«¡A la mesa!», su voz, la de ella, Niki. Qué ridícula estaba vestida de ese modo… ¡Era la primera sopa de mi vida! Y más fotografías e imágenes. «Aquí comprendí que era un idiota, que sólo había perdido el tiempo…» Una música diferente. Coldplay. Empiezan las imágenes de Nueva York. Niki siente una punzada en el corazón. Los contempla en silencio a los dos corriendo por las calles de Manhattan, ella que entra en Gap y a continuación en Levi's, ella que se prueba algunos vestidos y camisas, ella que empuja con una mano la cámara. Ella que dice: «Venga… No me grabes ahora… Que sepas que si lo haces no me casaré contigo…» Ese día lo dijo de broma, como si se tratara de una frase tonta que nunca, jamás, se haría realidad. Niki se echa a llorar lentamente, en silencio, sus lágrimas resbalan veloces, una tras otra, como un río en crecida, como una ola que se hincha, enorme, que ya no puede contenerse, de manera que se abandona, se deja llevar, se siente turbada por un alud de sentimientos confusos y su llanto va en aumento. La música prosigue. Aparece el paseo en helicóptero, la vista de Nueva York desde lo alto. El letrero sobre el rascacielos del Empire State. «Perdona, pero quiero casarme contigo.» Y el primer plano final de Alex. «Perdona, pero no he sido preciso. Perdona, pero siempre te querré.» Niki no puede resistirlo más, empieza a sollozar y se tapa la cara avergonzándose de ese beso, de su repentino deseo de rebelarse, de alejarse de todo lo que tenía, del maravilloso amor de Alex. Y entonces, pequeña náufraga por elección, se desespera en silencio, se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano, apenada, desconcertada, desorientada y también enfadada por no poder culpar a nadie más sino a sí misma de ese extraño e inesperado cambio. Pero ¿por qué las cosas han salido así? ¿Qué ha sucedido realmente? Un vacío enorme la embarga y se siente más sola que nunca, a pesar de que sus padres, que están en la habitación de al lado, la quieren y la apoyan en todas sus decisiones. Y lo mismo puede decirse de sus espléndidas amigas, que siempre están en sintonía con ella, además de presentes en cualquier ocasión. En ese momento Niki se siente como un globo deshinchado. Hay algo que nadie puede apartar de mí. Algo de lo que ni siquiera puede hablar porque no sirve de nada, no se puede ni explicar ni comprender. La falta del amor. Perder el amor, el final de un amor, la fuga de un amor. Cuando eso sucede te sientes desnuda y vacía. Aunque quizá estés bien contigo misma, no dejas de ser una belleza sin alma. Impelida por esa inmensa soledad, se mete en la cama. Tal vez mañana lo vea todo distinto. Puede ser. Transida de dolor, exhausta, se tira sobre la almohada como si buscara un refugio, una playa segura, un meandro tranquilo en el que poder refugiarse de todos esos pensamientos. Pero ¿quién es el verdadero culpable de todo esto?
Ciento treinta y dos
Una preciosa caja envuelta de amarillo y naranja descansa sobre la mesita de cristal de la sala. Al lado, dos vasos de naranjada y dos pedazos de tarta de chocolate y coco. Diletta mira a Filippo sonriendo.
– Pero ¿por qué?
– ¿Cómo que por qué? ¡Porque te lo mereces!
Diletta mira entonces el paquete.
– ¡Pero si no es nuestro aniversario, ni tampoco mi cumpleaños!
– ¡No, pero es una fiesta!… ¡Confía en mí!
Diletta coge la caja. La observa, la voltea y la sacude para adivinar lo que hay dentro.
– No hace ruido…
Filippo no le contesta y sonríe.
– ¡Venga, ábrela!
Se ve a la legua que Diletta no lo resiste más. Finalmente lo complace y empieza a desenvolver la caja poco a poco procurando no arrancar el papel. Nunca le ha gustado romperlo. Lentamente va apareciendo el contenido. Diletta apenas puede creer lo que ve. Después repara en la tarjeta. La coge y la lee.
– No me lo puedo creer… -Se vuelve, lo mira y se abalanza sobre él loca de felicidad. Lo cubre de besos, lo abraza y se ríe conmovida.
