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– También los de Niki.

– Demasiado pronto para estar seguros: son de nuestra edad… Y nosotros, como ves… -señala con los ojos a Enrico, procurando que éste no lo vea-, estamos empezando a caer…

En ese preciso momento suena el móvil de Alex.

– Es Niki… -Abre el teléfono-. ¡Cariño! ¿No tenías el móvil descargado?

Alex mira ufano a Pietro y le hace un gesto obsceno.

– Sí, pero he visto que el cargador de Olly me servía… ¡Estamos en su casa! ¿Habéis acabado de jugar?

– Esto… -Alex se levanta del sofá y se dirige al dormitorio.

Pietro lo mira y suspira.

– Creo que él también tiene algún problema que otro -dice dirigiéndose a los demás.

Apenas queda fuera del alcance de sus amigos, Alex prosigue la conversación con Niki.

– Sí, lo hemos dejado porque uno de nosotros se ha hecho daño…

– ¿En serio? ¿Quién?

– No, no lo conoces, uno del equipo… Ah, y después hemos venido a casa de Enrico porque él no ha jugado…

– Ah, ¿no está bien?

– Peor…

– ¿Qué quieres decir?

– Su mujer lo ha dejado.

– Ah. -Niki enmudece.

– ¿Niki?

– ¿Sí?

– Por desgracia, puede suceder.

– Oh, claro, sí…, uno hace una promesa ante Dios y le gustaría que todo fuese sobre ruedas… En cambio…

Alex está a la expectativa, siente curiosidad.

– ¿En cambio?

– Nada… Que no somos capaces de hacer realidad un sueño.

– Sí, Niki, pero no te lo tomes a mal.

– No, lo que ocurre es que lo siento. Veo la incapacidad de las personas para llegar hasta el fondo de las cosas.

– Quizá ambos lo desean, pero después algo cambia…

– Espero que no.

– Yo también… -Su voz se anima a continuación-. De todas formas, nosotros no hemos hecho ninguna promesa, ¿no? No. Bueno, vuelvo con mis amigas.

– Vale, hablamos más tarde.

Alex mira el teléfono cerrado y se queda estupefacto por un instante. Esa frase… «No hemos hecho ninguna promesa.» ¿A qué ha venido? ¿Por qué lo habrá dicho? Además, lo ha dicho con voz alegre. ¿Qué habrá querido decir? ¿Menos mal que no hemos prometido nada? Siente que el estómago se le encoge ligeramente. Bah. A continuación se mete de nuevo el móvil en el bolsillo y vuelve al salón.

– ¿Todo bien? -pregunta Pietro risueño y particularmente curioso.

– Sí…, genial.

Enrico lo mira boquiabierto.

– Os agradezco el interés y el afecto que me habéis demostrado. Siempre he sabido que podía contar con vosotros.

Pietro gesticula con las manos de manera exagerada.

– Sí, vale, ahora intentarás hacernos creer que esto te ha sucedido de la noche a la mañana, cuando todo estaba bien… Ella no estaba contenta, se lamentaba, no estaba satisfecha.

Enrico lo mira perplejo. Alex y Flavio también.

– Perdona, pero ¿tú que sabes?

– Bueno… -Pietro mira a su alrededor sintiendo que lo han pillado ligeramente desprevenido-, algunas cosas se deducen… Se leía en su cara, claro que para darse cuenta se requiere cierta sensibilidad y eso es algo de lo que no carezco, desde luego. Y ahora me perdonaréis, pero tengo que ir a follarme a esa mujer que está sola en casa. -Mira el reloj-. Sí… Sus hijos estarán durmiendo y él le habrá hecho ya la consabida llamadita tranquilizadora. Adiós, chicos, hablamos mañana.

Y sale dando un portazo a sus espaldas.

– No le falta sensibilidad, ¿eh?… ¡Un pedazo de animal, eso es lo que es!

– Bueno -Flavio se encoge de hombros-, sea como sea, tiene razón: vive de maravilla, todo le importa un comino y se divierte como si tuviese dieciocho años.

Alex parece sorprendido.

