás jugando a la pelota…
– Ah, sí… Qué tonto…, hasta ruego.
– ¡Claro! Si marcas un gol dedícamelo como hacen los grandes campeones, ¿eh?
– ¡Faltaría más!
– ¡En lugar de como el Pibe de Oro como el pibe de plata!
Alex cuelga el teléfono y sonríe falsamente a Pietro.
– Felicidades. Siempre consigues meterme en líos, incluso cuando no hace ninguna falta.
– ¿Qué quieres decir?
– Que ahora cree que vamos a jugar a futbito y no es verdad.
– ¿Y qué problema hay?
– Que le he mentido.
– ¿Quieres decir que es la primera vez que lo haces?
– Sí.
Pietro lo mira poco convencido. Arquea las cejas, incrédulo. Alex se siente observado, echa un vistazo a la calle y a continuación mira a Pietro, después de nuevo la calle, luego a Pietro otra vez. Al final da su brazo a torcer.
– Está bien…, excepto la vez en que no le dije que Elena había vuelto a casa…
– ¡Y te parece poco! Tampoco le dijiste que os habíais reconciliado…
– Sí, sí, ¡vale! Pero eso fue hace un año.
– ¿Y bien?
– No, «y bien» me corresponde decirlo a mí. ¿Me estás interrogando? El caso es que esta noche, un año después, le estoy mintiendo otra vez y, por si fuera poco, sin una razón de peso.
– Te equivocas, la razón existe.
– ¿Y cuál es?
– Imagínate que Niki se encuentra mañana con Susanna y que ésta le cuenta que no hemos jugado.
– Eh… ¿Y qué tiene eso de malo?
– Pues que esta noche yo llegaré muy tarde a casa porque le he dicho a Susanna que empezábamos a jugar a las once…
– ¿A las once?
– Sí, le he dicho que tú te habías olvidado de reservar el campo y que por eso nos habían dado la última hora disponible para jugar… -¡Lo que me faltaba!
Alex sacude la cabeza mientras sigue conduciendo. Pietro lo abraza. -Gracias…, estoy orgulloso de tener un amigo como tú… Alex sonríe.
– Me gustaría poder decir lo mismo. -Ah… -Pietro se aparta de él y se sobrepone-. ¿En serio? -No… Y Alex, naturalmente, se echa a reír y sacude de nuevo la cabeza.
Once
Enrico está sentado en la butaca del salón. La pequeña Ingrid duerme entre sus brazos.
– A ver si lo entendéis, me llamó… Me llamó al despacho y se limitó a decirme: «Dora se queda hasta las siete y después se marcha. Procura volver a esa hora porque, de lo contrario, Ingrid se quedará sola…»
Enrico mira a Ingrid, que duerme. La mece un poco, después le toca con un dedo el babero que tiene debajo de la barbilla y se lo coloca mejor.
– ¿Me habéis entendido?
Alex, Pietro y Flavio están sentados frente a él en el sofá. Los tres están boquiabiertos. Enrico los mira y sacude la cabeza. Alex parece el más intrigado.
– ¿Y qué pasó después?
– Pues que regresé justo a tiempo, porque Dora estaba a punto de marcharse.
– Sí, pero Camilla…, quiero decir, ¿dónde está Camilla?
Enrico lo mira sereno. A continuación echa un vistazo a su reloj.
– Debe de estar volando. Dentro de tres o cuatro horas llegará a las Maldivas. ¡Si el avión no se precipita antes al suelo, como me gustaría que sucediera!
– ¿Se ha ido a las Maldivas? ¿Y con quién?
– Con un abogado llamado Beretti, un tipo muy distinguido de mi club que yo mismo le presenté.
– ¿Tú? ¿Y por qué?
– Camilla quiso hacer algunas reformas en la nueva casa, los obreros metieron la pata con las junturas en el baño y eso causó unas terribles filtraciones de agua. El abogado Beretti nos ayudó a demandar a la empresa…
– ¿Conclusión?
– Conclusión: Beretti perdió la causa con la empresa y yo he perdido a mi mujer, que se ha ido con él…
Flavio se levanta del sofá. Pietro cae entonces en la cuenta.
– Pero si vas vestido de futbolista…
– Puede que no te acuerdes, pero esta noche debíamos jugar juntos.
– ¡Es verdad!
– Como iba a llegar con mucho retraso, decidí cambiarme para no hacer esperar a los demás en el campo. Lo normal, en caso de que hubiésemos jugado… Luego se produjo este pequeño contratiempo…
– ¡Pequeño contratiempo, dices!
Enrico se encoge de hombros.
– Qué más da, habríamos perdido de todas formas.
– No estoy tan seguro… En mi opinión, hoy hubiera sido el día en que, por fin, habríamos ganado.
– Es cierto. -Enrico los mira y abre los brazos-. Ahora encima me siento culpable por haber impedido esa victoria.
– Bueno, recuerda que teníamos pensado jugar a las once.
Flavio mira a Pietro sin entender lo que dice, pero, de repente, cae en la cuenta.
– Entonces, ¿jugamos de todos modos?
Alex niega con la cabeza.
– De eso nada, hoy no se juega…
Pietro, en cambio, asiente.
– Se juega, se juega.
Ahora sí que Flavio no entiende nada.
– Pero bueno, ¿jugamos o no? ¿Me lo explicas, Pietro?
– Escuchad, es muy sencillo: se juega pero no se juega…, ¿vale?
– Bueno, a mí no me resulta tan claro…
Pietro se sienta y abre los brazos.
– Está bien. Veamos, chicos, os explicaré cómo entiendo yo la situación desde mi modesto punto de vista. El quid de la cuestión es la fidelidad.
Flavio lo mira curioso.
– ¿A qué te refieres?
Pietro sigue sonriendo.
– Es inútil buscar la fidelidad… La fidelidad no es de este mundo… O, mejor dicho, de esta era. Oscar Wilde decía que la fidelidad es a la vida sentimental lo mismo que la coherencia a la vida intelectuaclass="underline" la confesión de un fracaso, ni más ni menos. De manera que yo, en lugar de entrar a las once en el campo…, me meteré bajo las sábanas de una mujer felizmente casada con un marido que… ¡juega fuera de casa!
Flavio se encamina hacia la cocina.
– Lo siento, pero no estoy de acuerdo… ¿Puedo servirme algo de beber?
– Claro, en la nevera hay Coca-Cola, cervezas y algunos zumos.
Flavio sube el tono para que se lo oiga desde la cocina.
– La fidelidad resulta natural cuando una relación funciona. Es evidente que ahora las cosas no te van bien… ¿Queréis algo?
– ¡Chsss! -Enrico comprueba que Ingrid siga durmiendo-. ¿Podrías dejar de gritar, Flavio?
Su amigo entra de nuevo en el salón con una cerveza y sigue hablando en voz baja:
– Estamos tratando temas existenciales.
Alex hace un gesto con la mano como diciendo: «Pues sí.»
– Claro, cómo no… Dado que no está bien acostarse con una mujer casada aprovechando que su marido está fuera de casa…
Flavio abre la cerveza.
– Entiendo, pero ¿no podrías meter a Ingrid en la cuna, dejando al margen los problemas de Pietro?