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– ¿A qué viene eso? ¿Quieres traernos mala suerte?

– Estaréis en el hospital… buscando mi habitación.

Las chicas se miran aún más sorprendidas.

– Nos estás asustando, Diletta. ¿Qué te pasa? -Niki parece realmente preocupada.

Diletta sonríe sacudiendo la cabeza.

– Buscaréis mi habitación en la sección de Maternidad.

Niki mira a Olly. Erica se atraganta con un pistacho y empieza a toser.

Niki se lleva la mano a la boca.

– No…, pero…

Olly salta de repente sobre el sofá.

– Pero…, pero… ¿no estarás diciendo que…?

Diletta mira a sus amigas risueña y se acaricia la tripa con una mano.

– Os lo he escrito en el mensaje, ¿no? Está a punto de llegar una pequeña ola…

Olly, Erica y Niki se miran y de improviso empiezan a gritar y abrazan a Diletta, la besan y rompen a llorar.

– ¡Con cuidado! ¡De lo contrario, ¿cómo podré haceros una pequeña ola?!

A continuación la acribillan a preguntas sin dejar de gritar y de reírse. Diletta les cuenta sus dudas, la idea de abortar y la indecisión de Filippo. Y, luego, la determinación que han tomado, el valor de seguir adelante y las ganas de ambos de tener ese hijo. Las Olas le preguntan más cosas, quieren saber cómo está, cómo se siente, si está contenta.

– ¡Oh, ahora tendré que llamarte «mamá»! ¡Mamá Dile! -exclama Erica.

– ¡Sí, y yo iré a pedirte consejo cuando mi madre me estrese! -bromea Olly.

– Eres valiente… -reconoce Niki.

– ¿Sabes, Niki? Basta con querer las cosas… -dice Diletta, y le sonríe.

A Niki le impresionan esas palabras. Simples, verdaderas, capaces de hacerla reflexionar. Por un instante las repite en silencio, una, dos, tres veces. «Basta con querer las cosas.» Es cierto. La vida depende de nosotros. Al igual que la felicidad. Lo que en un principio nos asusta puede convertirse en una fuente de fuerza y de belleza. Se queda pensativa mientras Erica y Olly hablan con Diletta conmovidas por la estupenda noticia que cambiará la vida de su amiga. Y en parte también la de ellas.

Ciento treinta y seis

– Eh, pero ¿dónde te habías metido?

Niki está sorprendida. No esperaba encontrarlo. Al menos, no ahora. Guido.

– Hace muchos días que no te veo en clase… -Guido sonríe. Intenta no parecer demasiado entrometido-. ¿Todo bien?

En el fondo, él no tiene nada que ver. A fin de cuentas no es culpa suya, ¿no?, piensa Niki.

– Sí, todo en orden. Es que ciertas cosas nunca son fáciles.

– Tienes razón. Casi siempre son las más difíciles.

Esa manera de hablar a medias tintas que deja espacio a la imaginación. Permanecen por unos momentos en silencio ensimismados en sus pensamientos. Niki. A saber qué habrá entendido. Siempre es difícil interpretar el propio corazón, saber qué rumbo ha tomado, dónde nos llevará… Cuánto daño te hará en esta ocasión. Guido la mira fijamente: Se pregunta qué decisión habrá tomado. De un tiempo a esta parte parece muy distraída. Aunque lo cierto es que sólo la ha visto dos veces y siempre rodeada de gente… No hemos podido hablar mucho. Pruebo.

– ¿Te apetece venir a estudiar a mi casa?

Niki lo mira perpleja y a continuación arquea las cejas.

– ¡Pero a estudiar de verdad! Voy muy retrasada con el programa.

Guido sonríe y cruza los dos dedos índices sobre los labios. -¡Te lo juro! De manera que poco después se encuentran en su casa.

– Ven… Mis padres se han ido ya, qué suerte tienen… -sonríe-. Se lo toman con calma. Tenemos una casa en Pantelleria y suelen irse unos meses antes del verano para arreglarla… A mí me viene de maravilla. A fin de cuentas, me dejan a Giovanna, la asistenta, que me limpia la casa y me hace la compra y la comida todos los días. ¿Qué más se puede pedir? Libertad… Y comodidad.