Filippo se deja hacer y se ríe también, sorprendido y satisfecho de esa explosión de alegría. Porque es más que un regalo. Es una promesa, una elección, una toma de conciencia y un viaje juntos rumbo a numerosas y diferentes sorpresas. Es un salto al vacío, pero con un paracaídas capaz de protegerlos a los dos. Diletta se levanta y coge la mano de Filippo. Lo mira dulcemente.
– Ven…, ven conmigo…
Lo lleva a su habitación, cierra la puerta y lo hace acomodarse en la cama. Empieza a besarlo. Se sienten muy próximos, más unidos que nunca, en cierto modo adultos y conscientes, todavía temerosos pero preparados. Finalmente preparados.
En la sala, en el sofá, rodeada del papel sin romper y del gran lazo que lo envolvía, hay una caja abierta con un buzo de bebé tierno a más no poder. Es de color amarillo pálido y tiene unos ositos bordados encima. Además, la tarjeta dice: «Amarillo como el sol que ilumina tu mundo, amarillo como una flor que brilla a mediodía, amarillo como tu pelo, rubio como el oro, amarillo como un sueño que se hará realidad. Poco importa que sea niño o niña: será tan maravilloso como tú…»
Ciento treinta y tres
Varios días más tarde. Un cielo azul sin nubes. Un tráfico lento y sin bocinas que intenten acelerar el ritmo de la ciudad. Alex acaba de cerrar el coche. Se dirige apresurado hacia el patio y entra en el edificio.
– Buenos días, señor Belli, arriba lo están esperando.
– Bien, gracias.
¿Me están esperando? Pero ¿quién? ¿Y por qué? ¿Qué habrá pasado? Mientras entra en el ascensor lo asalta una idea extraña, un recuerdo del pasado se asoma dolorosamente a su mente. Aquel día, al teléfono…
– Hola… Tu secretaria no me ha dejado hablar contigo.
– Lo siento, pero ¿dónde estás?
– Fuera de tu despacho.
Alex sale corriendo de él y la ve allí, sentada en la sala de espera, en un sofá de colores, con su chaqueta azul y las zapatillas Adidas de media caña, y sus piernas, y la carpeta con los dibujos de la campaña de LaLuna… En un instante tiene la impresión de haber vuelto atrás en el tiempo y le parece imposible que Niki ya no forme parte de su vida. Lo nota particularmente cuando se detiene delante del sofá. ¿Dónde estás, Niki? ¿Qué ha sido de nuestra vida? ¿Por qué? Siente una especie de vértigo al pensar en lo absurdo que es todo lo ocurrido. Pero justo en ese momento se abre la puerta de la sala de reuniones.
– Alex, te estábamos esperando. ¡Ven! -Leonardo le sale al encuentro corriendo y lo coge del brazo. Después, casi a rastras, compone la mejor de sus sonrisas-. ¡Aquí está mi número uno: Alessandro Belli! -y lo hace entrar.
En la sala de reuniones lo recibe un grupo alegre de publicistas, redactores, creativos, productores, contables, el presidente e incluso el administrador de la empresa.
– «¡Felicidades!» «¡Muy bueno!» «¡Excelente!»…
Lo reciben con esos adjetivos para celebrar su éxito. Alex los mira aturdido, gira lentamente la cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Los conoce a todos de sus numerosos años de trabajo, desde sus inicios en el nivel más bajo, su porvenir hecho de cargas, de mejoras, de tenacidad, de aplicación, de ingenio, de pequeñas metas, de enormes esfuerzos, de infinitas carreras, de horas interminables y de grandes éxitos. Y, sin embargo, cambiaría de buena gana todo eso y a toda esa gente por una sola persona. ¿Dónde estás, Niki? ¿Qué supone un éxito cuando no tienes a tu lado a una persona con quien compartirlo, la única que amas?
– ¡Ha tenido un éxito increíble en Estados Unidos! -Leonardo le rodea los hombros con el brazo devolviéndolo a la realidad-. Habéis acertado en todo… Les ha gustado hasta el eslogan.
Al volverse ve a Raffaella, tan guapa como siempre, más aún, elegante, circunspecta, silenciosa, perfecta tanto en las maneras como en el sentido de la oportunidad, que le sonríe desde lejos y le guiña un ojo con simpatía, sin malicia, y a continuación lo señala como diciendo: «Eres tú, todo esto te lo debemos a ti, este momento de gloria es cosa tuya.» Y Alex esboza una sonrisa, aturdido por todas esas palabras.