– Pues sí. -No se mueven del rellano. Al cabo de un rato resulta incluso una falta de cortesía. Alex se da cuenta y se siente en la obligación de remediarlo de alguna forma-. Qué idiota soy, mejor dicho, vaya un maleducado, ven, ¿te apetece entrar?
– Por supuesto que sí…
Entran en casa y Alex cierra la puerta.
– ¿Puedo ofrecerte algo de beber? Estaba disfrutando de una copa de vino… ¿O prefieres otra cosa? No sé, un bíter, una grapa, un zumo de fruta, una Coca-Cola…
Sin querer le viene a la mente la misma frase, la que le dijo a Niki cuando la invitó a subir a su casa. Basta. Alex se esfuerza por alejar ese recuerdo. He dicho que basta.
– ¿Y bien? ¿Qué puedo ofrecerte? -Se percata de que se lo ha preguntado con cierto nerviosismo. Ella no tiene nada que ver, Alex, al contrario, ha sido muy amable.
– Lo que tú estás bebiendo me va bien, gracias…
Él exhala un suspiro.
– ¿Quieres un trozo de queso? -pregunta acto seguido un poco más calmado-. Un cracker… Otra cosa… No sé…
– No, no, una copa de vino me vale.
Se encuentran en el salón saboreando el vino con el paquete justo delante de ellos sobre la mesita baja. Raffaella lleva una preciosa falda de seda estampada con mariposas, flores y olas. Combina los colores morado, rosa y fucsia con un ligerísimo celeste que parece unir suavemente esas imágenes, como si un delicado pintor se hubiera valido de ese tono pastel para hacer el fondo. En la parte de arriba lleva una camiseta sin mangas azul claro con los bordes morados y algunos botones de la misma tonalidad. Cruza las piernas. Tiene una figura estupenda. Y también una espléndida sonrisa que ahora emplea. Es guapa. Realmente guapa. Una chica divertida con unos rizos castaños que la envuelven en una imagen ligera como si de un refinado perfume se tratara, en absoluto penetrante. Sus ojos se esconden detrás del borde de la copa.
– Bueno, Alex…
– Dime… -responde él, cohibido, como si supiera de antemano cuál va a ser el tema de su conversación.
Pero se equivoca. Raffaella sonríe.
– Lo he traído para ti… Me encantaría que lo abrieses.
– Ah, sí, claro.
Alex se libera de ese momento, coge el paquete y empieza a desenvolverlo. Raffaella sigue dando sorbos a su vino. Sonríe, sabedora de lo que contiene. Él lo alza con ambas manos delante de su cara.
– Pero… Es precioso… -Quita el último trozo de papel que seguía ocultándolo.
– ¿De verdad te gusta?
– ¿Cómo lo has hecho? -dice él mientras contempla admirado el pequeño plástico.
Es la maqueta de su campaña, unas fotografías transparentes de animales que se atacan y se muerden en primer plano y, a continuación, el coche y el lema: «Instinto. Amor. Motor.»
Alex le da vueltas entre las manos sinceramente sorprendido. Raffaella apura su vino.
– Oh… Es fácil. He impreso las fotografías sobre papel transparente en el ordenador. -Se sienta a su lado-. Pero no te has dado cuenta de lo que hay al fondo.
Detrás de la última imagen de la pantera aparece el despacho de Alex y éste absorto delante de los folios con la barbilla apoyada en una mano.
Él se queda boquiabierto.
– ¿Cómo lo has hecho, en serio?
Raffaella esboza una sonrisa.
– Esos días siempre dejabas la puerta abierta… Ya sabes cuánto me gusta la fotografía. Te saqué varias de ellas mientras pensabas…
Alex se imagina esas fotografías. En ellas habrá captado momentos de amor, de dudas, de dolor y de búsqueda infructuosa. A saber en cuántas pensaba en Niki.
– ¿Has visto ésta? -Raffaella lo devuelve a la realidad y le indica un punto al otro lado de la maqueta.
– Pero… eres tú -Se trata de una imagen de ella mientras le saca las fotografías. Aparece detrás de una columna enfocándolo con su cámara fotográfica-. ¿Quién te la hizo?
– Oh, no me acuerdo… -responde Raffaella, cohibida.
