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Pietro sigue dando instrucciones sobre los altavoces del estéreo.

– ¡Ah, ahora, como de costumbre, es culpa mía! Pero cuando crezca…

Flavio lo mira, curioso.

– ¿Quién? ¿Enrico?

Pietro se echa a reír, consciente de que su amigo se está mosqueando.

– ¡No, su hija! Apenas tenga la edad justa, me dejaré caer por su casa con un descapotable y la invitaré a salir. ¡Me gustará ver qué cara pone su padre!

Enrico ni siquiera se digna volverse.

– Una cara sombría… ¡Entre otras cosas porque no la dejaré salir!

– Ah, ¡de manera que tú serás uno de esos padres autoritarios!

– No, seré un padre que salva a sus hijos de conocer a piltrafas como tú.

Pietro enarca las cejas.

– Ésa sí que no me la esperaba… En cualquier caso, iré a buscarla cuando cumpla dieciocho años; quizá esté buenísima, y será ella la que decida lo que quiere hacer.

El técnico sale de debajo de un mueble.

– Ya he sujetado los altavoces, señor. ¿Quiere que lo probemos?

– Sí, mejor. ¡Probemos con éste! -Le pasa un CD-. He traído una recopilación que me ha grabado mi librero de confianza.

Flavio lo mira sorprendido.

– ¿El librero te graba CD?

– Sí. ¡Mezcla canciones que tú puedes elegir de varios CD y te los vende a buen precio!

Flavio se queda estupefacto.

– Ah, que encima te los vende… ¿Y no sabe que se arriesga a acabar en la cárcel?

– De hecho, yo soy su abogado, lo libré de un buen lío y ahora me los graba gratis. Tú le das el título y él se ocupa de meter las canciones más adecuadas para la ocasión.

– ¿Y qué título le diste?

– Noche ardiente.

– ¡Genial! -exclama Flavio.

Justo en ese momento el técnico pulsa una tecla y empieza a sonar Single Ladies, de Beyoncé.

– ¡Súbela! ¡Súbela!

Todos empiezan a moverse divertidos al ritmo de la música.

– Mira, hasta la niña se ha puesto a bailar.

Ingrid sigue la melodía con la cabeza en tanto que Enrico se tapa la boca con las manos, conmovido. En ese preciso momento se abre la puerta de entrada y aparece Alex.

– Pero ¿qué pasa? ¿Qué estáis haciendo?

El técnico baja poco a poco el volumen.

Pietro le indica con un ademán que le parece perfecto.

– Ya puede apagarlo, ha quedado fantástico.

El técnico apaga el reproductor de CD.

Alex se detiene sorprendido en el centro del salón.

– ¿Se puede saber qué estáis organizando?

Pietro abre una carpeta que hay sobre la mesa y saca unas fotografías de unas chicas guapísimas.

– ¿Que qué estamos organizando? Por el momento, nada… ¡pero no te digo la que montaremos esta noche! Mira esto, ¿te gustan? Españolas, para tu nueva campaña…

– ¿A qué te refieres?

– He hablado con tu despacho, al que, si lo recuerdas, represento como abogado y con el que realizo importantes negocios a diario…

– Claro… -Alex sonríe-. En cambio, yo te recuerdo que todo eso es así gracias a mí…

Pietro traga saliva.

– Por supuesto… Pues precisamente por eso, para facilitar tu próximo trabajo, es decir, la campaña española…, ¡tachán!, nos daremos el gusto de elegir esta noche a las modelos. Las hemos invitado a una superfiesta con música, diversión garantizada y champán…

Flavio precisa:

– Bueno, la verdad es que aquí sólo hay vodka.

– Da igual; es más, cuanto más fuerte sea la bebida antes perderán la cabeza…

Alex mira sucesivamente a Pietro, a Flavio y a Enrico.

– Si por vosotros fuera, seguiríais llevando siempre esta vida, ¿verdad? Todo vale: fiestas, vodka, música, tías estupendas…

Los demás se miran. Pietro, quizá el más convencido de no estar haciendo nada malo, asiente satisfecho.

– Os importa un comino construir o no una auténtica relación -prosigue Alex. Después señala a Pietro-. Tú has roto con Susanna, has seguido haciendo como si nada, y después de unos días de falso pesar vuelves a la carga y organizas fiestas sin sentido que sólo sirven para llenar el vacío que tienes dentro… Aunque también podría equivocarme. Quizá tú seas verdaderamente así. Quizá te encuentras cómodo en ese vacío… En ese caso, nos has engañado a todos… Tal vez ni siquiera te importe nuestra amistad…

Pietro abre los brazos.

