Guido trata de calmarla.
– No te enfades con ella. Les di la lata a todos: a Luca, a Marco, a Sara y a Barbara, ¡pero ninguno daba su brazo a torcer! No querían darme tu número, hice de todo para conseguirlo… Al final probé con Giulia y lo logré…
– ¿Cómo lo hiciste?
– Se percató de nuestras miradas. Comprendió que había algo entre nosotros. Le dije que si no me daba tu número cargaría siempre en su conciencia con el peso de no haber impedido un mal matrimonio.
Niki enmudece. Bebe su té poco a poco, a pequeños sorbos, sin dejar de darle vueltas a lo que acaba de oír. De manera que todo ha sucedido por mérito o por culpa de Giulia, de una chica que simplemente se dio cuenta una vez de que nos mirábamos. Qué extraño, una persona tan ajena a mi vida, tan alejada de todo esto…, que influye en la decisión más importante que he tomado en mi vida. A veces las circunstancias, la manera en que las cosas van adelante, suceden, empiezan y se acaban, están determinadas por razones inexplicables o insignificantes. De improviso recuerda una película, Magnolia, la casualidad, los pormenores de varias vidas, las combinaciones, algo parecido a Crash, de Paul Haggis. Sí, la vida es un buen embrollo, sujetar las riendas de ese caballo encabritado es difícil, en ocasiones incluso imposible, y lo que sucede sólo puedes decidirlo en parte, ya que en buena medida todo depende de la buena suerte.
Niki apura su té.
– Venga, estudiemos un poco… Giulia no va a Fuerteventura, ¿verdad? ¡Si es así, yo no voy!
Guido mete las dos tazas en la pila y hace correr el agua por encima.
– ¡Ni siquiera sabrá cuándo nos vamos! ¿Contenta?
Se ponen a estudiar en la habitación de Guido y al principio todo va bien, tranquilo, sereno. Repasan juntos algunos temas de historia del teatro y del espectáculo. Comentan una frase de De Marinis. Niki la lee: «El teatro es el arte de lo efímero, está continuamente en movimiento: el teatro es el símbolo por excelencia de todas esas muertes con la que a diario sembramos el camino. Lo que hoy somos y pensamos difiere de lo que éramos y pensábamos ayer, y no nos ayuda a prever lo que seremos y pensaremos mañana.» Se miran. Niki sigue leyendo:
– «Si hay un lugar donde uno no se baña nunca en el mismo río, ése es el teatro.» Es lo mismo que decía Heráclito, ¿recuerdas?
Guido asiente con la cabeza. Pero esas palabras lo subyugan de alguna manera. Los dos piensan en el sentido del cambio, en la diferencia entre ayer y hoy. Guido está cerca de ella. Muy cerca, demasiado. El aroma de su pelo, su sonrisa vista de perfil, sus labios que pronuncian las palabras del libro, que se mueven casi al ralentí. Y él, que mientras tanto la mira, la sueña y la desea. Y además están esas manos que, de vez en cuando, vuelven la página, que avanzan indecisas para retroceder después. Permanecen así, con una página en vilo, a mitad del libro, como suspendida, entre el pulgar y el índice.
– ¿Lo has entendido?
Guido oye por primera vez sus palabras. Fascinado todavía, no le contesta. En lugar de eso, se inclina hacia ella, cierra los ojos y aspira el aroma de su pelo. Niki se vuelve.
– ¿Has entendido algo? Pero bueno, ¿me estás escuchando?
Guido no lo puede resistir más y la besa. Niki se queda sorprendida, estupefacta, sus labios acaban de ser secuestrados por un joven sinvergüenza y atrevido, ese libro de historia ha hecho las veces de alcahueta y ha facilitado ese beso robado. Y Guido insiste, empujado por el deseo, la abraza y le acaricia el pelo, los hombros y, quizá demasiado de prisa, se desliza hacia su pecho. Con dulzura pero resuelta, Niki se deshace rápidamente de su abrazo.
