– Yo tomaré unas cuantas pizzetas y un rústico… sin anchoas.
– ¡Vale! -Guido se dirige al camarero-. ¿Nos podemos sentar fuera?
– Sí, claro, voy en seguida.
De manera que salen y se sientan a una mesa mientras la canción sigue sonando. «No te preocupes, tendré que trabajar mucho…» Niki se aleja con el pensamiento. Imagina, recuerda y reflexiona. A saber qué estará haciendo ahora, quizá esté trabajando realmente.
– ¿En qué piensas?
Niki casi se ruboriza al ser pillada por sorpresa.
– ¿Yo? En nada… Nunca había venido aquí.
– Ya verás como te gusta.
Guido le sonríe y le acaricia la mano. Otra vez, piensa Niki. Quiero ser libre. Le viene a la mente otra idea. Además, no me gusta mentir. Quiero poder pensar en lo que me apetece.
Ciento treinta y nueve
– Este Fiat 500 es precioso, además este azul me gusta muchísimo…
Raffaella lo mira risueña.
– ¿En serio? Vi también uno amarillo, pero no acababa de decidirme…
Alex acaricia el salpicadero.
– A mí este color me encanta y, además, hace juego contigo.
– Venga… Ya sabes que el azul es sinónimo de tristeza.
– ¿Estás segura? A mí me pareces una persona muy alegre… En cualquier caso, no sería capaz de imaginarte con el amarillo.
Raffaella parece complacida con su respuesta.
– Sí, es cierto. Además, esta noche estoy muy contenta… -Lo mira-. ¿Quieres que ponga un poco de música?
– Claro, cómo no…
Enciende la radio, aprieta el botón tres y del estéreo del coche les llega todavía la canción de Ram Power: «No es que no quiera, después corro y llego pronto…» Raffaella sonríe.
– He memorizado las mismas emisoras que tienes tú en la radio del despacho.
Alex se queda sorprendido.
– Espero que no te moleste.
– No, en absoluto.
Raffaella nota que Alex se ha entristecido. Quizá porque está escuchando esas palabras. «No serás menos hermosa…» Yo fui quien le enseñó esa canción a Niki. No conocía a Battisti. Siempre lo había escuchado distraídamente. A saber dónde estará ahora. La canción prosigue: «Y dado que es fácil encontrarse también en una gran ciudad…» Justo en ese momento el nuevo Fiat 500 azul metalizado atraviesa el ponte Cavour, gira un poco más allá, ni más ni menos que delante de Ruschena, y acelera en el Lungotevere. «Trata de evitar todos los lugares que frecuento y que tú también conoces…»
– ¿Has visto qué buenos están los rústicos de Ruschena?
– Sí, deliciosos.
Niki se come otro y a continuación da un sorbo a su Coca-Cola. Ha abandonado el pensamiento de antes y no sabe que Alex acaba de pasar a apenas unos metros de ellos. «Y tú sabes que, por desgracia, yo podría no estar solo…»
Alex sonríe a Raffaella. No quiero pensar en eso. Ahora no.
«Nace la exigencia de evitarse… para no hacerse más daño…» Roma es muy grande, será difícil que nos encontremos. No sabe hasta qué punto acaban de estar cerca.
– ¿Adónde vamos?
Raffaella niega con la cabeza.
– Ya te he dicho que es una sorpresa -y acelera adelantando a un coche por la izquierda y dirigiéndose a toda velocidad hacia su meta.
Guido coge la nota y deja el dinero sobre la mesa.
– ¿Te ha gustado?
Niki le sonríe.
– Sí, era perfecto.
– ¿Quieres que vayamos a otro lado?
– ¿Adónde?
– Al local de unos amigos míos.
– Siempre y cuando no volvamos muy tarde.
– Te lo prometo.
Niki lo mira perpleja.
Guido abre los brazos.
– Perdona, pero ¿ahora te das cuenta de que yo mantengo mis promesas?
Niki sacude la cabeza.
– Un poco sí y un poco no. A veces no las respetas.
– No es cierto.
– Teníamos que estudiar…
– Es verdad.