– No, no puedes decir eso. ¡Te equivocas de medio a medio y lo he demostrado sobradamente!

– Ah, es cierto… Te interesa nuestra relación, al menos la que tienes conmigo, de no ser así, no podrías invitar a las españolas…

– Qué rebuscado eres…

– ¡Soy realista! -Alex continúa, dirigiéndose ahora a Flavio-: Y tú no te quedas a la zaga: tu esposa decidió que vuestra relación había acabado y tú, en lugar de reaccionar, te resignas y no mueves un dedo… ¿Eres feliz con la vida que llevas? ¿Debías romper para poder vivirla? ¿No podías haberla vivido desde siempre? ¿Por qué te casaste? ¿Es ésta la vida que te gusta? Quizá tu esposa haya encontrado ya a otro… y a ti te da igual. Y tú… -señala a Enrico- ¡sigues jugando con una niña porque no tienes el valor de salir por esa puerta y empezar de nuevo tu vida, la tuya!

– ¡Pero yo quiero a Ingrid de verdad!

– ¡Faltaría más! Vaya una respuesta. Seguro que ella también te quiere y, si pudiera, te criaría ella, te enseñaría que uno no puede esconderse, que debe tener el valor de seguir creyendo en el amor… Además del que siente por su hija. El amor de pareja. Construir juntos, un día tras otro, caer, volver a levantarse, equivocarse, perdonar y amar. Amar, ¿lo entendéis? -Sacude la cabeza y sale dando un portazo.

Todos se miran, pero el técnico es el único que tiene agallas para hablar.

– Bueno… Creo que tiene razón. Yo vivo con mi esposa desde hace treinta años… Algunas veces la mataría, pero otras comprendo que sin ella sería muy infeliz… Y esto último me sucede con más frecuencia que lo primero…

Pietro, Flavio y Enrico se miran. Después, sin pronunciar una palabra, Enrico coge en brazos a Ingrid, Flavio se seca las manos y los dos salen de casa. Pietro coge a su vez las llaves del coche. Y los tres echan a correr en diferentes direcciones. Cada uno con sus preocupaciones, con sus miedos y sus contradicciones a cuestas.

Ciento cuarenta y nueve

La maleta está casi lista. Diletta ha cogido de todo. Incluso más.

– Amor mío, pero si sólo vamos a estar diez días.

– Sí, pero nunca se sabe. ¡Mejor llevar varias mudas! También he comprado algunos vestidos de premamá, mira qué monos… -Los pone sobre la cama.

– Sí, estarás guapísima… Oye, ¿crees de verdad que podemos marcharnos?

Diletta lo mira extrañada.

– Por supuesto que sí, ¿por qué lo dices?

– Porque estás embarazada, si te cansas…

– ¡Tú lo has dicho, estoy embarazada, no enferma! Además, perdona…, ¿sabes lo bien que le sentará la brisa marina al bebé? ¡Olas de verdad para una olita que está a punto de llegar! Lo más. Nos bañaremos, pasearemos por la playa y bailaremos. ¡Nos lo pasaremos en grande! Además, así también te relajas tú… -Sigue metiendo las cosas en la maleta. Una camiseta. Otro par de chanclas. Pantalones. Camisetas sin tirantes. Tops. Después corre al cuarto de baño y coge el neceser-. Por otra parte, las mujeres embarazadas están incluso más guapas, lo he leído en una revista… ¡Así que quiero lucirme todo lo posible!

Filippo se echa a reír.

– ¡Sí, pero sin exagerar! ¡Tú eres mi Diletta y llevas una olita en la tripa! -Se acerca a ella y la besa con ternura-. Bueno, venga, vayámonos ya, los demás nos esperan. Mi maleta está ya en el maletero del coche. ¡Al aeropuerto! -Abre los brazos imitando a un avión y se aleja.

Diletta sonríe sacudiendo la cabeza. Es como un niño. Pero en el fondo también es bonito que sea así. Acaba de hacer la maleta. Sí, dentro de unas horas estaremos volando con las Olas y los amigos de Niki rumbo a Fuerteventura. Niki. Cómo me gustaría que en estos momentos fueses tan feliz como yo. Pequeña e indecisa Niki. ¿Qué harás? Espero que estas vacaciones te ayuden.