– Me resulta extraño que pienses así… ¡Olvidas que tiene una esposa y dos hijos! Si decides tenerlos, debes optar automáticamente por otro tipo de vida, no puedes ser tan irresponsable…

En ese mismo momento Enrico coge una fotografía de la mesita. En ella aparece Camilla con Ingrid recién nacida en brazos.

– ¿Y qué me dices de esta foto? ¿Qué es? ¿Un fotomontaje? ¡Una madre con una hija! -Arroja con rabia la fotografía contra la pared y ésta se rompe en mil pedazos.

– Calma, Enrico. -Alex intenta tranquilizarlo-. Conozco a una que tuvo un hijo y después lo dejó aquí, en Roma, con su padre, porque deseaba probar una nueva vida y cogió un avión con rumbo a América… Otra abandonó también al marido y se marchó a vivir a Londres, otra hizo lo mismo y ahora trabaja en París…

– Entiendo… En ese caso, el hecho de que Camilla nos haya dejado a Ingrid y a mí para irse sólo una semana de vacaciones con otro a las Maldivas es casi normal, ¿no?

– Quizá cambie de idea.

– Quizá vuelva.

– Sí, quizá, quizá… Lo único que sé es que tengo que buscar a una nueva canguro.

– ¿Y Dora?

– No sé por qué, pero nos la había recomendado el abogado Beretti…

– ¿Y eso qué tiene que ver?

– Pues que, por solidaridad, ella también se ha marchado…

Flavio está desconcertado.

– Pero ¿solidaridad con quién? Da la impresión de que aquí están todos locos…

– El caso es que he puesto un anuncio, ¡tengo que entrevistar también a varias canguros!

– ¿Qué es esto?, ¿«Factor X»?

– Sí…, ¡ojalá!

– ¡Bueno, siempre puedes comprobar quién le canta mejor las canciones de cuna!

– Afortunados vosotros, que siempre tenéis ganas de bromear…

Enrico se arroja de nuevo sobre el sofá con las piernas abiertas y echa la cabeza hacia atrás. Flavio y Alex lo observan. A continuación, sus miradas se cruzan. Flavio se encoge de hombros. La verdad es que es muy difícil saber qué decirle a un amigo que sufre por amor. Está inmerso en su dolor, se siente acribillado por mil preguntas inútiles, y lo único que puedes hacer es brindarle tus respuestas personales, relativas, que en el fondo nada tienen que ver con su vida. Alex se sienta junto a él.

– Sólo quería que vieras el lado bueno.

– Es que no hay un lado bueno…

– ¿Sabes lo que decía Friedrich Christoph Oetinger? «Que Dios me conceda serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar, y sabiduría para distinguir unas de otras.»

– Pareces Pietro con todas esas citas para justificar sus ansias de sexo…

– Con una única diferencia: ésta es útil y sólo sirve para hacerte reflexionar sobre la situación en que te encuentras.

– Pero ¿quién era ese Friedrich Cris Tinger? Nunca he oído ese nombre…

– Friedrich Christoph Oetinger, un padre espiritual.

– Entiendo. Gracias por el consejo, Alex, ¡pero en pocas palabras, me estás diciendo que debo meterme a cura!

– Bueno, esa frase se cita también en la película El jardín de la alegría, en la que personas de todas las edades fuman porros sin parar… En resumen, que en este mundo hay innumerables cosas; el único problema es el uso que hacemos de ellas.

Enrico sonríe.

– ¿Sabes? A veces las palabras me encantan… Pero después me detengo y pienso: caramba, cuánto echo de menos a Camilla. Y entonces todos los pensamientos pierden su valor, incluso todas esas bonitas frases de ese padre espiritual tuyo… A mí sólo me viene a la mente una de Vasco: «El dolor de tripa lo tengo yo, no tú.»

Alex esboza una sonrisa. Es cierto, el dolor pertenece a quien lo experimenta y no hay palabra que baste para explicarlo o para hacer que el que sufre se sienta mejor. No puedo por menos que darle la razón.

Doce

Olly nota que Niki está rara.

– Eh, ¿qué pasa?

– ¿Por qué lo dices?

– Tienes una cara…