– Dijiste que estudiaríamos…
– Sí, claro… Intentaba interpretar lo mejor posible la pasión que me han transmitido tus palabras…
Ella está visiblemente molesta. Aunque, a decir verdad, ¿qué pensabas que sucedería después de haber aceptado venir a su casa? ¿Qué pretendías? ¿Quizá que de repente no le importase nada? ¿Que no te deseara, que no quisiera ir más allá? ¿Qué esperabas? Eres tú la que se lo ha hecho creer, la que se lo ha metido en la cabeza, eres tú la que ha tomado esa decisión. De repente recuerda la frase de Guido: «¿Me estás diciendo que de no haber sido por mí te habrías casado?» Vuelve a oír en su mente el eco de esas palabras, en su repentina soledad, en el silencio en que parecen retumbar. Otro en su lugar… Sí, quizá podría haber ocurrido así. De manera que él no es el único causante de mi no boda, el motivo es otro.
Guido se inmiscuye en sus pensamientos.
– Vale, perdóname, había dicho que estudiaríamos, pero no soy capaz. Estoy deseando volver a besarte desde el día de Saturnia, no veía la hora de poder pasar un poco de tiempo contigo, de tenerte…, quiero decir, de tenerte a mi lado, de poder abrazarte y sentirte mía.
– No, te lo ruego, no digas eso.
Guido se levanta y la abraza con ternura, con sinceridad y calma, sin segundas intenciones.
– No quiero discutir, no quiero que te alejes, tienes razón. Soy yo el que se comporta como un niño cuando hago eso. -Acto seguido se separa de ella y la mira a los ojos-. Te prometo que intentaré contenerme…
Niki lo mira arqueando las cejas.
– ¿Estás seguro? Oscar Wilde dijo una vez una frase que no puede ser más sincera: «Resisto todo salvo la tentación.»
Guido esboza una sonrisa.
– Sí, era un genio. Aunque yo sé otra igualmente bonita de Mario Soldati: «Somos fuertes contra las tentaciones fuertes y débiles contra las débiles.» Venga, basta ya de estudiar. -Le coge la mano-. Vayamos a divertirnos -y, corriendo, la saca a rastras de casa.
Ciento treinta y siete
Alex ha querido estar un rato a solas. Ha vuelto a su casa. Acaba de servirse algo de beber. Una copa de Saint Emilion Grand Cru de 2002, a pesar de que no tiene nada que celebrar. Su éxito personal en el trabajo no es un auténtico motivo de felicidad. Da un sorbo mientras mastica un pedazo de camembert con un Tuc. Aunque también es cierto que cuando logras algo lo das por descontado. De repente tiene una especie de visión. La vida es como una gran red de pesca hecha de innumerables tramas, y uno, un simple pescador, sólo tiene dos manos, de manera que apenas coge una parte se le cae la otra, sube una y se le resbala otra. La vida es tan compleja y articulada que las manos no bastan por sí solas para sujetarlo todo, unas veces se pierden cosas, otras se encuentran. Hay que elegir, decidir y renunciar. ¿Y yo? ¿Soy feliz? ¿Qué podría haber hecho para no perderla? Ese pensamiento lo bloquea de repente. Oye algo. El interfono. Su interfono. Es ella. Niki. Ha cambiado de opinión. Quiere pedirme disculpas, perdón, o simplemente quiere estar conmigo. Y yo no diré nada. No le preguntaré qué ha pasado, por qué se marchó, si hay alguien en su vida, en nuestra vida…
– ¿Sí? ¿Quién es?
Una voz. No es la de ella.
– ¿El señor Belli?
– Sí.
– Le traigo un paquete.
– Suba, es el último piso.
Un paquete. Alguien ha pensado en mí. ¿Qué podrá ser? Aunque, sobre todo, ¿quién lo habrá enviado? ¿Tal vez ella? ¿Y por qué un paquete? El mejor regalo habría sido que viniese esta noche… Alex abre la puerta, espera a que llegue el ascensor y, cuando las puertas se abren, la sorpresa es increíble. Jamás se lo habría imaginado. Lleva un paquete en la mano y está elegantísima. Además de más guapa de lo habitual.
– Raffaella… -sonríe.
– ¿Llego en mal momento? -Se detiene a pocos pasos de él-. No quisiera ser un problema… Tal vez no estés solo…
Por desgracia, es así, piensa Alex. Me habría encantado tener el «problema» Niki, pero ella no está. No hay peligro.
– No, no… Estoy solo. ¡No te he reconocido por el interfono!
– Lo he hecho adrede, he cambiado un poco la voz -entra de nuevo en el personaje y falsea el tono-: «Señor Belli, un paquete para usted.» -A continuación se echa a reír-. Te lo has tragado, ¿eh?