– Uf… ¡Aquí estoy! Ha sido fantástico.
Niki está radiante.
– Sí, precioso. Es una emoción única, en serio.
– ¿Nunca habías hecho surf de noche?
– Nunca. -Ella está conmovida, casi se le saltan las lágrimas-. Qué tontería, ¿verdad? Estas cosas se apoderan de mí de un modo increíble, te lo juro, me producen una emoción, no sé qué será…
Guido le sonríe algo avergonzado de que lo que experimenta él no sea tan intenso.
– Lo que te envuelve es la hermosura de la naturaleza, estás en perfecta armonía, sobre esas olas te sientes parte de este mundo y, además, durante la noche, en la oscuridad, no tienes puntos de referencia, de manera que… Bueno, uno oye mejor. Aunque es un privilegio al alcance de pocos. -Vuelve a sonreír-. De gente como tú…
– Qué tonto eres…
– ¡Es cierto! Es así.
– En cualquier caso, ha sido una experiencia preciosa y te la debo a ti. De manera que gracias.
Guardan silencio unos momentos. Al final, Niki dice algo para romper la turbación.
– Al principio pensaba que tendría un poco de miedo, ¿sabes? Pero no quería que lo notaras. No quería darte esa satisfacción.
– Oh, de todos modos me di cuenta…
– ¡Anda ya!
– Claro que sí… Después de la primera ola los problemas se acabaron…
Niki sonríe.
– He cogido al menos cinco.
– Seis…
– ¿Y tú qué sabes?
– Iba siempre detrás de ti. Estaba en la ola detrás de la tuya, ¿qué te creías? No te dejé ni por un momento; en cierto modo, me sentía responsable… -Niki no sabe si creerlo o no. En cualquier caso es normal, podría haber sido peligroso-. Venga, Niki, acerquémonos al fuego, así comemos algo…
– Una sabia decisión… Echan a andar.
– ¿Te estás divirtiendo de verdad?
– Claro -Guido le sonríe-. Era tu ángel de la guarda marino…
– No sé si creerte.
– Tú misma. En cualquier caso, te has metido muy bien en el tubo. Yo no lo he conseguido… ¡Aquí estamos, chicos! ¿Nos habéis guardado las salchichas o las habéis engullido ya?
Guido se sienta en medio del grupo. Niki lo mira. Entonces es cierto: siempre ha estado junto a mí. De otra forma, no sabría nada.
– ¿Qué haces? ¡Venga, que se enfría, Niki!
Ella se sienta a su lado, saluda a los otros surfistas y en un abrir y cerrar de ojos está bebiendo cerveza y, sobre todo, tiene en la mano una magnífica salchicha todavía caliente.
– ¡Mmm! ¡Qué hambre! Ésta es una cena verdaderamente digna… Está riquísima.
Una chica rubia le pasa un trozo de pan.
– Ten, todavía está caliente.
Otra le da una cestita de plástico.
– Aquí tienes unos tomates, los he lavado.
– Gracias…
Se sonríen. No se conocen, pero no hay necesidad de presentaciones. El amor por las olas es la mejor tarjeta de visita. De manera que siguen comiendo, sonriendo, charlando de sus cosas, pasándose la cerveza, contando las anécdotas de los surfistas que se han enfrentado a olas más grandes por todo el mundo. La noche va pasando y el fuego, lentamente, se va extinguiendo.
– Brrr…, empieza a hacer frío.
Niki se pasa las manos por los hombros; el traje se ha secado.
– Debería habérmelo quitado. Tengo el frío metido en los huesos… ¿Nos vamos?
– ¡Yo tengo el remedio justo para evitar que te pongas enferma! ¿Sabes que cuando te empapas con agua fría, haciendo surf o en la moto, bajo la lluvia, lo mejor es darse una ducha caliente?
– Claro, pero ¿dónde voy a darme ahora una ducha? Aquí no hay…
– No, aquí no. ¿Confías en mí?
Niki ladea la cabeza y lo mira indecisa.
– Perdona, te has fiado hasta el momento… Y lo que has hecho te ha gustado, ¿no? ¿Por qué debería engañarte precisamente ahora?
Niki vuelve a mirarlo arqueando las cejas. Pues sí, ¿por qué debería? Luego da su brazo a torcer.
– Está bien, vamos, pero que no se nos haga muy tarde, ¿de acuerdo?
– Te lo prometo.
De manera que suben al coche con la calefacción a toda marcha y la música, en cambio, soft. El aire caliente que les llega es agradable. En unos instantes da la impresión de que están en un desierto en el que el viento caliente lo seca todo. Mientras tanto, las notas de Vinicio Capossela llenan el aire. Ni que lo hubieran hecho adrede. Una Giòrnata perfetta. Un día perfecto. «La vida es un rizo ligero en el vapor de un hilo, cielo color mañana, cielo color cestito azul claro de un niño. Silbar cuando pasan las chicas como primaveras, silbar y permanecer sentado a la mesa, sin perseguir nada, ni trampas ni embozos porque… Es un día perfecto, paseo aguardando sin prisas…»
Sí. Es una velada perfecta. Niki lo mira risueña. Él también. A continuación cierra los ojos. No quiero pensar, esta noche no. Capossela sigue cantando y ella está de acuerdo con sus palabras: «No estamos hechos para sufrir, si es hora de acabar hay que marcharse, confiar en la vida sin temores, amar a la persona con la que estás o dar al que te da y no desear siempre y sólo lo que se va…»
Ciento treinta
El coche familiar azul avanza a toda velocidad por los senderos campestres. Niki abre la ventanilla para que le dé un poco el aire.
– Mira, quiero enseñarte una cosa…
Guido apaga los faros y prosiguen su camino a oscuras, únicamente iluminados por la luz de la luna, que ahora parece más intensa.
– Qué bonito, ¿no? Estamos bajando solos por esta pendiente… -Guido levanta el pie del acelerador y quita la marcha.
El coche vuela silencioso en la noche bajo un cielo oscuro, entre el verde de los bosques. Ni siquiera se oye el ruido del motor, da la impresión de que están sobre una extraña tabla de surf, el viento entra por las ventanillas y perciben calor por debajo de las piernas. Al cabo de un momento vislumbran algo raro en la espesura.
– Mira, Guido…
Él sonríe, acto seguido mete de nuevo la marcha y vuelve a encender los faros.
– ¿Sabes qué son esas lucecitas?
– No, ¿qué?
– Luciérnagas. -Acelera un poco y desaparece detrás de la colina. Conduce seguro, curvas largas, lentas, atravesando grandes prados verdes y trigales, definitivamente solos ya en medio de la campiña toscana-. Aquí es, hemos llegado.
Niki se levanta en el asiento, curiosa, divertida, de nuevo niña. Sí. Tras doblar una curva, el vehículo desciende por una cuesta inconexa, salta hasta que por fin se detiene en un pequeño claro. Guido apaga el motor. Delante de ellos, un humo claro y ligero asciende lentamente hacia el cielo y se pierde en él. Están en las termas de Saturnia. En la penumbra, y como si se encontraran en un pequeño infierno natural, varios hombres y mujeres están sumergidos en unas pequeñas piscinas de agua sulfurosa; parece un alegre círculo dantesco, natural y agradable, sin particulares penas aunque quizá sí con algún que otro culpable… Procedente de la oscuridad del bosque, una gran cascada de agua caliente salta desde una roca y cae de lleno en el centro de la gran piscina. Se vislumbran varias personas que se mueven lentamente en el interior de ese extraño borboteo, que aparecen y desaparecen de vez en cuando entre los efluvios de azufre.