– En ese caso júrame que no volveremos tarde, así deberás cumplir con tu palabra a la fuerza.
– Vale, está bien. -Cruza los dedos delante de la boca y los besa-. ¡Lo juro!
Niki se pone el casco y sube detrás de él.
– Hay algo que no entiendo: ¿por qué haces ese gesto tan antiguo cuando juras?
Guido se echa a reír.
– ¡Porque no tiene ningún valor!
– Qué idiota… ¡En ese caso dame tu palabra de que no volveremos tarde! ¡De lo contrario, me bajo ahora mismo!
– Sí, de acuerdo…
Niki se pone de pie sobre los estribos de la moto.
– ¡Vale, vale! -Asustado, Guido la obliga a sentarse-. Te doy mi palabra de que no llegaremos tarde.
Siguen acelerando a lo largo del Tíber. Niki se percata entonces de que él se está riendo.
– ¿Qué te parece tan gracioso?
– Pues que hemos dicho que no volveremos tarde, ¡pero no hemos decidido qué significa tarde!
Niki le da un puñetazo.
– Ay.
– ¡Tarde es cuando lo decido yo!
– Vale… -Guido prueba a acariciarle la pierna.
– Y pon las dos manos en el manillar.
– Aquí tienes mi sorpresa… ¿Te gusta?
Alex y Raffaella se apean del coche.
– La barcaza es una novedad. Se cena mientras recorres el Tíber… Es precioso.
– ¿Has estado ya?
– No, me hablaron de ella y tenía muchas ganas de probarla contigo.
Alex se queda pensativo por unos instantes.
– Será un placer. -Pero con una condición: invito yo.
– ¿Por qué?
– Porque el éxito que hemos tenido es sobre todo tuyo.
– No, sólo aceptaré si pago yo.
– Pero entonces me haces sentir como una mujer que no tiene poder de decisión, que no es independiente, sino que debe someterse a las decisiones de su jefe… O sea, tú.
Alex reflexiona un poco.
– Está bien. En ese caso te propongo que lo hagamos a la romana. Dejemos a un lado a los jefes y a las mujeres demasiado independientes. Seremos dos amigos que comparten el precio de una cena.
Raffaella sonríe.
– Vale. ¡Así me parece bien! -dice, y sube sonriente a la barcaza.
– Buenas noches.
El chico de la caja la saluda.
– Buenas noches.
– Hemos reservado una mesa para dos. Pedí una mesa al fondo. Dejé el nombre de Belli…
El chico comprueba la hoja de reservas.
– Sí, aquí está. Es la última mesa de la proa. Les deseo una feliz velada.
Raffaella se dirige a la mesa seguida de Alex. Éste sacude la cabeza divertido.
– Perdona… ¿Les dijiste mi apellido?
– Sí.
– ¿Y si no hubiese podido venir esta noche? ¿Y si, cuando hubieras llegado a mi casa, yo no estaba, o estaba con un amigo o una amiga o, sencillamente, me negaba a salir contigo?
Raffaella se sienta y le sonríe.
– Estamos aquí, ¿no? Corrí el riesgo. De otra forma, la vida sería muy aburrida.
– Ya… -Alex también toma asiento.
– Además, tranquilo… Me han dicho que se come muy bien…
– Estupendo. Sólo una cosa… ¿Quedan más sorpresas?
Raffaella desdobla la servilleta y se la coloca sobre el regazo.
– No… -A continuación sonríe-. Por el momento.
Deja que pase el resto de la velada con esa curiosidad. Sólo una cosa es indudable: su belleza. La barcaza se aleja lentamente del muelle con los motores diésel un poco ahogados y, casi borboteando, se dirige al centro del Tíber. Después, empujada por la corriente, acelera y se desliza silenciosa en la noche rumbo a Ostia.
Ciento cuarenta
– ¡No! ¡Lo sabía! ¡No lo hemos conseguido!
La moto de Guido se detiene en el ponte Matteotti justo a tiempo de ver cómo la barcaza que navega por el centro del río aumenta la velocidad y alcanza en breve el puente de más abajo.
– ¡Ése es el local de mis amigos, del que te hablaba antes! ¡Te habría gustado un montón!