Claro, a ella todos querrían sacarle una fotografía…, además de hacerle otras cosas…, piensa Alex, que ahora mira la maqueta con otros ojos.
– Si quieres puedes quitar mi fotografía, Alex, no la he pegado adrede… Si te apetece que esté, por mí encantada, pero si no es así… -lo mira fijamente.
Están muy juntos en el sofá, mucho, demasiado. Alex siente su aroma, ligero, elegante, seco, ni excesivamente intenso ni agobiante. Como ella. «Si te apetece que esté, por mí encantada, pero si no es así…» Alex la mira y esboza una sonrisa.
– ¿Por qué debería quitarte? La idea es preciosa. Me gusta. Me recordará el trabajo que hicimos juntos.
Aunque también me recordará todo este período, piensa Alex. Será un regalo doloroso.
– Y espero que sea una idea para todo lo que hagamos en el futuro…
Raffaella se acerca a él. Su proximidad es dolorosa. Alex la escruta.
– Pues sí… Para todo lo que hagamos…
Luego permanecen en silencio en el sofá. Alex mira la maqueta, las fotografías, los animales, las películas transparentes, el lema. La marca del coche. Instinto. Su eslogan: amor motor. El silencio parece infinito. Se le ocurre una nueva idea, un nuevo eslogan para una campaña terrible: «Silencio. Amor. Dolor.» Raffaella lo arranca de sus pensamientos con su voz alegre.
– Pero mi sorpresa no acaba aquí… ¿Te apetece venir conmigo?
Ciento treinta y ocho
La moto corre a toda velocidad por el tráfico lento de la tarde, se escabulle con facilidad, ágil, esbelta y silenciosa a orillas del Tíber. Niki va detrás de Guido, que, al notar cómo su amiga se coge a él con fuerza frena un poco.
– ¿Tienes miedo? -le sonríe en el retrovisor.
Niki afloja el abrazo.
– No…
Guido decide ir más despacio.
– Vale, ahora iremos así.
Y avanza más tranquilo dando un poco de gas con la mano derecha mientras que la izquierda, libre, se desliza por la pierna de Niki buscando su mano. Al final la encuentra y la aprieta. Ella mira su reflejo en el retrovisor. Qué extraño estar detrás de él con una mano en la suya… Es una sensación insólita. No la retiro, no sé por qué, pero no la retiro, y, sin embargo, no me hace del todo feliz sentirme así… Bah, no sé, me siento como oprimida, eso es, oprimida. Quiero decir que necesito absoluta libertad, completa, sin límites de ningún tipo.
Le aparta la mano y la empuja hacia adelante.
– Agarra el manillar.
– Pero si también conduzco bien con una sola…
– Lo sé, pero tú agarra el manillar, me siento más segura.
Guido resopla pero decide no contradecirla; quiere hacer todo lo que ella desea, lograr que se sienta serena. Le llevará cierto tiempo, lo sabe, aunque a saber cuánto. Y si bastará. Entonces acelera un poco.
Niki se sujeta en los asideros laterales que tiene debajo de ella y empiezan a correr de nuevo, esta vez hasta llegar a la piazza Cavour, después Guido dobla a la izquierda y se detiene en una esquina.
– Hemos llegado. Aquí preparan unos aperitivos extraordinarios… ¿Te apetece?
– ¡Muchísimo!
– Bien, yo también tengo un poco de hambre. -Pone el caballete a la moto y la ayuda a bajar.
Poco después están dentro de local. Hay una radio encendida. En ella suena alguna que otra vieja canción, aunque también algunas más recientes. Niki reconoce la emisora Ram Power. Una la vives, una la recuerdas. Alex la escucha siempre. Pero no presta mayor atención.
– ¿Qué vas a tomar? -Guido le indica algunas cosas de comer que hay al otro lado del cristal-. Esos rústicos son deliciosos, pero también las pizzetas; son secos, con un aceite ligero…
Justo en ese momento les llega desde los altavoces otra melodía: «¡Tómatelo así! No podemos hacer un drama de esto, dijiste que conocías los problemas de mi mujer.» Niki la escucha. Cuánta razón tiene. No hay nada peor que una canción que dice las verdades.