De manera que están a solas en un piso grande y tranquilo.

– ¿Quieres un té?

Niki sonríe.

– Puede…

Entran en la cocina y charlan de sus cosas, de los amigos de la universidad que han empezado a salir juntos o de los que lo han dejado.

– ¡Qué pena, eran tan monos!

– Sí, la verdad es que hacían una buena pareja.

Por unos instantes Niki piensa en su situación y se sobresalta, el corazón le da un vuelco, siente una punzada sutil.

Guido parece darse cuenta, aunque también es posible que no, el caso es que, sea como sea cambia de tema.

– Nosotros hemos reservado ya el apartamento en Fuerteventura… ¡Al final vienen todos!

Niki parece encantada de poder distraerse un poco.

– ¡¿Quiénes son todos?!

– Bueno, Luca, Barbara, Marco y Sara. Erica y Olly han dicho también que sí, puede que Diletta y Filippo…

– ¿En serio? Me comentaron algo al respecto, pero todo parecí estar aún en el aire.

Guido sonríe, apaga el fuego e introduce las bolsitas de té en el hervidor.

– No, no, lo que ocurre es que tus amigas te están dejando al margen…

– Ellas nunca harían eso, son mis Olas. Con ellas hago surf en la vida y como la líes al que te tirarán será a ti. En alta mar, ¿eh?

– Vale, vale, olvídalo. Me rindo. ¿Quieres leche o limón?

– Limón, gracias…

Guido sirve el té en las dos tazas que ha cogido de los armaritos que están encima de la fregadera y ambos se sientan a la mesa de la cocina esperando que la bebida humeante se enfríe un poco.

– Ah, nunca te lo he preguntado pero… ¿cómo conseguiste mi número?

Guido esboza una sonrisa y bebe el primer sorbo.

– ¡Ay, todavía quema!

– ¡Te lo tienes bien merecido! Bueno, ¿quién te lo dio?

Guido abre los brazos.

– ¡Se dice el pecado, pero no el pecador!

– Sí…, pero en este caso el pecador se sabe ya quién es…, ¡tú!

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Deja ya de hacerte el moralista y asume las responsabilidades de tus actos… ¿Sabes cuánta gente se comporta como tú en este mundo? ¡Muchísima! Porque no tienen huevos… Pero tú sí tienes, ¿verdad?

Guido parece desconcertado por la conversación. No se lo esperaba.

– Claro…

– Bien, pues, en ese caso imagino que eres consciente de que, de alguna forma, has contribuido al hecho de que ya no me case, ¿verdad?

Guido se queda perplejo por unos instantes.

– Veamos…, ¿me estás diciendo que de no haber sido por mí te habrías casado? Me halagas…, pero quizá, de no ser yo, el causante habría sido otro…

– Sí, bueno… ¿Ves como no tienes huevos? Estás apartando de ti esa responsabilidad…

Niki lo mira y se encoge de hombros, después da un sorbo a su té, que ya se ha enfriado. Guido le detiene la mano.

– Está bien, asumo la responsabilidad. Me alegra que no te hayas casado por mi culpa, ¿vale? -Acto seguido esboza una sonrisa-. Bien… Ahora puedes beberte el té… Pero antes me gustaría hacerte una última pregunta. ¿Eres feliz?

Niki exhala un suspiro. La pregunta más difícil de este mundo.

– Digamos que estoy buscando mi felicidad… Y que voy por el buen camino. ¿Sabes lo que decía un japonés? Que la felicidad no es una meta, sino un estilo de vida.

Guido reflexiona por un instante.

– Hum, me gusta…

Niki sonríe.

– Lo sé. Porque es bonita. Me la dijo mi novio, Alex. -Le parece imposible, inimaginable, hablar de él con otro, con Guido, y, sin embargo, es así-. Sea como sea, y volviendo a nosotros, aún no me has dicho quién te dio mi número.

Él apura su té.

– ¿De verdad quieres saberlo?

– ¡Claro!

– ¡Probé todas las combinaciones posibles!

– ¡Venga ya! ¿Lo ves?… No sabes afrontar un tema.

– Está bien, me lo dio Giulia.

– ¡Lo sabía!

– ¿Cómo que lo sabías?

– ¡Estaba segura! Es una hipócrita. Lo hizo adrede.